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martes 11 de marzo de 2025

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Juegos de poder

Juegos de poder

Por Leo Zuckermann

Sí, son mejores las Repúblicas

Seguramente usted no sabe quién es Frank-Walter Steinmeier. Hoy se desempeña como presidente de la República Federal Alemana, es decir, es el jefe de Estado de ese país. Escribo sobre él para argumentar, de nuevo, sobre la superioridad de las repúblicas de las monarquías en los regímenes constitucionales parlamentarios.

En Alemania, las jefaturas de Estado y de gobierno están divididas. Por tanto, las desempeñan dos personas distintas.

El poder político y gubernamental lo tiene el canciller formalmente elegido por el Parlamento (Bundestag), pero, en realidad, por los votantes. Se trata del líder del partido que obtuvo más escaños y logra una mayoría en el Parlamento para formar el gobierno. En este momento es el socialdemócrata Olaf Scholz, quien hace poco sucedió a la muy famosa Angela Merkel.

El poder simbólico de la unidad nacional lo tiene el presidente. Su papel es firmar las leyes que votan los legisladores. Puede rehusarse a hacerlo si las considera inconstitucionales. Los parlamentarios y el gobierno pueden apelar esta decisión. El Tribunal Constitucional acaba decidiendo quién tiene la razón. Sólo en cinco ocasiones los presidentes alemanes se han negado a firmar una legislación desde 1949.

El presidente es el que protocolariamente le solicita al candidato con más escaños en el Parlamento que forme el gobierno. Puede disolver el Bundestag y convocar a nuevas elecciones si no existe una mayoría clara para formar gobierno. Esto nunca ha ocurrido.

Salvo dichas facultades, el papel del presidente es más simbólico como todos los jefes de Estado en sistemas parlamentarios, sean monárquicos o republicanos.

Al presidente alemán lo elige la Asamblea Federal (Bundesversammlung) por un periodo de cinco años con la posibilidad de una reelección. La idea es nombrar a un ciudadano distinguido que represente los mejores valores políticos del país. Si resulta que el presidente es un cretino, pues no le renuevan su periodo por cinco años más. Incluso, en casos extremos, el Parlamento lo puede destituir del cargo.

Actualmente, el presidente alemán es, como mencioné arriba, Frank-Walter Steinmeier. Este señor, de acuerdo con su biografía en internet, “nació en 1956 como hijo de un carpintero y una obrera fabril, ambos de religión protestante. Tras prestar su servicio militar de 1974 a 1976, estudió Derecho y Ciencias Políticas entre 1976 y 1982 en la Universidad de Gießen. De 1986 a 1991 trabajó como colaborador científico en la cátedra de Derecho Público y Ciencias Políticas. Escribió una tesis doctoral sobre las personas sin hogar y la intervención del Estado para prevenir y eliminar la falta de hogar. Está casado y tiene una hija”.

Es un político que ha desempeñado varios cargos de alto nivel en el gobierno alemán y la Unión Europea. Incluso, como candidato socialdemócrata, compitió por la cancillería en contra de Angela Merkel, quien lo derrotó. Por disposición constitucional, al convertirse en el jefe del Estado, renunció a su militancia partidista. Ahora representa a toda la ciudadanía de ese país.

Por la presidencia alemana han pasado 12 hombres y ninguna mujer desde 1949 cuando se constituyó la República Federal de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Algunos han tratado de influir en la política, pero más bien han sido personas discretas que cumplen con un papel más ceremonial.

Me gusta mucho más este sistema republicano que uno monárquico en los regímenes parlamentarios. Me parece maravilloso que el hijo de un carpintero y una obrera represente al país. Steinmeier tiene muchos más méritos que los que tenía la reina Isabel II. Ella fue jefa de Estado más de 70 años tan sólo por haber sido la primogénita producto de la concepción de un espermatozoide del rey Jorge VI y el óvulo de la aristócrata Elizabeth Angela Marguerite Bowes-Lyon.

Es un pésimo mensaje para la sociedad que su jefa de Estado se decida por la lotería de la vida. Y, aunque Isabel II resultó ser una monarca eficaz, nada asegura, en una monarquía, que su sucesor, Carlos III, lo vaya a ser. A lo mejor acaba siendo un cretino, pero los británicos lo tendrán que soportar hasta que se muera y lo suceda su primogénito en el trono.

En las repúblicas, en cambio, el jefe de Estado puede ser removido por el Parlamento y, como en el caso alemán, no dura más de diez años en su puesto. La jefatura del Estado se refresca dándole entrada a un nuevo ciudadano distinguido que represente al país.

Así que mejor Steinmeier, quien por cierto anda visitando México, que Isabel II o Carlos III.

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