Por Vianey Esquinca
La pesadilla está en el aire
Lo que sucedió el viernes y ayer en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México es el reflejo de lo que sucede todos los días en el país. El AICM informó que suspendieron operaciones de despegue y aterrizajes como consecuencia de un banco de niebla.
Miles de personas, como sucede cada vez que se presentan este tipo de niebla, sufrieron cancelaciones y retrasos en sus vuelos. La frustración, el enojo y la resignación reinó en el aeropuerto, tal como se respira en algunos rincones de México.
Ante esto, el AICM emitió un comunicado el 3 de diciembre que posteó en sus redes sociales: “El Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México proporciona y garantiza seguridad y comodidad a pasajeros y público en general que acude a sus instalaciones con personal de la Marina Armada de México y con sus propios recursos humanos, empeñados en mejorar cada día sus servicios”. En este boletín aparecieron los logos del Aeropuerto, de la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes y de la Secretaria de Marina. Bastaba con observar las imágenes y mensajes de la gente esperando en el comodísimo y acolchonado piso del aeropuerto, formada en las siempre reconfortantes filas, sentadas en una sala repleta con ese calorcito, sólo comparable con el baño sauna de un spa de lujo para darse cuenta de que esa “comodidad” sólo existe en la cabeza de esas dependencias.
La gente desesperada no sabía a quién echarle la culpa de su desventura. ¿Al AICM?, ¿a las aerolíneas?, ¿al gobierno de Miguel Alemán que inauguró en 1952 el entonces Aeropuerto Central, hoy AICM? ¿a López Obrador que, en lugar de invertir en el nuevo aeropuerto, lo canceló y construyó uno que ha mostrado su ineficacia e inutilidad?
La neblina es como el populismo que no deja ver a la gente lo evidente, que a pesar de la evidencia, de la información y los datos, la gente llega al extremo de culpar al fenómeno meteorológico por sus desgracias; piensan que la niebla tiene la malvada capacidad de formarse exclusivamente para hacerle la vida imposible a los mexicanos. Lo conciben como un gas maligno que viene del exterior para descarrilar a la transformación que encabeza el tabasqueño. Es lo mismo que cuando la gente piensa que un tramo de la Línea 12 del Metro se cayó es porque “esas cosas pasan” o que todas las complicaciones económicas “vienen del exterior”.
Apenas, el 23 de noviembre, alrededor de 7 mil pasajeros vivieron un día de furia en la terminal 2 del AICM porque el Instituto Nacional de Migración se quedó sin internet. Cada vez es más común escuchar las historias más bizarras sobre por qué un avión no puede despegar o aterrizar: un perro en la pista, saturación, mal tiempo, falta de combustible, un controlador trasnochado o con dolor de cabeza, etcétera.
Pero como diría Luis Miguel: “No culpes a la noche, no culpes a la lluvia, no culpes a la playa…”, la verdad es que el Presidente cumplió su promesa y acabó con las desigualdades, ahora la clase media y alta que puede pagarse un vuelo se siente como si estuviera en una terminal camionera más, sólo que más cara y en la que tienes que llegar de una a tres horas antes.
El AICM no cuenta con una infraestructura que le permita manejar con precisión los aterrizajes cuando hay niebla, como sí tienen otros aeropuertos en el mundo. Además, desde mayo de 2021, perdió la categoría 1º de seguridad aérea. Eso lo dice todo. Del otro lado de la moneda, existe un aeropuerto en Texcoco, el ChAIFa que está pasando como el más inútil capricho sexenal (y eso que todavía falta ver cómo funciona el Tren Maya).