Por Yuriria Sierra
El reality
Hace dos décadas, la televisión mundial se inundó de realities. El entretenimiento nacional no fue la excepción. De los primeros en llegar a las pantallas de la televisión abierta mexicana fue Big Brother, un formato de Endemol ya probado en Europa, un hitazo en aquel momento, tanto en su estreno como en su llegada a México: un grupo de desconocidos eran obligados a convivir en la misma casa.
Cuartos compartidos, pero, además, cámaras y micrófonos encendidos 24/7, dejando el sanitario como único espacio de intimidad.
El ganador o ganadora sería el rival más fuerte, pero esa fuerza se medía en su capacidad de hacer frente a las pruebas, cumplir con todos los retos, esquivar las dificultades, crear alianzas con otros participantes y entender que llegaba el punto de romperlas, porque, en determinado momento de la competencia, tenían que decidir a partir del interés personal. Todo en el marco de lo que decía la voz cantante, el famoso “gran hermano” que dictaba las reglas, mismas que podían cambiar de un momento a otro. Quien cumplía con todo llegaba a la final, en la que se decidía al ganador a partir de los votos del público.
México está hoy ahí. Mientras la oposición juega a una competencia sin formato definido, Morena ya inició oficialmente su reality. La voz cantante, la que dicta las reglas, es Andrés Manuel López Obrador.
No hay una casa, no hay cámaras ni micrófonos 24/7, pero está puesto el aparato del Estado para que todo el país presencie la pasarela de competidores, que en el corazón del productor son tres, por mucho que insistan en el piso parejo para todos. El primer episodio lo vimos el domingo. Y ese capítulo fue, además, un acto de provocación para una oposición perdida en la idea de una falsa competitividad. Toluca, la capital del Estado de México, fue la locación del banderazo de salida.
Ahí se jugará una de las dos gubernaturas a renovarse en 2023.
El histórico bastión priista fue la primera parada de este reality morenista que tendrá, al menos, dos temporadas. La primera, para medir el agua; la segunda, para dar con el nombre de quien estará en la boleta de la elección presidencial en 2024.
Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López, las tres corcholatas de López Obrador que irán calibrando su aplausómetro personal, aunque de una forma muy discreta, no los vayan a señalar de actos anticipados de campaña. Ya tienen las reglas del juego, incluso hasta recomendaciones para administrar su tiempo libre y sus horas de sueño. De aquí a que se realice la última encuesta de Morena, en la que se definirá el nombre del candidato o candidata, no pararemos en cambios de reglas y, dada la premura del banderazo, en el nivel de competencia. ¿Hasta dónde el “gran hermano” estará dispuesto a llevar a los participantes? ¿Cuántas veces les anunciará que “las reglas cambian”? ¿Qué nuevos participantes lograrán colarse, así sea en la casa del vecino? ¿Qué pasaría si un participante empieza a tener más rating que el “gran hermano”? ¿Será una temporada apasionante o perderá rating después de un número de repetidas emisiones con el mutismo guion?
Así que, mientras la oposición le apuesta a una ficción inverosímil, sin elenco y sin narrativa, en Palacio Nacional van por el entretenimiento de largo, largo aliento…