Con aliento de azufre y cabezas de serpiente colgándole de la espalda, Cerbero fue el mítico guardián de las puertas del inframundo.
Muy Interesante
De entre todos los dioses del Olimpo, quizá el más solitario de todos fue el del inframundo. Destinado a resguardar las almas aquellos que ya habían muerto, fue recluido a un espacio neblinoso y sombrío en el Universo. A pesar de que los mortales le rendían culto en todo Grecia, la única compañía real que Hades tenía era la de Cerbero: el perro destinado a ser el centinela del más allá.
Más allá de la Laguna Estigia
Los dominios de Cerbero, el perro feroz del dios del inframundo, empezaban más allá de la Laguna Estigia. En la mitología griega, éste era el paso único —y sin retorno— que las almas deberían de recorrer tras dar su último suspiro en la Tierra. Caronte, el barquero de Hades, las conduciría hacia el otro lado del río —si le pagaban dos óbolos dorados, según lo describe el Museo del Prado en España. Una vez que llegaban al otro lado, Cerbero los dejaría pasar si no olían a carne viva.
Hesidio escribió, entre sus múltiples registros de la mitología griega, que el perro infernal tenía 50 cabezas. Otros autores sugieren que sólo tenía 3, y que sólo con ésas podía ahuyentar a los infiltrados que querían visitar el inframundo sin haber muerto todavía. Como guardián del inframundo, el perro de Hades estaba destinado a ser el centinela de la Laguna Estigia: con el aliento de azufre, era capaz de mantener a los fisgones a raya.
A lo largo de su espalda caían cabezas de serpientes, que se unían en una misma cola de dragón. Se dice que cualquiera que quisiera escapar del reino de las tinieblas sería devorado por Cerbero, al tiempo que se ocupaba de mantener a los mortales fuera del inframundo. El único ser humano que logró engañarlo fue Orfeo, arrullándolo con el sonido de su gaita mágica.
Atado a las puertas del inframundo
Cerbero no jugaba con otros perros en el más allá. De hecho, tenía el reino de las sombras sólo para él. Sin embargo, no podía andar libre por la superficie neblinosa y sombría del inframundo porque, según la tradición oral griega, estaba siempre atado a la entrada.
Nadie, nunca, en toda la historia de Grecia había logrado domesticar al perro guardián del inframundo. Ni siquiera Odiseo, el héroe legendario de la Guerra de Troya, logró domar a Cerbero. Otros tantos lo intentaron, como Teseo, el mítico rey de Atenas que venció al Minotauro.
No fue hasta la aparición de Hércules, el hijo de Zeus, que la bestia infernal sucumbió ante la fuerza de otro ser que no fuera Hades. Sin embargo, la sumisión duró muy poco: tan pronto como el semidiós lo regresó al inframundo, Cerbero recuperó su vitalidad habitual.
Aunque Cerbero no fue venerado como una divinidad en sí, es una figura recurrente en la literatura Occidental. Incluso Dante Alighieri, el poeta florentino del Renacimiento, hace alusión al perro de Hades en la Comedia, su obra máxima.
Específicamente, en el Canto III del Infierno: “Luego, mi guía, con las palmas de las manos extendidas sobre el suelo, llenas de tierra, las levantó y las arrojó en sus voraces fauces”.
Las estatuas que se erigieron en honor a Hades, el dios de los muertos, siempre iban acompañadas del perro de tres cabezas. Siempre a los pies de su maestro, la bestia mitológica miraba con recelo a los visitantes del inframundo. De no cumplir con su escrutinio minucioso, terminarían en las profundidades de sus fauces sulfurosas.
Al menos, así se hacían compañía mutuamente, en el silencio perpetuo del inframundo.