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martes 26 de agosto de 2025

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Año de 1796 – Noticias relativas a la nación apache

Año de 1796 – Noticias relativas a la nación apache

Por Luis Alfonso Valdes Blackaller

(Sacado del manuscrito del Teniente Coronel don Antonio Cordero)

Parte 1 de 4

Antonio Cordero fue gobernador de Coahuila en dos ocasiones entre 1798 – 1817, gobernador de Texas de 1805 – 1808, y de Sonora y Sinaloa entre 1813 – 1819.  Sirvió desde muy niño en las compañías presidiales (tropas encargadas de proteger a los pobladores de las provincias), hizo por espacio de muchos años la guerra a los salvajes, sabía su lengua, había tenido con ellos tratos y relaciones; les conocía bajo todas sus fases, y ninguno como él pudo hablar con tanto tino y tamaña exactitud.

El Manuscrito dice así:

«Es la nación apache una de las salvajes de la América septentrional, fronteriza a las provincias internas de la Nueva España. Se extienden en el vasto espacio de dicho continente, que comprenden los grados 30 a 38 de latitud Norte, y 264 a 277 de longitud de Tenerife.

Puede dividirse en nueve parcialidades o tribus principales y varias adyacentes, tomando aquellas su denominación, ya de las sierras y ríos de sus cantones, ya de las frutas y animales de que más abundan. Los nombres con que ellas se conocen son los siguientes: Vinni ettinen-ne, Segatajen-ne, Tjuiccujen-ne, Iccujen-ne, Yutajen-ne, Sejen-ne, Cuelcajen-ne, Lipajen-ne y Yutajen-ne, que sustituyen los españoles nombrándolos por el mismo orden, Tontos, Chiricaguis, Gileños, Mimbreños, Faraones, Mescaleros, Llaneros, Lipanes y Navajos, y a todos bajo el genérico de Apaches.

Hablan un mismo idioma, y aunque varía el acento y tal cual voz provincial, no influye esta diferencia para que dejen de entenderse recíprocamente. Esta lengua, a pesar de su singularidad y gutural pronunciación, no es tan difícil como indica su primera impresión, y acostumbrado el oído se halla cierta dulzura en sus palabras y cadencia. Es escasa de expresiones y voces, y esto origina una repetición molesta que hace la conversación sumamente difusa. Por medio de una sintaxis y vocabulario sería fácil aprender, siempre que valiéndose de ciertos signos se demarcase el golpeo con que la lengua y garganta deben concurrir a la pronunciación de algunas voces, que producen con dificultad aun los mismos apaches.

No componen estos en el día una nación uniforme en sus costumbres, usos y gustos. Coinciden en muchas de sus inclinaciones; pero varían en otras con proporción a los terrenos de su residencia y las necesidades que padecen, y a lo más o menos que han tratado con los españoles. Se dará una idea general de lo que es común a todos ellos, y se hablará particularmente después de cada una de las parcialidades expresadas.

El apache conoce la existencia de un Ser Supremo Criador, bajo el nombre de Yastasitasitan-ne o Capitán del Cielo; pero carece de ideas de que sea remunerador y vengador. Por esto no le da culto alguno, ni tampoco lo consagra a alguna de las demás criaturas que comprende haber sido formadas por Aquel para su diversión y entretenimiento. A las vivientes juzga dispuestas a aniquilarse después de un cierto tiempo, en los mismos términos que lo cree de su propia existencia. De aquí resulta que olvidando fácilmente lo pasado, y sin inquietud alguna de lo futuro, lo presente solo es lo que le toca e interesa. Desea, sin embargo, estar de acuerdo con el Espíritu maligno, de quien juzga depende lo próspero y adverso, dándole esta materia pábulo para infinitos delirios.

Nacido y criado el apache al aire libre del campo y fortificado por alimentos simples, se halla dotado de una robustez extraordinaria, que le hace casi insensible al rigor de las estaciones. El continuo movimiento en que vive, trasladando su ranchería de uno a otro punto con el fin de proporcionarse nueva caza y los frutos indispensables para su subsistencia, lo constituye ágil y ligero en tal grado, que no cede en velocidad y aguante a los caballos, y seguramente les sobrepuja en los terrenos escarpados y pedregosos. La vigilancia y cuidado con que mira por su salud y conservación le estimula también a descampar a menudo por respirar nuevos aires, y que se purifique el lugar que evacua, llegando a tal extremo el celo por la sanidad de su ranchería, que abandona a los enfermos de gravedad cuando juzga pueden infestar su especie.

Es extremadamente glotón cuando tiene provisiones en abundancia, al paso que en tiempo de calamidad y escasez sufre el hambre y la sed hasta un punto increíble, sin que desmerezca su fortaleza. A más de las carnes que les franquean sus continuas cacerías y robos de ganados que ejecutan en los terrenos de sus enemigos, consiste su corriente manutención en las frutas silvestres que producen sus respectivos territorios. Así estas como las especies de caza diferencian en los distintos cantones que habitan; pero hay algunas comunes en todos ellos.

Por lo respectivo a la caza, lo es la bura, el venado y el berrendo, el oso, el jabalí, el leopardo y el puercoespín. En razón a las frutas son generales la tuna, el dátil, la pitahaya, la bellota y el piñón; pero sus principales delicias consisten en el mezcal. Lo hay de varias clases, pues se saca de los cogollos del maguey, del sotole, de la palmilla y de la lechuguilla; y se beneficia cociéndolo a fuego lento en una hoguera subterránea, hasta que adquiere cierto grado de dulzura y actividad. También hacen una especie de sémola o pinole de la semilla del heno o zacate que cosechan con mucha prolijidad en el tiempo de su sazón, y aunque en cortas cantidades (por no ser de genio agricultor); alzan también algún poco de maíz, calabaza, frijol y tabaco, que produce la tierra más por su feracidad que por el trabajo que por el trabajo que se impende en su cultivo.

