Tras las inundaciones récord en Pakistán, los residentes viven en aldeas convertidas en islas y deben nadar o usar lancha para conseguir alimentos. Sin luz, medicinas o ayuda del Gobierno, así es como sobreviven.
La vista desde la pequeña casa de ladrillos de adobe de Muhammad Jaffar solía traerle una sensación de alivio. A la puerta de su casa había campos ondulados de arbustos de algodón, con sus flores blancas ofreciendo la promesa de un ingreso suficiente para que su familia sobreviviera este año.
Ahora, los campos, junto con otras amplías extensiones de Pakistán, están bajo aguas pútridas y verdes. Hace unas dos semanas, en graves inundaciones que han afectado al país desde junio, sus tierras quedaron completamente sumergidas, incluyendo su pozo de agua potable.
“Ahora vivimos en una isla”, dijo Jaffar, de 40 años.
Las lluvias devastadoras han inundado cientos de pueblos en gran parte de las tierras fértiles de Pakistán. En la Provincia de Sindh, en el sur, el agua ha transformado de facto lo que una vez eran tierras de cultivo en dos grandes lagos que se tragaron aldeas enteras y convirtieron otras en frágiles islas. Las inundaciones son las peores que han golpeado al país en su historia reciente, de acuerdo con funcionarios del Gobierno. Según advierten, podría tomar de tres a seis meses para que el agua retroceda.
Hasta ahora, alrededor de mil 500 personas han muerto —la mitad de ellas niños— y más de 33 millones han sido desplazados de sus hogares por las inundaciones, que fueron causadas por las lluvias más fuertes de lo normal del monzón y el derretimiento glaciar.
Los científicos dicen que el calentamiento global causado por las emisiones de gases de efecto invernadero está aumentando rápidamente la probabilidad de lluvias extremas en Asia, hogar de un cuarto de la humanidad. También dicen que hay pocas dudas de que eso fue lo que hizo las lluvias del monzón de esta temporada más destructivas.
En el distrito de Dadu, una de las áreas más golpeadas de la Provincia de Sindh, las inundaciones han sumergido completamente 300 aldeas y afectado a otras. A lo largo de la provincia, cerca de 103 mil kilómetros cuadrados de tierra está ahora bajo el agua, según funcionarios.
Donde los agricultores alguna vez cultivaban algodón y trigo, ahora lanchas de motor avanzan a través de un estanque transportando a personas entre las ciudades que se salvaron de la peor parte de las inundaciones y sus aldeas varadas. Esparcidos por el agua hay sandalias, botes de medicamentos y libros azules de estudiantes de primaria que se derraman por las ventanas de escuelas que quedaron a medio sumergir.
Enjambres de mosquitos bailan alrededor de las copas de los árboles que sobresalen del agua. Las líneas eléctricas cuelgan cerca de la superficie.
Decenas de miles de personas cuyas casas fueron destruidas han sido desplazadas a pueblos y ciudades cercanas donde han encontrado refugio en escuelas, edificios públicos a lo largo de caminos y canales. Se refugian en tiendas de campaña improvisadas con lonas de repuesto y camas que salvaron antes de la inundación.
Entre los pocos afortunados cuyas aldeas no quedaron completamente sumergidas, muchos se quedaron en sus hogares, abandonados de facto. El Gobierno ha instado a la gente a dejar los pueblos aislados, advirtiendo que si miles se quedan, los esfuerzos de ayuda podrían resultar abrumados, se causaría una inseguridad alimentaria generalizada y se provocaría una crisis de salud a medida que se propagan enfermedades.
Pero los residentes tienen sus razones para quedarse: afirman que necesitan proteger sus objetos de valor (ganado sobreviviente, refrigeradores y techos de metal) de los ladrones en la zona. El costo de alquilar un bote para trasladar a sus familias y pertenencias es demasiado alto. Y la perspectiva de vivir en un campamento de tiendas de campaña es demasiado sombría.
Aun así, sus condiciones de vida son miserables. La malaria, el dengue y las enfermedades transmitidas por el agua están muy extendidas. El área ha sido golpeada por más lluvias y olas de calor desde que quedó sumergida. El Gobierno cortó la energía en el área, una medida de seguridad para evitar que las personas se electrocuten, lo que deja a las aldeas en la oscuridad cada noche. La mayoría de los pueblos no han recibido ninguna ayuda, dicen los residentes.
Estamos abandonados, tenemos que sobrevivir solos”.Ali Nawaz, de 59 años, productor de algodón que vive en Wado Khosa en Dadu.
El pueblo de Wado Khosa es el hogar de unas 150 personas que cultivaban algodón para un gran terrateniente, en un sistema feudal de agricultura que es común en Sindh. Los campos estaban casi listos para la cosecha, dijeron los residentes, cuando una noche, hace unas dos semanas, el agua inundó sus tierras.
Al amanecer, cuando salieron de sus casas estaban sorprendidos. El pueblo estaba completamente rodeado por agua que se extendía hasta el horizonte.
“Mi mente no estaba funcionando. Estaba pensando qué haríamos, los niños lloraban”, dijo Nadia, residente de 29 años, quien, como muchas mujeres en las zonas rurales de Pakistán, solo tiene un nombre.
Desde ese día, el agua ha retrocedido alrededor de medio metro, según los residentes. Pero la vida en el pueblo convertido en isla es casi imposible. La inundación destruyó los dos pozos de la aldea, por lo que los residentes deben beber agua salada, que sacan de una bomba manual, que anteriormente solo usaban para lavar. Casi todos en el pueblo están enfermos de malaria o tifoidea, dijo Nadia.
Conseguir comida, además, es una proeza. El precio de las verduras se ha triplicado desde que comenzaron las inundaciones y la familia de Nadia no puede permitirse alquilar un barco para que los recoja en su remota aldea y los lleve al mercado. Por eso, cada pocos días, su primo, Faiz Ali, de 18 años, nada durante unos 20 minutos a través del agua sucia a lo largo de lo que alguna vez fue una carretera hasta que llega a tierra y camina hasta el mercado de la ciudad de Johi, que sobrevivió a las inundaciones.
Después de comprar papas, arroz y verduras, se amarra las bolsas de comida a la espalda, se sumerge en el agua y vuelve a nadar de regreso a casa. Intenta mantener la cabeza por encima del lago maloliente para evitar ingerir el agua y estar atento a las serpientes que ahora se deslizan por su superficie.
“Es difícil. Tengo miedo, todavía tengo miedo cada vez que voy”, dijo.