Todo hace suponer de que tal y como sucede en la actualidad, en Monclova en el año de 1800, pudiera verse a la educación como el único bastión que favoreciera entre sus vecinos las buenas costumbres y el amor al trabajo para aspirar a mejores condiciones de vida. Por desgracia era todo lo contrario, se carecía de educación, principalmente por el manifiesto desinterés y oposición que mostraban los padres de familia, que se desentendían de esta obligación porque igualmente ellos mismos en su gran mayoría (aproximadamente 93 por ciento) eran analfabetas.
El acceso a las escuelas de primeras letras privilegiaba principalmente a los varones cuya instrucción incluía asignaturas tales como: Doctrina cristiana, geografía y geometría; mientras que por otro lado las niñas que tenían la oportunidad de asistir a las casas de oración y labor; su enseñanza tenía que ver con reglas de urbanidad, costura, tejidos, bordados y doctrina cristiana.
En esa época los padres consideraban de mayor provecho que sus hijos cuidaran sus sembradíos, bueyes o alguna otra bestia que pudieran poseer, esto provocaba la ausencia de alumnos, motivo por el cual las escuelas se encontraban semi-despobladas.
Algunos padres de familia con demasiada falta de razón, se disculpan neciamente de que a sus hijos nada les enseñaban los maestros en la escuela, que para instruirlos en la doctrina, se bastaban ellos mismos y sus padres lo habían acostumbrados sin este requisito.
Las madres a titulo se su imprudente querer, impedían que sus hijos concurrieran a las casas de enseñanza para evitar así los corrigieran evitándoles castigos cuando fueran menester para su provecho.
A principios del siglo XIX, en la región había comunidades de mucha estrechez que apenas podía contarse de entre sus vecinos, alguno que otro que supiera leer, escribir y recitar sin mucha complicación el catecismo de padre Jerónimo Ripalda.
Posteriormente a estos años, empieza a haber claras muestras de interés por asistir a las escuelas, lugar donde se confiaba a los estudiantes buena parte del día, haciéndolos en habitaciones de una sola pieza. En algunas poblaciones se podían dar el lujo de construir salones rectangulares, con bancas alineadas que evitasen lo más posible la comunicación y con un estrado desde el cual el docente cubriera la doble función de vigilar y conducir el tiempo que se convertirá en símbolo de poder.
En el caso de Monclova que contaba con no más de una docena de estudiantes, a veces se utilizaba una habitación de la casa del preceptor (maestro) y en ocasiones se le rentaba a un particular y en la mayoría de los casos se habilitaba un espacio del edificio del Ayuntamiento.
Arnoldo Bermea