Por José Elías Romero Apis
Desde hace siglos decimos que cuando ha cambiado la costa ha llegado el momento de cambiar el mapa, porque es una ingenuidad creer que la costa y el mapa son perpetuos y son inmutables.
En la política, la costa cambia con frecuencia. Por ejemplo, la guerra criminal y en la guerra militar se parecen, porque en las dos hay pistolas y hay muertos. Hasta allí sus semejanzas. Pero su primera diferencia está en que en la guerra militar el enemigo y el aliado están identificados mientras que en la batalla contra el crimen no siempre se sabe quién está de nuestro lado y quién está en contra nuestra. En ocasiones, el enemigo es o ha sido nuestro compañero de escuela, de club o de trabajo.
La mayor diferencia reside en que las guerras terminan, por largas que hayan sido. Pero la lucha contra el crimen organizado es eterna. Siempre existirán los cárteles. Ésa es una mala noticia. Pero siempre existirán las procuradurías. Ése es el lado bueno del asunto.
Siempre ha sido muy difícil predecir la duración de una guerra. Por eso no sabemos si la nuestra va a durar tres sexenios o dos generaciones. Lo que todos sabemos es que no terminará antes de 10 años. Pero no sabemos cómo será el futuro. ¿Con una victoria? ¿Con una derrota? ¿Con una tregua? ¿Con una rendición? ¿Con un tratado? ¿Con un reparto? ¿Con un protectorado?
Hoy en día ya me incomoda aceptar que a mi país se le reconocerá en el mundo futuro más por un narcotraficante que por un político, por un profesionista, por un empresario, por un científico, por un intelectual, por un artista o por un filántropo. Y creo que eso es parte del tema político de nuestro tiempo.
Que esos criminales tengan un enorme poder de seducción debido a que son muy ricos, muy poderosos, muy afamados, muy temidos, muy reverenciados, muy obedecidos y muy imitados. Es decir, porque tienen los atributos que más fascinan a los espíritus enclenques. Pongo un ejemplo de esa alteración sociocultural de mi país. Hace 80 años ningún joven mexicano hubiera querido ser Gregorio Goyo Cárdenas ni Higinio Pelón Sobera de la Flor. Pero estoy seguro de que hoy en día hay miles de jóvenes mexicanos y extranjeros que arriesgarían hasta la vida por ser Joaquín El Chapo Guzmán.
Por esa realineación de valores y de ideales nuestros hijos y nuestros nietos van a convivir con esos jóvenes embriagados por la seducción. Eso es tan sólo uno de los más insignificantes de entre los múltiples efectos culturales y políticos que tiene la criminalidad.
Ése es el desafío mexicano para el futuro. Las consecuencias destructivas de una guerra que afectará las vidas, la economía, la política, las instituciones y hasta la cultura. Lo que de ello quedará afectado, herido o hasta despedazado. ¿Es eso un problema militar o es un problema político?
El asunto es muy serio. A diario se muere mucha gente, de la buena y de la mala. Se dice que mueren miles cada año. Pero la solución no está en que los mexicanos se culpen entre sí. Con el pleito entre partidos muchos medran, pero el fondo es muy dramático.
Después será necesaria una reconstrucción que también es impredecible en tiempos, en esfuerzos y en sufrimientos. Pero anticipo que será muy larga, muy complicada y muy dolorosa. Implicará la reparación y la restauración de las corporaciones policiales, de las Fuerzas Armadas, del sistema de justicia, de la organización financiera, del ejercicio político, de la cultura de legalidad y hasta de la vida personal o familiar. ¿Ésas serán soluciones armadas o serán soluciones de Estado?
Los militares ganan la guerra. Los políticos ganan la paz. Los militares trabajan en el cuarto de guerra. Los políticos trabajan en la mesa de paz. Para el verdadero guerrero no hay sustituto de la victoria. Para el verdadero político no hay sustituto de la paz. En una palabra, habrá que cambiar el mapa por todo lo que haya cambiado la costa.