Su temperamento bilioso influye en los de esa nación, un carácter astuto, desconfiado, inconstante, atrevido, soberbio y celoso de su libertad e independencia. Su talla y color diferencia en cada cantón, pero todos son morenos, bien proporcionados en sus tamaños, de ojos vivos, cabello largo, ninguna barba y pintada la astucia y sagacidad en su semblante.

No corresponde en manera alguna el número de su población al terreno que ocupan. De aquí dimanan los espaciosos desiertos que se encuentran en este inmenso país, y que cada padre de familia en su ranchería se considera un soberano de su distrito.

En lo general eligen para moradas las sierras más escarpadas y montuosas. En estas hallan agua y leña en abundancia, las frutas silvestres necesarias y fortificaciones naturales en donde defenderse de sus enemigos. Sus chozas o jacales son circulares, hechas de ramas de los árboles, cubiertas con pieles de caballos, vacas o cíbolos, y muchos usan también tiendas de esta clase. En las cañadas de las mismas sierras solicitan los hombres la caza mayor y menor, extendiéndose hasta las llanuras contiguas, y proveyéndose de lo necesario, lo conducen a su ranchería, en donde es peculiar de sus mujeres, tanto el preparar las viandas, cuanto el beneficio de las pieles, que después han de servir para varios usos, y particularmente para su vestuario.

Los hombres se las acomodan alrededor del cuerpo, dejando desembarazados los brazos. Es en lo general la gamuza o piel del venado la que emplean en este servicio. Cubren la cabeza de un bonete o gorra de lo mismo, tal vez adornado de plumas de aves o cuernos de animales. A ninguno falta desde que empieza a andar, sus zapatos muy bien hechos, con una media bota de piel, que se llaman por los españoles téhuas. Todos se cuelgan de las orejas zarcillos formados de conchas, plumas y pequeñas pieles de ratones, y suelen agregar a este adorno la pintura de greda y almagre con que se untan la cara, brazos y piernas. El vestuario de las mujeres es igualmente de pieles; pero se distingue en que usan una enagua corta, ceñida por la cintura, y con algún vuelo por las rodillas: un cotón o gabán que se introduce por la cabeza y cuelga hasta medio cuerpo, tapando el pecho y espalda, y dejando abiertos los lados: zapatos como los de los hombres, y ningún abrigo en la cabeza, cuyo cabello, atado en forma de castaña, conservan por lo común en una bolsa de gamuza, de cíbolo o de piel de nutria. Sus adornos en el cuello y brazos son sartas de pezuñas de venado y berrendos, conchas, espinas de pescado y raíces de yerbas odoríferas. Las familias más pudientes y aseadas bordan sus trajes y zapatos de la espina del puercoespín, que ablandan y suavizan para emplearla en este servicio; y muchas mujeres añaden en sus enaguas un farfalá de campanillas de hoja de lata o pedacitos de latón que hace sumamente ruidosa su compañía.

El hombre no conoce más obligación que la caza y la guerra, construir sus armas, sillas de montar y demás arneses propios de su ejercicio. Las mujeres cuidan las bestias que tienen; trabajan los útiles necesarios para su servicio; curten y adoban los cueros de los animales; conducen el agua y la leña; buscan y recogen las semillas y frutos que produce el terreno en que se hallan; las desecan y hacen panes o tortas; siembran tal cual mata de maíz, frijol, etc.; las riegan y cosechan a su tiempo, y no están exentas de acompañar a sus maridos a las expediciones, en las que les son utilísimas para arrear los robos de bestias, hacer centinelas y servirles en cuanto les mandan.

El armamento de los apaches se compone de lanza, arco y flechas, que guardan en un carcaj o bolsa de piel de leopardo en lo general. Los tamaños de estas armas son diferentes, según las parcialidades que las usan. Entre los apaches de las parcialidades orientales hay algunas armas de fuego; pero así por la falta de municiones, como por no tener arbitrio para repararlas, si se descomponen, las aprecian menos, y generalmente vienen a darles nuevo uso, haciendo de ellas lanzas, cuchillos, lengüetas de flechas y otros útiles que estiman en mucho.

A proporción que un padre de familia tiene más hijos, nietos, sobrinos o dependientes casados, es mayor o menor su ranchería y es reconocido como capitán de ella. La hay de ochenta y cien familias, de a cuarenta, de a veinte y de a menos, y estas mismas vienen a desmembrarse en el instante en que se disgustan los que las componen. Hay algunos tan celosos y altivos que prefieren vivir enteramente separados de los demás con sus mujeres e hijos, porque nadie les dispute la preferencia.

La edad decrépita o avanzada los hace despreciables de los demás: cesa el mando aun en el de mayores créditos, y viene a ser un juguete de su ranchería. En tanto es estimado un hombre o una mujer, en cuanto tiene toda la robustez necesaria para el completo ejercicio de sus funciones: pero este viene a faltarles muy tarde, a causa de su fuerte naturaleza y constitución: se ven muchos de más de cien años asistir a las cacerías y otros duros ejercicios.

Contribución de: Luis Alfonso Valdés Blackaller, en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi Ortega, Francisco Rocha Garza, Oscar Valdés Martin del Campo, Ramón Williamson Bosque, y Willem Veltman.

Envíanos sus comentarios y/o preguntas a: [email protected]

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