Por Fabiola Guarneros Saavedra
Divide y vencerás…
En política, “divide y vencerás” es una estrategia para mantener bajo control a una población, fragmentando el poder de organización, convocatoria, de opinión y de acción de los distintos grupos o sectores, de tal manera que no puedan reunirse en pos de un objetivo común.
La sociedad mexicana está dividida, polarizada. Quienes representan la Cuarta Transformación —que, por cierto, hoy el Presidente cambiará el nombre del modelo político— y los partidos se asumen y actúan como dueños de verdades absolutas.
Y no se han dado cuenta de que ni oficialistas ni opositores representan los intereses ciudadanos. No hay un líder —ni en Palacio Nacional— capaz de recoger y entender el reclamo de una sociedad harta de mentiras, de promesas incumplidas, y que es ajena a los intereses gubernamentales. Los políticos no están viendo ni escuchando.
Tiene razón el Presidente cuando dice que el 13 de noviembre los cientos de miles de ciudadanos que salieron a las calles en 63 ciudades del país no sólo marcharon para defender la autonomía del INE. El mensaje central y el motivo fue ése, por supuesto; pero ahí también retumbó el hartazgo.
Divide y vencerás. Se impone la respuesta autoritaria de un jefe de gobierno que selecciona a sus gobernados, que margina y se burla de los reclamos de los que cree minoría.
No escuchó a las mujeres del 8M ni a las del 25 de noviembre, que le han mostrado los rostros, nombres y apellidos de las víctimas de la violencia. Ignora a las familias de los desaparecidos y no hace justicia por las madres que asesinaron mientras buscaban a sus hijas.
Y a los ciudadanos hartos de la inseguridad, la violencia, la impunidad, de la falta de servicios de salud, de la burocracia gubernamental y de “los otros datos”, les recetó el mismo veneno: descalificaciones, burlas y polarización.
No se trataba de medir fuerzas ni de mostrar que tiene el poder para “movilizar” gente. El mexicano eso lo sabe desde los tiempos de la hegemonía priista, cuando también se utilizaban los programas sociales como monedas de cambio o instrumentos de presión. Sabemos cómo se chantajea a los trabajadores de la administración pública, desde que se hizo público y se comprobó el diezmo que cobraba Delfina Gómez.
La respuesta de Palacio Nacional fue la provocación.
¿A quién quiere demostrar y qué? El Presidente lo ha dicho y tiene razón: el pueblo no es tonto. Habrá que ver cuántos de los movilizados hoy acuden por convicción. Esa es la diferencia.
Los mexicanos están en medio del choque entre los extremos, entre radicalismos, entre fanatismos y esto siempre es un riesgo para el bienestar y para el desarrollo.
Estamos a nada de enfrentarnos, ya escalan las discusiones en las familias o los amigos.
Nos toca como sociedad ignorar el discurso polarizador y las posturas irreductibles para poder avanzar en la unidad.
Al jefe de Estado le corresponde propiciar la unidad nacional en el respeto de la diversidad y pluralidad; garantizar y proteger la ley, así como la institucionalidad. Le toca revisar sus propios intereses y analizar las demandas de quienes piensan diferente bajo la lógica de la tolerancia democrática.
A Morena y sus aliados, así como a la oposición, les toca dejar de exaltar los ánimos, procesar, entender y atender las demandas de la sociedad.
México debe vencer la división y trabajar unido hacia la inclusión de la diversidad.
Asumir el juego del todo o nada acabará por erosionar la unidad nacional.
La filósofa Adela Cortina dijo, en el Foro Internacional Periodismo e Integridad Electoral, que “el autoritarismo es, por definición, intolerante a la crítica y repelente al escrutinio público (…) Los regímenes autoritarios requieren de una prensa adormecida, fiel, sumisa, que, lejos de trabajar para la ciudadanía, esté al servicio del propio régimen; una prensa que, muy lejos de hacer periodismo, se dedique a hacer propaganda, a repetir los dictados del poder”.