SABINAS, COAHUILA. – El teléfono del malacatero, que opera el ascenso del bote carbonero en el pocito, timbra varias veces. Eso significa que quien sube desde las entrañas de la mina es un minero.
De repente aparece en la boca del pozo un carbonero parado en el bote y tomado de los cables. Subió desde los 84 metros de profundidad que tiene este pocito, que se halla a menos de un kilómetro de la zona cero, donde se trabaja para rescatar a los 10 mineros que están atrapados.
El minero lleva botas, casco, lámpara y no trae camisa: es Guillermo Torres, Memo, uno de los carboneros que estaba afuera de la mina de Agujita cuando ocurrió la inundación. Fue uno de los que lanzó la cuerda y jaló a tres de sus compañeros que lograron salvarse.
“Ya me vine”, dice entre risas cuando reconoce al equipo de EL UNIVERSAL.
Seis días después del accidente Memo regresó a una mina por primera vez.
Cuenta que no se sintió a gusto, sintió mucho calor allá abajo, donde la temperatura llega a subir a los 50 grados centígrados, y decidió subir a la superficie.
“No hay más, estamos jodidos”, dice mientras camina.
De una mina a otra
Carboneros como Memo Torres son una especie de jornaleros del carbón. Terminan en una mina y acuden a otra, como nómadas. Asegura que visitó las oficinas de la empresa para que lo registraran en el Seguro Social y pudiera ingresar al pozo, pero admite que en otras, basta con llegar y pedir trabajo.
Memo agarra aire atrás del malacatero Silvestre García, de 60 años y, como muchos por aquí, alguna vez minero. El torso de Memo suda, se queja del calor y entrega la lámpara al supervisor.
“Vete a una maquila”, le dice Silvestre. Memo camina y se pierde en los arbustos del predio. Allá abajo, en el pocito, siguió trabajando su hermano.
La dinámica del carbonero es así: entran a la mina, trabajan en parejas y salen cuando quieren porque les pagan por tonelada de carbón que extraen. Allá abajo, el planchero apunta lo que sacan: 10 carretillas llenas equivalen a una tonelada. Un bote minero, de los que ascienden en el tiro vertical, se llena con tres carretillas, explica José de Jesús, el supervisor del pocito.
En la mina siniestrada, el sueldo era de 150 pesos por tonelada, pero hay otras donde el carbonero puede ganar 100 o 130 pesos por tonelada, que se divide entre la pareja de mineros.
El minero Juan Manuel Briones explica que normalmente extraen seis toneladas en un día entre pareja, lo que equivale a que les apunten tres toneladas por minero. Eso, multiplicado por cinco o seis días, representa una extracción de mineral de 15 a 18 toneladas a la semana, es decir, de 2 mil 250 a 2 mil 700 pesos a la semana que les pagan en efectivo. Billetes dentro de un sobre.
“Normalmente trabajamos cinco horas, pero ya el que quiera darle más, pues saca más. Hay empresas que te dan bonos; por ejemplo, a mí me daban mil pesos si llegaba a las 18 toneladas, pero ya lo subieron a 20”, platica.
Más de 2 mil pesos a la semana por cinco horas diarias picando carbón bajo tierra. Para muchos en la región, esto es preferible a ocho horas de trabajo diario en una maquila por mil 300 o mil 500 pesos a la semana.
“Hay quienes sacan una tonelada y se van”, cuenta un trabajador. Otros trabajan más y pueden ganar hasta 4 mil pesos en una semana, aseguran.
Esa ‘flexibilidad’ en el trabajo deriva en que muchos no tengan derechos laborales. Unos pocos “afortunados”, cuentan los mineros, sí reciben derechos laborales, como aguinaldo.
El teléfono del malacatero en el pocito suena una vez, eso comunica que lo que sube es carbón. Arriba, el ganchero toma el bote y avienta el carbón a una especie de criba. Abajo, un trabajador, que se conoce como “huesero”, quita las piedras del carbón.
Vuelve a sonar una vez el teléfono. Otro bote con carbón. Cuando pilla más de una vez, es un minero que quiere salir. Como Memo Torres, que después de perderse entre los arbustos del predio, ya no regresó.
(Con información de EL UNIVERSAL)