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martes 1 de julio de 2025

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DE TESOROS Y APARECIDOS          

DE TESOROS Y APARECIDOS          

Por: Juan Latapi O.

Cada vez que se habla de tesoros siempre hay alguien que tendrá algo que contar; que si un aparecido, que si un ruido, que si una lumbre, que una casa abandonada, que se aparece una marrana con marranitos, que un jinete sin cabeza pelando chicos ojotes, y otras tantas historias que pueden confundirlo a uno si no se sabe discriminar lo que puede ser tesoro y lo que es un “extremo” de otro tipo. Dicen que donde hay tesoros hay “extremos”, que siempre se ve o se escucha algo sobrenatural que indica que ahí hay un tesoro escondido.

Y cuando de tesoros escondidos se trata, Carlos Esquivel es una de las personas que más sabe del tema y sus relatos tienen la cualidad de cautivar la atención como solo pocas personas logran hacerlo.

“Yo no sé si sea cierto –cuenta Carlos- pero dicen que las monedas de oro despiden un gas, como todos los metales. Que ese gas se va acumulando debajo de la tierra hasta que hace presión y rompe la superficie. Cuando el gas toca el oxígeno del ambiente a cierta temperatura, arde y se ve una lumbre que sale de la tierra. Lo que mucha gente no sabe es que el gas no siempre sale hacia arriba derecho, sino que va buscando los poros en la tierra y lo más probable es que viaje en diagonal, y que a veces recorra una parte horizontal y luego suba. Por eso, cuando buscan y escarban para abajo, donde se ve la lumbre, no encuentran nada y dicen que “los tesoros se mueven”.

Hay casos en los que se escuchan sonidos, pasos, llantos, lamentos, cadenas, puertas que se cierran y cosas similares. Por ejemplo, una persona que padeció mucho tiempo en una cama quejándose constantemente, sus quejidos quedan grabados y de repente se escuchan aún años después, aunque no tenga nada que ver con los tesoros. Igual los pasos, las personas antiguas, solían caminar en sus habitaciones y el sonido de los pasos quedaron grabados. De la misma manera los sonidos de las cadenas con que se atan los animales, perros, puercos y demás, cuando el animal se mueve, el sonido puede quedar grabado.

Otra cosa son los aparecidos. Una mujer de blanco que sale de una casa rumbo a unas tapias viejas y se pierde en un árbol o en una cerca o se aparece de regreso, ahí sí, esa imagen se fue grabando porque esa mujer salía a dejar dinero o a sacar dinero y de repente se puede ver. Allí sí hay que escarbar hasta dar con el entierro que seguramente te está esperando.

Si se aparecen animales, como víboras, perros o marranos, puede ser que en aquellos años en que la Revolución o la Independencia obligaban a las familias a dejar sus tierras, no podían llevar su dinero, porque seguramente los asaltantes los despojarían, entonces los enterraban, y para disimular, sobre el tesoro, enterraban un animal, que por lo general era un marrano. Así, si alguien andaba husmeando y trataba de desenterrar aquello, se encontraban con el cuerpo en descomposición del animal y dejaban de escarbar, conservándose así el tesoro intacto. Por eso, de repente se aparecen animales.

El tesoro de la colonia Progreso

Entre todas las historias que platica Carlos Esquivel hay un relato que pasó no hace mucho en la colonia Progreso, aquí en Monclova. Cuenta Carlos que un día uno de sus cuñados le platicó que recién había adquirido una casa en aquella colonia y, cuando llegó, los vecinos le advirtieron que allí había aparecidos y que se escuchaba llorar a un niño, le sugirieron que lo mejor era que no se cambiara.

Intrigado por esa advertencia, cierta noche Carlos junto con un amigo fueron a esa casa con un aparato detector de metales. Empezaron a recorrerla, cuarto por cuarto, cuando de pronto el sonido del detector cambió de tono, era evidente que ahí había algo, en medio de un cuarto, por lo que habría necesidad de romper el piso.

“No, dijo Carlos, la casa es de mi cuñado y no podemos romper el piso sin su consentimiento”. El amigo, con tono medio decepcionado le respondió “pues de que hay algo, por experiencia te digo que si el aparato suena tiene uno que desengañarse. Ahí hay algo, estoy seguro, no sé qué es, pero ahí hay algo”.

Esa misma noche fueron a buscar al cuñado de Carlos quien les autorizó romper el piso, la única condición era dejar el piso tal y como estaba. Y para rematar les dijo “yo no pienso hacerme rico por sacar dinero enterrado”. Ante tal respuesta, desilusionados, ya no insistieron y decidieron no regresar a aquella casa de la colonia Progreso. Durante varios días Carlos trajo en la cabeza las palabras de su amigo: “Desengáñate, no te quedes con la duda, ahí hay algo, debemos regresar a esa casa”.

Conforme pasó el tiempo a Carlos se le fue olvidando hasta que un día, tres años después, recibió una llamada de su cuñado quien le dijo “a que no sabes qué pasó, ¿Te acuerdas de la casa de la colonia Progreso y el tesoro que querías sacar? Pues fíjate que al poco tiempo le vendí la casa a un viejito originario de Progreso, Coahuila. Me quedó debiendo un pequeño resto, que no era mucho, así que le di las escrituras y quedó de pagarme en poco tiempo”.

“Seguido pasaba por mi negocio rumbo a la parada de camión y me decía ‘no tengo dinero’, me explicaba que no se le había olvidado y en cuanto consiguiera algo me pagaría. De pronto dejó de pasar y me entró la duda hasta que un día vi a uno de sus nietos y le pregunté por su abuelo, que por qué ya no pasaba para tomar el camión y le dije que no importaba si todavía no tenía dinero para pagarme, que viniera a platicar. El nieto me respondió que su abuelo ya no viajaba en camión porque ahora traía su camionetota.”

“¿Cuál camionetota?, le pregunté, ¿No que no tenía dinero? Todavía me debe dinero, ¿de dónde sacó para la camioneta? El nieto me respondió “Pues de la casa que usted le vendió, de allí sacamos el dinero”. ¿De la casa que le vendí? ‘Sí, continuó el nieto, sacamos muchas monedas, y mi güelito las vendió, se compró su camioneta, un rancho y otra casa allá rumbo a la presa Don Martín, junto al río de Progreso”.

Carlos dejó de escuchar a su cuñado y solo recordó las palabras de su amigo “no te quedes con la duda, desengáñate”. Solo alcanzó a decirse a sí mismo “es que no me tocaba, no era para mí”.

Si algún día de estos se encuentra a Carlos Esquivel, pídale que le cuente alguna de sus muchas historias de tesoros y aparecidos, y en un descuido lo convencerá para que lo acompañe a buscar algún tesoro escondido por ahí.

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  Contribución de: Juan Latapí O.,  en colaboración con socios Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, Ramón Williamson Bosque.

Envíanos sus comentarios y/o preguntas a: arqueosaurios@gmail.com

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