Por Jorge Fernández Menéndez
Ovidio: estrategia, no ofrenda
La caída de Ovidio “N” estará muy presente en el encuentro entre los mandatarios de México, Estados Unidos y Canadá.
No es Ovidio el principal líder del cártel de Sinaloa o el más importante introductor de fentanilo ilegal en la Unión Americana, que sufre más de cien mil muertos por sobredosis, sobre todo de fentanilo, cada año. Pero sí es una pieza clave en la estructura del grupo criminal de los Chapitos, junto con sus hermanos Iván Archivaldo (aparentemente el líder de ese grupo) y Jesús Alfredo. Otro hermano, Joaquín, y uno de sus tíos, Aureliano (hermano del Chapo), son quienes, junto con Iván y Ovidio, lideran este grupo que siempre consideró que eran los legítimos herederos de El Chapo desde que éste fue deportado a Estados Unidos y recibió cadena perpetua.
Siempre hemos dicho que el Cártel de Sinaloa no es una organización vertical, en realidad desde décadas atrás, desde las épocas de Amado Carrillo, se mueve como una suerte de holding, con varias empresas criminales asociadas que tienen intereses comunes, pero en muchos casos también divergencia y enfrentamientos.
En el pasado, esas divergencias propiciaron la más cruda de las guerras cuando los grupos de Sinaloa se rompieron en tres vertientes: por una parte los Beltrán Leyva, por la otra el Cártel de Juárez. Esos dos grupos se aliaron a su vez con los Zetas para tratar de aniquilar a los de Sinaloa, encabezados entonces por El Mayo Zambada, El Chapo Guzmán y El Azul Esparragoza. Ellos se impusieron en esa guerra criminal y se consolidaron como la agrupación más fuerte de México, pero desde la caída de El Chapo y la aparente muerte de El Azul, supuestamente por causas naturales, El Mayo Zambada, un hombre que supera los 70 años y que nunca ha sido detenido, se convirtió en el principal factor de poder en el cártel y creo que en el crimen organizado en México.
El Mayo fue determinante para rescatar a los Chapitos cuando fueron secuestrados por una célula del Cártel Jalisco Nueva Generación en un restaurante de Puerto Vallarta. También ordenó la movilización criminal, junto con los hermanos de Ovidio, que implicó el culiacanazo hace más de tres años. Pero desde entonces las diferencias se han profundizado, sobre todo porque el hermano de El Mayo Zambada, Vicente, y dos de sus hijos, no sólo se han convertido en testigos protegidos del Cártel de Sinaloa, sino que también testificaron públicamente en contra de El Chapo en el juicio que se celebró en Nueva York y en el que fue condenado a cárcel a perpetuidad.
Desde entonces, la distancia entre El Mayo (padrino de alguno de los numerosos hijos de Joaquín) y los Chapitos se ha acrecentado llegando incluso a la violencia en varios puntos del país. Otro enemigo de los Chapitos, resultó ser Rafael Caro Quintero, que quiso recuperar sus zonas de influencia en Sonora, y terminó en un durísimo enfrentamiento en toda la zona oeste de la frontera norte.
Lo que es indudable son dos cosas: que los Chapitos son más proclives a la utilización de la violencia, son una generación más joven, y sin duda son ellos los que están explotando en mucha mayor medida el tráfico de fentanilo ilegal hacia la Unión Americana, con fuertes redes de distribución y comercialización en ese país.
La caída de Ovidio afecta ese comercio y habrá que ver si las labores de inteligencia logran extraer de él y de su entorno la suficiente información como para golpear esas redes. Pero es también trascendente por el símbolo nefasto para esta administración que fue el culiacanazo y las razones que se esgrimieron para liberar a Ovidio una vez que había sido detenido en octubre del 2019.
La violencia que se vivió en Sinaloa y otros lugares el jueves de la detención de Ovidio no fue menor a la del culiacanazo, hubo cerca de 30 muertos incluyendo un coronel del Ejército, pero se demostró que cuando existe la decisión política, los grupos criminales no pueden contrarrestar al Estado y sus Fuerzas Armadas.
Se creó esa falsa percepción porque durante cuatro años, con la política de abrazos y no balazos y de simple reacción ante los hechos, los grupos criminales se fueron empoderando y haciéndose de los vacíos que les dejó el Estado mexicano.
Si la estrategia de contención es mala, la de no operar contra los líderes de las organizaciones también es, ha sido, un error. Cuando se descabeza a los grupos, éstos siempre se debilitan y desorganizan; si el golpeteo contra ellos es continuo, sus capacidades disminuyen radicalmente.
Se le suele ignorar, pero en el pasado prácticamente se aniquiló, siguiendo esa línea, a los Beltrán Leyva, a los Zetas, a los Arellano Félix, se desarticuló el grupo de Guadalajara que encabezaba Nacho Coronel, sobre cuyas cenizas creció el CJNG, y a muchos otros grupos menores. Llegaron a operar en México siete grandes cárteles en forma simultánea, cuando llegó López Obrador eran ya sólo dos: Sinaloa y CJNG.
Bandas como Los Mexicles, en Ciudad Juárez, y otras que operan en distintas ciudades, desde Tijuana hasta Chiapas, pudieron resurgir por la política federal de contención y la vista gorda de la mayoría de los gobernadores. Por eso hemos llegado a esta situación.
El presidente López Obrador recibe a Biden y a Trudeau, no sólo exhibiendo fuerza con la caída de Ovidio, sino también con la muerte de El Neto en Ciudad Juárez y la detención del hermano de El Mencho en Jalisco. Ojalá esos golpes impliquen una verdadera vuelta de tuerca, un giro de 180 grados en la estrategia de seguridad, no sólo una suerte de ofrenda a los distinguidos visitantes.