Por Alfonso Zárate
En 1970 —los tiempos del «milagro mexicano»— el país crecía vigorosamente y con baja inflación, la deuda externa de México era de apenas 6 mil millones de dólares (al final del gobierno de Echeverría ya superaba los 19 mil millones, se había triplicado), pero Gustavo Díaz Ordaz se equivocó, nombró como sucesor a Luis Echeverría en lugar de Antonio Ortiz Mena que, quizás, habría consolidado a México como una potencia media.
Su adolescencia transcurrió durante el periodo del general Lázaro Cárdenas que fue, según reconoció, una inspiración. Se propuso un cambio de modelo, reemplazar el modelo de «desarrollo estabilizador» por el de «desarrollo compartido». Echeverría creía en el papel dominante del Estado. Su gobierno, su propuesta de «apertura democrática» y su acercamiento a los gobiernos de Salvador Allende, de Chile y Fidel Castro, de Cuba, significaron una ruptura con su antecesor.
En sus conversaciones con Luis Suárez, el ya para entonces ex presidente, refería que los dramáticos sucesos de 1968 habían sido para él un repulsivo nacional, un desgarre. La inequidad del modelo del desarrollo estabilizador, decía, «que trasfiere desproporcionadamente los frutos del trabajo a las arcas del capital, convirtió a las mayorías desplazadas en una olla de presión. El movimiento estudiantil de 1968 fue su válvula de escape…»; liberó a los presos políticos, pero también estuvo detrás del asalto a Excélsior y en 1971 se vivió un terrible 10 de junio, la masacre de estudiantes.
Durante su periodo se crean organismos orientados a la atención de los más necesitados, como el Instituto Nacional para el Desarrollo de la Comunidad Rural (Indeco); al impulso a las exportaciones, como el Instituto Mexicano de Comercio Exterior (IMCE); competitivos con el sector privado como el Fonacot y orientados a la promoción del desarrollo científico y tecnológico como el CONACYT.
Echeverría y su mujer, «la compañera María Esther», enaltecieron lo mexicano, Los Pinos exponía muebles hechos por artesanos y se ofrecía a los invitados delicias de la cocina mexicana acompañadas por las imprescindibles aguas de jamaica o de limón con chía. Su discurso «progresista», su política exterior «tercermundista», su aliento al sindicalismo independiente y sus desencuentros con los hombres de negocios a quienes llamaba «los riquillos», lo llevaron a un duro choque, sobre todo, con los de Monterrey.
Don Armando Fernández Velasco, entonces presidente del CCE, ofreció su balance del periodo: El licenciado Echeverría consideró que todo lo que había ocurrido antes de él era «desarrollismo», y propuso en su lugar el «desarrollo compartido».
Al término de su mandato vemos que hizo más pobres a los pobres; a los ricos los empobreció en términos relativos y a fin de cuentas todo lo que repartió fue la pobreza… Se propuso independizar al país de la influencia de los Estados Unidos, y por ello volvió todos sus esfuerzos internacionales hacia el llamado Tercer Mundo.
Pero mientras al que se junta con ricos algo le queda, al que se junta con pobres, pobre se queda. Perdimos, entonces, las ventajas de nuestra relación con Estados Unidos y sólo logramos las desventajas de su enemistad.»