
Por Pablo Hiriart
Giuliani se estrella con las instituciones
MIAMI, Flo-rida.- La gota negra de sudor y tinte de pelo que caía patilla abajo por el rostro de Rudolph Giuliani lo decía todo: el abogado de Donald Trump no puede romper la barrera institucional que le impide descarrilar las elecciones.
Su foto con esa actitud desesperada, que circuló por el mundo a fines de la semana anterior, venía junto con las noticias adversas para el plan desestabilizador del candidato y su abogado.
No habían logrado revertir los resultados en Nevada, Georgia, Michigan, Arizona y Wisconsin.
Y el sábado cayó sobre ellos una estocada sublime del juez federal Matthew Brand, de Pensilvania, que rechazó la solicitud de Giuliani de impedir la certificación de los resultados de las elecciones que ganaron Biden-Harris en ese estado clave.
La síntesis de la defensa de la democracia que hacen las instituciones estuvo condensada en un párrafo de las 37 cuartillas del fallo del juez Brand, al desechar el argumento de Giuliani.
El abogado de Donald Trump y exalcalde de Nueva York fundaba su demanda de negar la certificación de los comicios en Pensilvania, en que los republicanos habrían estado en desventaja, porque se permitió a los electores corregir errores en sus boletas por correo.
Matthew Brand, el juez federal, resolvió con este párrafo que va al corazón de todo el alegato trumpista: “En los Estados Unidos de América, esto no puede justificar la privación del derecho a voto de un solo votante, y mucho menos de todos los votantes de su sexto estado más poblado”.
Las instituciones se pueden defender de una embestida colosal, como la que aquí despliegan el presidente Trump y buena parte del aparato del gobierno que encabeza, sólo si las personas que las integran cuidan su prestigio, actúan profesionalmente y no le temen al poder que las presiona.
Ninguna democracia subsiste sin demócratas. Y aquí, por lo visto, sí los hay.
Ese mismo día sábado, con un Giuliani que sudaba gotas negras en el esfuerzo por bloquear la elección que su cliente, Donald Trump, había perdido, surgió la voz de la sensatez democrática que puso en su lugar las pretensiones del presidente y su abogado.
Patrick Toomey, senador republicano por Pensilvania, reaccionó al laudo del juez Brand con un elocuente “se agotaron todas las opciones plausibles”.
De inmediato el senador emitió una declaración: “felicito al presidente electo Biden, y a la vicepresidenta electa Kamala D. Harris por su victoria”.
En Georgia, otro estado en litigio donde se volvieron a contar, a mano, cinco millones de boletas, ya fue ratificado y certificado el triunfo de Biden. El gobernador Brian Kemp, republicano, rechazó respaldar el alegato de fraude del presidente.
La pizarra nacional marca 79 millones 836 mil 131 votos para Joe Biden, y 73 millones 792 mil 443 sufragios para Trump.
En delegados, 306 para Biden, 232 para el presidente.
De ahí no se va a mover mucho. El ocho de diciembre deben darse las certificaciones por estado.
El 14 de diciembre los delegados emiten sus votos en las capitales estatales.
Para el 23 de diciembre, el vicepresidente Mike Pence recibe los votos electorales.
Luego, el 6 de enero, el Congreso en Pleno cuenta los votos.
Y el 20 de enero al mediodía, el presidente que sale, Donald Trump, y el presidente entrante, Joe Biden, viajan juntos en una limusina desde la Casa Blanca hasta el Capitolio para la ceremonia de investidura del nuevo presidente de Estados Unidos.
¿Así de fácil? ¿Así de terso?
Desde luego que no. Trump seguirá al mando del país por dos meses y todo puede intentarlo.
Y Rudolph Giuliani se juega el prestigio bien ganado como alcalde de Nueva York, hoy maltrecho por una aventura desleal a la democracia de su país, en la que llegó a sudar negro al estrellarse con instituciones sólidas y personas decentes que las integran.