Una pérdida de tiempo era como consideraba César el celebrar el día de muertos y cada año tenía discusiones por su esposa pues le hacía gastar fuertes cantidades de dinero para instalar el tradicional altar de muertos, preparar comida para sus padres y comprar una gran variedad de flores para llevar al cementerio.
Habían pasado varios años de que habían fallecido los papas de Erika, pero ella los recordaba cada día, mientras que los papás de César tenían un par de años de haber cruzado al más allá, por lo que reclamaba a su esposa el que gastara dinero y tiempo por personas que ya no estaban en este mundo. “Ni a mis papás que acaban de morir les llevo flores”, decía en tono molesto.
Ella ignoraba los reclamos de su marido pues sabía que esa pelea ya se había convertido en tradición anual al igual que el instalar el altar.
Muchas veces Erika le explicaba que el día de muertos, sus familiares regresaban a este mundo y comían de los platillos que le dejaban en sus altares, bebían cerveza, vino, tequila o agua y al final realizaban la peregrinación para regresar al mundo de tinieblas, por lo que era conveniente dejarles sus platillos favoritos para que su regreso no fuera pesado para sus almas.
Como burla y en una clara muestra de falta de respeto, César tomaba los platillos ya preparados, se comía una parte y la otra la tiraba en su patio para que se la comieran los animales.
El coraje de su esposa estalló y le ordenó a su marido que mejor saliera de la casa y no estorbara.
Cesar se fue al patio y tomó una escoba para barrer las sobras que habían dejado los animales, juntando a su vez, una gran cantidad de excremento de los perros, llegando en ese momento una idea para gastarme una broma a su mujer.
En un plato desechable colocó el excremento de los perros, cortó flores venenosas y con ramas llenas de espinas, adornó un altar dedicado a sus padres, para después llamar a su esposa y mostrarle la ofrenda realizada a las personas que le dieron la vida.
Tras una acalorada discusión, César salió de su casa y le dijo a su esposa que acudiría al panteón para demostrarle que los espíritus no vendrían.
Un par de horas permaneció sentado en una tumba, cuando a lo lejos, observó a que en el acceso principal se acercaba un gran número de personas que caminaban a paso lento.
César miraba extrañado pues cada una de estas personas tenían en sus manos tamales, platillos de comida tradicional, botellas repletas de tequila que parecía nunca acabarse. Los niños tenían dulces y trozos de caña los cuales corrían entre la multitud.
Casi se desmaya al ver a dos personas con mirada triste pues comían excremento de animales y sus manos parecían raspones y arañazos hechos con espinas. Eran sus padres que seguían lentamente la procesión de los muertos.
Al lograr reanimarse, César fue corriendo a su casa y sacrificó sus mejores gallinas, puso un cabrito en el asador y posterior derribó el altar que había construido, para después colocar flores hermosas y servir los platillos más deliciosos a sus padres.
Su esposa salió al patio y vio la ofrenda que habían colocado para sus suegros y al entrar a la casa, vio a su marido dormido, tomando la decisión de ir sola al panteón para arreglar la tumba de sus padres y sus suegros.
Al oscurecer, vio la peregrinación que se dirigía a la salida del camposanto y al final de esta, estaba César cargando los platillos de comida, tratando de alcanzar a sus padres.
Erika intentó llamar a su esposo para tratar de averiguar qué era lo que ocurría, pero ante sus ojos, este desapareció junto a todos los espíritus que habían venido a este mundo.
Fue cara la insolencia que tuvo que pagar, pues por una eternidad persigue a sus padres para entregar la ofrenda que preparó en sus últimas horas de vida.
