Por Antonio Zamora
Latif era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo…
Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto, con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos…
Cada tarde comía de la limosna o de los mendrugos que alguna persona caritativa le acercaba…
A pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días era considerado por todos el hombre más sabio del pueblo…
Una mañana soleada el Rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada…
Riéndose de los mercaderes y de los compradores, casi tropezó con Latif, que dormitaba a la sombra de una encina..
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Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos, pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría…
El rey, divertido, se dirigió al mendigo y le dijo: – «Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro.»
Latif lo miró y le dijo: – «Puedes quedarte con tu moneda ¿Para qué la querría yo? ¿Cuál es tu pregunta?
El Rey hizo una pregunta que lo angustiaba y no podía resolver. Un problema de bienes y recursos que sus analistas no habían podido solucionar…
El rey se sorprendió de la respuesta; dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado…
Al día siguiente el Rey volvió a aparecer en el mercado. Otra vez preguntó y otra vez la respuesta rápida y sabia. El Rey volvió a sorprenderse de tanta lucidez….
«Estoy agobiado por decisiones que debo tomar. Te pido seas mi asesor. Prometo no te faltará nada, serás respetado y podrás partir cuando quieras»…
Esa misma tarde llegó al palacio, en donde le fue asignado un lujoso cuarto a escasos metros de la alcoba real…
Las consultas fueron habituales. A los tres meses de su estancia ya no había medida, decisión o fallo que el monarca no consultara con su asesor…
Obviamente esto desencadenó celos entre los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses materiales…
Un día todos los demás asesores pidieron audiencia con el Rey. – «Tu amigo Latif, como tú lo llamas, está conspirando para derrocarte.» – «No puede ser» – dijo el rey -«No lo creo…»
«Puedes confirmarlo con tus propios ojos“- dijeron todos – «Cada tarde a eso de las cinco, se escabulle hasta el ala Sur y en un cuarto se reúne, no sabemos con quién…
Esa tarde, a las cinco, aguardó oculto. Desde allí vio cómo, en efecto, Latif llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta…
Lo viste?» – gritaron los cortesanos – “¿Lo viste?»
Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta. – «¿Quién es?» – dijo Latif desde adentro. – «Soy yo, » – dijo el soberano – «Ábreme la puerta…»
Latif abrió la puerta. No había nadie allí, salvo él. Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, que permitiera ocultar a alguien…
Sólo había en el piso un plato de madera, en un rincón una vara de caminante y en el centro de la pieza una túnica raída colgando de un gancho en el techo…
– «¿Estás conspirando contra mí, Latif?» – preguntó el Rey…
– «¿Cómo se te ocurre, Majestad?“- contestó Latif – «De ninguna forma ¿Por qué lo haría?»
– «Vienes aquí cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?»
Latif sonrió y se acercó a la túnica harapienta que pendía del techo. La acarició y le dijo al Rey:
«Hace seis meses cuando llegué, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera» -…
«Me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable donde duermo, es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado…
…que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de: QUIÉN SOY Y DE DÓNDE VINE»…
NOS LEEMOS MAÑANA…