
Malvanelia Gómez de Garza
La esperanza no suele alumbrar cuando se llega a la edad madura. Se convierte en una estrella que parece ocultarse detrás de la oscura nube de la vejez, pero siempre brilla.
Ya tenía tiempo de estar frente al espejo contemplando su cuerpo transformado por los años y no le gustó. Enojada se envolvió en una toalla y se bañó aprisa. ¿Cómo era posible que el tiempo hiciera deterioros tan terribles? No quedaba ni huellas de la cintura ni las caderas. El pecho colgaba y al contemplar la parte de atrás de su cuerpo se echo a llorar. Pisoteó la toalla, hasta malas palabras profirió entre dientes y salió para estrenar el vestido que había comprado para la ocasión. Era su cumpleaños, debía estar contenta. Invitó a los hijos a comer. Ya que nadie había tomado la iniciativa de invitarla u organizar un festejo para su madre. Ella no se la pasaría triste en la tarde iría a merendar con sus amigas y de regreso ya sabía que película iba a ver en su canal favorito. O sea, el día era para celebrarse.
Con minutos de diferencia fueron llegando. Le inspiraron compasión todos eran un montón de plañideras. Había que rentarlos en los velorios, se quejaban y lloriqueaban al unísono ritmo. Idénticas las lamentaciones sobre su precaria economía. Bueno pensaba desconcertada ¿qué esos hijos de ella y Martín no sabían hacer otra ocas que quejarse? Isabel los contemplaba con desesperación. El que gimoteaba todavía hablando de la cuesta del nuevo año y de sufrirla más empinada que otros años. No faltaba la que gimiera que desde Febrero no pagaba las colegiaturas del colegio de los niños debido a que no alcanzaba el dinero que ella y su marido ganaban. Otro suspiraba sin tregua el incremento en el precio de la gasolina, los servicios de la casa y los imprevistos indeseables.
En fin si nos ponemos a reflexionar que el amor de los hijos no es el premio que otorga la vida ni la suerte que produce billetes, la verdad brilla tan fuerte como el sol de mediodía, que lloran y duelen los ojos al verlo, porque los padres quieren que sus hijos vivan sus problemas económicos y no los exhiban cada vez que van a visitar a la mujer viuda. Mejor cambiar el tema, porque un relato moroso aunque contenga descripciones realistas, pero si no alude escenas alegres va empolvando los personajes que desfilan en sus líneas.
La mayor de las hijas había llegado a la casa enojada por no no poder hablar delante de sus hermanos de la situación que la estaba matando. Tenía tiempo sin dormir. Sentía derecho a provocar el desasosiego entre sus hermanos para llevarse de encuentro a su madre y repartir la herencia. Los cayeron sobre las camas, dormidos de inmediato, la mamá cansada hizo lo mismo. El timbre del teléfono la asustó, apresurada pensó que podía ser su marido, la empresa maquiladora lo había enviado a una sucursal en Haití y corrió apresurada. Decepcionada supo que le habla el abogado de la Financiera. Le ofrecía un arreglo siempre y cuando pagara parte del adeudo o la casa se embargaba.
COTIDIANIDADES
De entre los hermanos era la más extravagante. Una vida carrereada, con el alma en vilo y el carácter amargado por llevar una vida desenfrenada. Su esposo y ella trabajaban pero gastaban más de lo que ganaban. Georgina no se dio cuenta en qué momento las deudas los asfixiaron. Actualmente era gerente de ventas en una agencia de autos, pero debía el financiamiento de los dos carros. Cuidaba su trabajo, aparte de estar a la defensiva de los celos de los compañeros, eso lo le impedía no pagar a tiempo, aunque llegaron a decir que “tenía algo que ver con el dueño” por eso la disculpaban.
La casa es grande y moderna. Pero deben mucho. El embargo sigue su curso. Georgina siente remordimientos porque la mayor parte del tiempo sus niños están con los amigos, en el club o solos en la casa. Se entretienen con la televisión, celulares, videojuegos, computadoras, insuficientes para llenar las horas de abandono de la pareja que anda de fiesta en fiesta. Sale del trabajo y enciende un cigarrillo en tanto alcanza la casa de su madre. A la mujer no le gusta el olor a tabaco menos que sus hijas sean adictas. Quiere solucionar el despilfarro de irse de vacaciones a Miami. Antes de llegar a la casa de su madre pasa a la casa por los niños. Quiere llevarlos para conmover a su madre.
La muchacha sabe que le funcionaba lloriquear, limpiando lágrimas y sacudir catarro invisible —No sea mala mamá, le juro que le pago. Me urge el dinero por favor présteme unos veinte mil pesos, para salir del “atolladero” si supiera cómo andan detrás de nosotros, los abogados de la inmobiliaria. Sabe que mi marido y yo somos trabajadores. Consuelo es viuda desde hacía diez años. Administra su pensión de maestra y la de su marido. Regañó a su hija —No es posible que dos profesionistas, anden siempre pidiendo prestado. No puedo. Sé que a tus hermanos también les debes, lo que es peor, es que nunca terminan la cadena de adeudos. La hija sale temblando de odio. El portazo avisa que salió enojada. Los niños miran a la abuela —¿Nos irá a dejar contigo? El claxon avisó la espera en la banqueta, salieron corriendo sin despedirse de la abuela.
