Una noche, Luis Antonio comenzó la lectura de La cabeza de mi padre (Alfaguara), el más reciente libro de Alma Delia Murillo (CDMX, 1977), pensando que luego de algunas páginas conciliaría el sueño.
Pero dieron las 4:00, las 5:00 de la mañana, «y ahí estaba yo, en el punto final, en un estado de conmoción, trémulo, que muy pocas veces he sentido en mi vida», le confió este miércoles el empleado de 46 años a la autora, en un encuentro que ésta sostuvo con suscriptores de REFORMA.
La cabeza de mi padre, un relato íntimo en torno a la ausencia del padre de Murillo y el periplo de irlo a buscar a Michoacán tras una premonición sobre su muerte, fue de tal agrado para Luis Antonio, que decidió leérselo a su madre, de 75 años, luego de su operación de cataratas.
Ella, entonces, se fascinó con lo que presumía eran una inventiva y creatividad prodigiosas, hasta que su hijo le dijo que era una autobiografía. Y la fascinación fue mayor.
«Mi mamá ya se convirtió en una verdadera admiradora de tu trabajo», remarcó Luis Antonio, antes de pedir permiso a los suscriptores ahí reunidos para poder dar lectura a unas décimas inspiradas por el libro y el quehacer de la escritora, guionista y columnista, quien, impresionada, agradeció el gesto.
Si bien es cierto el carácter autobiográfico con el que Murillo se muestra en esta obra, la pulsión narrativa es tal que ella misma prefiere considerarla una novela.
«Estamos novelando siempre nuestra historia aunque contemos la verdad», definiría la autora ante su audiencia. «En esta novela familiar, de alguna manera, somos seres ficcionales aunque estemos contando la verdad».
Una novela nacida en el consultorio y las sesiones de psicoanálisis, con una historia muy personal, pero que en realidad resulta muy familiar para quienes también crecieron con padres ausentes, carencias y hasta abusos, como le han hecho saber a la autora a través de mensajes.
«Yo sabía que de alguna manera estaba haciendo una suerte de etnografía, contando una vida que se parece a la de muches de nosotres, como mexicanos, como mexicanas, que hemos crecido de esta forma, contra viento y marea», apuntó Murillo, sorprendida con la recepción de su libro, que tras un par de meses ya va por su tercer tiraje.
«Te agradezco mucho cómo desnudas el alma y presentas tu espíritu a manos llenas con un gozo soberbio e increíble, con una hilación de palabras maravillosa», aprovechó para expresarle Rosalva, fiel lectora y seguidora.
No sería el único agradecimiento para Murillo. «Gracias por la defensa que siempre haces de nuestro género. Es mucho más que merecida, y mucho más que necesaria», le diría una lectora, quien también elogió la belleza de su pluma y hasta su «subyugante» tono de voz.
«Yo la primera vez que te escuché no sabía que eras tú, y dije: ‘Dios mío, ¿quién es esa mujer?, ¿cómo es posible que lea tan bonito?. Así tuve una maestra en preparatoria que nos leía, pero nunca volví a encontrar a nadie así. Entonces, gracias por tu voz, gracias por tu narrativa, gracias por todos los libros que nos has entregado. Yo creo que eres un orgullo de México«.
Tras el intercambio de palabras, Murillo se tomó el tiempo de firmar ejemplares y hasta tomarse una selfie con los asistentes. Entre ellos, un hombre en silla de ruedas que vive en el Estado de México; además de muchas mujeres, varias de las cuáles no contuvieron las lágrimas al celebrar y agradecer el emotivo título de la autora.
Una de ellas, incluso, pidió a Murillo por favor hacer algo por las mujeres, ella que «tiene voz».
En la fila estaban también Luis Antonio, quien además de los versos obsequió a la escritora unos chocolates y un mezcal. Y Fernanda, de 15 años, quien momentos antes había tomado el micrófono para preguntar a la autora qué le recomendaría a las jóvenes.
«Te quiero decir a ti, y a todas las jóvenes como tú, que son nuestra esperanza. ¡Bendito relevo generacional! Tienen mucho que enseñarnos; más bien a veces casi que no les quiero decir nada, quiero escuchar. Sólo quiero escuchar lo que tienen que decir», respondió Murillo, en esta tarde compartida con lectores, a propósito de ese «mar de palabras» que cruzó de lado a lado por su padre.
‘Contemos todas las historias’
Entre quienes tomaron la palabra para dialogar con Alma Delia Murillo, Jaime, politólogo, le celebró la persistente visibilización del machismo en su quehacer como columnista.
«(Ese) que muchos de nosotros, sobre todo de mi generación, no alcanzamos a percibir al 100 por ciento, pero que hacemos un esfuerzo por reconocer, por ver. Y tú nos ayudas a eso», enunció el hombre.
A lo que la autora contestó asegurando que se trata de un esfuerzo del que en realidad nadie parece estar exento.
«Todes estamos aprendiendo a deconstruir esta forma patriarcal, tóxica, hipermasculinizada del mundo. Eso es algo que estamos aprendiendo también nosotras, y a mí sí me da muchísima esperanza quienes están dispuestos a abrirse a una nueva conversación y a decir: ‘Bueno, sí a lo mejor yo no me había dado cuenta porque yo estoy del lado del privilegio’. Entonces, gracias a ti».
Otro hombre, José, tomaría también el micrófono para leer un párrafo de La cabeza de mi padre sobre la precarización de una mujer de piel morena y un origen con muchas carencias, y reconociéndose como alguien nacido en el otro extremo, en el privilegio, preguntó a Murillo cómo lograr superar las divisiones sociales para finalmente conseguir una integración como País.
A lo que la autora, si bien dijo no tener respuesta, sí aludió al atreverse a «dejar de ser sólo aquello que te enseñaron, de mirar sólo aquello que aprendiste a ver, de hablar sólo ese lenguaje». Y celebró la posibilidad de contar esas otras historias como la suya.
«Y lo podemos hablar porque, de a poco, hemos ido ganando terreno los que estamos en la periferia para contarles nuestras historias, que existimos, que así es esta vida.
«Que tener o no tener 30 pesos para ir un día del Estado de México a la universidad puede hacer que una persona, una elegida de la familia, tenga por primera vez en esa familia, en generaciones, una carrera universitaria. Pero a lo mejor no se tienen los 30 pesos; a lo mejor se sube al Metro y el pinche Metro se parte a la mitad, y ya no regresa.
«Esta es una vida, hay otras. Contemos todas las historias», exhortó Alma Delia Murillo.