Un día antes se fueron de aquí el Presidente Andrés Manuel López Obrador y la Coordinadora Nacional de Protección Civil, Laura Velázquez, diciendo que ya todo estaba controlado. Que estaban llegando «muchísimos» víveres, dijo ella. Que la Presa Peñitas, de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), estaba soltando menos agua, afirmó él, antes de irse al aeropuerto. «Yo creo que vamos a poder salir adelante sin que se padezca de la inundación de Villahermosa», dijo el Presidente. Y luego llegó el agua del desfogue y puso a cada uno en su sitio.
De todos modos, nadie les habrá creído. Al sur de Villahermosa, en la colonia las Gaviotas dijeron que en el sector El Cedral y Coquitos se inundaron desde hace dos semanas, lo que parecía cierto pues el agua estancada era verdosa y transparente. Por otra parte, ni costalería pusieron en el Sector Armenia para prevenir el desastre. Ayer no hubo víveres, ni advertencia ni ayuda, y el resto de las casas se fueron al fondo del agua.
El agua que se desbordó del Río Grijalva sumió carros, camionetas, árboles, toda la planta baja. Por la avenida principal, la población salía huyendo apenas con algo. Una bolsa de ropa, un caballo, un perro, unos cerdos. La mayoría a pie con el agua hasta el pecho, caminando varios kilómetros. Algunos con cubrebocas en medio de la mugre. Quien tuviera un segundo piso podía comprar víveres y quedarse a defenderse de los robos. Quien no tenía a dónde irse se iba bajo el sol del trópico, con la tristeza y el rencor en la cara.
«No se vale no se vale, mire cómo se metió el agua, aquí el Gobierno, el Presidente, no hacen nada por nosotros, mire cómo nos tienen», decía un hombre con apenas una chamarra sobre el cuerpo. Le ayudaba a salir a una mujer con hemodiálisis
La población, abandonada a su suerte, iba y venía con diminutas bolsas sobre la cabeza, o bolsas más grandes medio sumergidas en el agua. O arriba de cayucos impulsados por un remo. No había ni la esperanza de pedir ayuda.
«¿Por qué vamos a pedir ayuda? No ayudaron a los hermanos de Macuspana, menos nos van ayudar a nosotros», dijo un hombre que había salido a comprar víveres y ahora regresaba a cuidar su casa inundada. Macuspana, el municipio donde nació López Obrador, también está anegada.
«Nosotros estamos conscientes de que ya nos fuimos al agua, pero el Gobierno estaba más consciente de que esto iba a pasar y que no iban a mandar ayudar», añadió cuando ya comenzaban los saqueos.
Un grupo de jóvenes rompió los candados de las tiendas y sacó hasta los refrigeradores. Animaban a la gente a llevarse algo. Durante tres horas entre el agua, sólo se vio a media docena de soldados con una balsa inflable.
Mayor servicio prestaba Santiago Vázquez, de 22 años, un conductor de Combi que ya tenía ampollas por tanto empujar su cayuco de cooperación voluntaria. «Esto está muy loco, tigre, esto está muy loco, aquí nadie se acuerda de nosotros», iba diciendo y acercaba a un hombre hasta el segundo piso. Bajaba por una escalera de metal a una mujer con su perrito. Remaba entre autos y árboles hundidos, negocios, corrales de borregos y anuncios de se vende pescado vivo para llevar a un maestro kilómetros adentro para que le dejara croquetas a sus perros.
Había perros por todas partes. En las azoteas, nerviosos y moviendo la cola. En las escaleras, donde pudieron refugiarse casi muertos de hambre. Naufragando en las calles más hondas. Buscando qué comer en las partes secas. Había un perro muerto flotando en la entrada de un negocio anegado. Había también olor a perro muerto en las zonas más alejadas.
«No hay que tocar el agua porque ahí hacemos pipí», dijo un niño cuando lo rescató el cayuco de Santiago.
«Esta bronca es de la Comisión Federal de Electricidad por retener mucha agua», gritó un hombre en el embarcadero. «Me imagino que para salvar al Centro de Villahermosa nos inundaron a nosotros acá, no sé», dijo una señora que se llevó a su perrito.
Por la tarde seguía la huida. El agua se había desbordado ahora hacia el norte de Las Gaviotas donde había elementos del Ejército y la policía, pero sólo vigilantes contra los saqueos. Todo mundo se iba.
Del otro lado del río, hacia la parte turística de la Ciudad, el agua ya había inundado tiendas de muebles y centros comerciales. El cause del Grijalva ya subía a menos de un metro del borde detrás del Museo de Antropología y del Teatro municipal. Sobre el malecón Carlos A. Madrazo, frente al palacio de Gobierno, soldados y voluntarios reforzaron el muro todo el día con costales de arena, pero todavía se filtraba el agua. Unos trabajaban, otros, sobre el puente, miraban correr al agua.