CODICIA AMBULATORIA
Georgina era la mayor y según sus propias palabras la consentida de su padre. Eso la envalentona para insistir constantemente con sus hermanos —La casa es muy grande para que viva mamá sola. Existe mucha inseguridad y le pueden dar un susto. El rumbo ya se convirtió en comercial, con eso de que está en esquina, debemos aconsejarle que venda. Además puede repartir entre nosotros los millones que le den. El terreno es enorme. Ya hablé con un Notario. Dice que es nuestra herencia y podemos comenzar a mover papelería. No es necesario que mamá acceda tenemos derecho a lo nuestro. Les informó que había recibido asesoría de un abogado, de esos que les gusta hacer transas y ganar dinero fácil. Ninguno esperaba que la hermana ya hubiera hecho tantas indagatorias. Los hermanos exclamaron—Qué enterada estás. Sabes el precio y todo.
Organizaron una reunión en casa de Chelito. Sonrientes y cautelosos expusieron sus ideas para conocer su opinión. A la mujer se le cayó el corazón sin poder recogerlo del susto. Se armó de valor —¡Nada de eso! La casa la hicimos su padre y yo. Fue hecha con mucho sacrificio y trabajo ¿ya se olvidaron que yo trabajaba de maestra y aparte asistía más de seis profesoras para ayudar con los gastos, cuando ustedes estudiaban? Olvídense de vender. Apenas tengo sesenta años. Me falta mucho por vivir, ahí está la puerta para el que se quiera ir y no esté de acuerdo con mis ideas.
No se volvió hablar del asunto. Pero Georgina, la mayor no interrumpió los tratos legales con el codicioso licenciado quien aseguró —Consiga las escrituras. Verá como todo se arregla con el juez y todos salimos ganando. En la mente de la primogénita empezó a danzar la idea de robarlas. Una tarde entró por la puerta trasera, abrió una ventana y salió con todos los papeles dentro de su bolsa. Doña Consuelo ni cuenta se dio.
Lo que nadie imaginó es que Chelito había conocido a un señor llamado Jacinto Garnica. Le daba pena platicarles a sus hijos que en una ocasión cuando fue a cobrar las pensiones entre el tiempo de espera aparecieron pláticas y confidencias de dos personas solitarias. Sellaron una amistad, de esas que dan sabor a la vida del adulto mayor. Juntos fueron a recoger sus credenciales del INSEN, se encontraban en las consultas para surtir medicamentos. Platicaron de las ambiciones de los hijos y de su desamor. Las coincidencias los unieron más y mejor cada días. El hombre cuando miró llorar a Chelito se conmovió y aseguró—A todos nos pasa lo mismo los hijos creen que tienen derecho a manejar nuestras vidas. Déjeme decirle algo que usted no sabe de mí. Yo trabajé en Estados Unidos y tengo derecho a buscar mi ciudadanía, pero nunca he arreglado mis papeles, tres de mis hijos viven allá. Me gustaría regresar. Allá cuidan mucho al adulto mayor. Algo removió sus ideas y decidió tener al tanto su papelería
DESICIÓNES
Un día de soledad, la mujer se asustó cuando no encontró en el maletín de los documentos, las escrituras. Se sintió herida y sin querer hacer un escándalo. Prefirió buscar a su amigo Jacinto para solicitar su consejo. Sentados en una banca de una plazuela la mujer intentó contener el llanto —Me duele tanto. Estoy segura que Georgina se las llevó ¿Cómo pueden hacer esto a su madre? Les dimos lo mejor de nuestras vidas El hombre le pasó el brazo por los hombros, Chelito se recargó sin remilgos. Así permanecieron un rato. Después Jacinto decidido dijo —Si usted tiene pasaporte, vámonos a la frontera. Allá veremos que necesitamos para casarnos. Sabe que la aprecio y respeto.¡Déjes todo! El mayor tesoro es usted y no la saben valorar. Chelito no lo dejó terminar, le plantó un beso en la boca. Imposible que la gente dejara de ver a la pareja besándose igual que si fueran dos jovencitos.
Chelito sin decirle a sus hijos, se las ingenió para conseguir la papelería necesaria para matrimoniarse con Jacinto, se compró un vestido de fiesta que mostró contenta al enamorado —Quiero verme bonita, tenemos que tomarnos muchas fotos. En un autobús rumbo a Laredo partieron de madrugada, Chelito no se tomó la molestia de dejarles ni un recado, lloraba en silencio entre los brazos de Jacinto, que la consoló al asegurarle —No llores, ya el tiempo dirá, por lo pronto vamos a vivir como gente grande, calmados y sin sofocaciones—interrumpió con carcajadas Tengo que aceptar que ya no somos jóvenes, pero eso nos ayudara a tener una relación más formal. Consuelo Veliz viuda de Fernández y Jacinto Garnica se casaron a la mitad del puente internacional de Laredo Texas. Y se fueron a vivir a la ciudad de Kansas.