Gaspar Noé, uno de los grandes provocadores del cine contemporáneo, consiguió con Vortex su película más personal, pero puede que también la más terrorífica. Y ni siquiera hay violaciones (Irreversible), ni carnavales de drogas (Enter the Void, Clímax), ni sexo explícito (Love), como tiene acostumbrados a sus fans.
Bruma, olvido y decadencia abrazan su más reciente filme, que medita en un tema tabú, un drama tan privado como común puertas adentro. La demencia senil, que el realizador conoció de cerca pues su madre, abuela y suegra la sufrían.
«A aquellas personas cuyos cerebros fallarán antes que sus corazones», dedica el francoargentino su pieza, que llegará a la plataforma Mubi este viernes.
«Recuerdo las escenas de rabia o de llanto. Algunas no estaban planeadas, así que fue necesario encontrarlas. No me gusta la palabra improvisación, creo que todo se trata de una suerte de control de la acción, de la actuación».
Françoise Lebrun,
actriz
La historia, rodada en París durante la pandemia, es sencilla: «Él» (el cineasta de culto Darío Argento, autor de Suspiria) y «Ella» (Françoise Lebrun), conviviendo en un casa plagada de recuerdos, el deterioro y la enfermedad. «La vida es una fiesta corta que pronto será olvidada», reza la escueta sinopsis oficial.
«No conozco gente con demencia, ni familia ni amigos con ese mal, así que vi muchos documentales al respecto. Lo que aprendí a través de estas películas y experiencias ajenas es que no hay manera de generalizar con esto.
«Cada Alzheimer es una pérdida individual de capacidades mentales. Como el espectro es tan enormemente grande, decidí crear para mi personaje algo único», dice en entrevista Lebrun.
Mito viviente del cine francés, actualmente de 78 años, la actriz es famosa por ser buena con los diálogos. Toda una generación de cineastas, entre la que se encuentra Noé, venera un poderoso monólogo de 7 minutos que hizo en La Madre y la Puta (1973), pieza clave de la obra de Jean Eustache.
Aquí, en los zapatos de una psiquiatra jubilada cuya mente pierde la batalla, sus líneas (llenas de frases inacabadas) son mínimas, y su actuación corporal, plena. Del realizador, recibió un guión conceptual de apenas 10 páginas, pero la intensidad de su interpretación es igualmente proporcional a aparente sencillez de la película.
«La investigación que hice, además de la ayuda que me dio Gaspar, me sirvió. Respecto a cómo actuar el Alzheimer, es muy interesante pensar cómo una persona deja de tener la capacidad de responder, de hablar, de actuar. Todo se tiene que concentrar en el rostro.
«Hubo una escena que tuvimos que repetir, pero hubo 15 días entre cada toma. Al llegar a la segunda, Gaspar se dio cuenta de que mis ojos se movían demasiado rápido, entonces hubo que regresar a ese punto de contrición mental», evoca.
Noé decidió presentar a sus personajes con una pantalla dividida (recurso ya visto en su Lux Aeterna), que acentúa la distancia que la enfermedad pone y muestra sus experiencias en paralelo, como dos soledades. La historia fluye con naturalidad, como en una suerte de documental costumbrista en el que ambos actores ponen mucho de su parte.
«Ella», cuya orientación es un caos debido a su enfermedad neurodegenerativa, no recuerda dónde está, a quién tiene enfrente, y se angustia, se enrabia, llora y se automedica. «Él», quien batalla para escribir un ensayo sobre los sueños en el cine, es su compañero mientras ese borrador que es el tiempo extiende su manto.
«No sé qué decir sobre si la película cambió algo en mí», medita Lebrun. «Con la edad que tengo, no necesito que una película me ponga a pensar en la muerte y el envejecimiento. Sí creo que es una película importante y estoy agradecida por ella.
«La Madre y la Puta, de Jean Eustache, fue como el público me descubrió hace mucho. Tener la oportunidad, tantos años después, de aparecer en un filme así como Vortex, es maravilloso».