José Elías Romero Apis
Hace ya muchos años que los mexicanos no disfrutábamos del juego del tapado hasta que ahora nos volvieron a entretener con el nombre de corcholatas. Lo hicieron para ocupar la atención titular durante días y lo lograron.
El sistema fue inventado por Plutarco Elías Calles para contener la violencia política. Cuando triunfó el movimiento revolucionario comenzaron las disputas por el poder. En menos de 10 años fueron asesinados 50 jefes de primer orden, incluyendo presidentes. Carranza fue asesinado por escoger a la corcholata equivocada. Pancho Villa fue asesinado por apoyar a la corcholata equivocada. Francisco Serrano fue asesinado por aspirar a ser la corcholata equivocada.
Para contener las furias, Calles cambió las reglas, pero no las leyes. Frente a todos, México sería una de las dos democracias más estables del planeta durante más de 100 años. Pero dentro del partido un solo hombre decidiría. No habría contienda real. Ya no se matarían por el poder. Todos obedecerían, por las buenas o por las malas. En realidad, durante 70 años todos obedecieron a la buena.
Después de los presidentes peleles, hubo 11 sucesiones presidenciales gestadas en la más absoluta secrecía, desde la de 1940 hasta la del 2000. Nadie levantaba la mano y ni siquiera la voz. ¡Vamos!, nadie levantaba ni siquiera la mirada.
En dos de ellas el elegido fue el que la opinión consideraba como el favorito. Pero en las otras 9 sucedieron sorpresas, algunas mayúsculas hasta para la alta cúpula política porque los elegidos se veían en lugares que iban desde el segundo hasta el décimo. No vaya a ser que ahora a los morenistas también les salgan con que ganó uno que no estaba ni registrado. El dueño del juego manda y gana. No había priista y no habrá morenista que le repele a su patrón lo que decida a su puro antojo.
Pero en las sucesiones de 1976 y de 1988 el PRI abrió pasarelas, como ahora lo hizo Morena. En ambos casos les resultó costoso en lo político. Ya para el 2000, Ernesto Zedillo ordenó una contienda interna como la que ahora les ordenó Andrés Manuel López Obrador. Las consecuencias fueron fatales para el tricolor. Aunque se habían prometido compostura y serenidad, se enojaron, se fracturaron y hasta perdieron. Muchos dicen que todo fue premeditado y ordenado con ese fin. Pero nadie aprende en cabeza ajena.
Parafraseando a Alexis de Tocqueville, el PRI y Morena funcionan mientras no le jueguen a la democracia interna, porque no se los creen, así como el PAN funciona mientras no le juega al tirano, porque no les ajusta. El truco tan sólo consiste en saber lo que somos y en ser como somos.
Hace 25 años pensé que el día que el PRI se democratizara, perdería. Y perdió. Más tarde, pensé que el día que el PAN se militarizara, perdería. Y perdió. No lo estoy inventando. Lo primero se lo comenté a Francisco Labastida, pero él no decidía. Lo segundo se lo comenté a Felipe Calderón, pero algo se le complicó.
Es innegable que el juego del tapado, hoy llamado corcholatas, es de los que mayor interés despierta en todos aquellos mirones a los que nuestra política les da flojera o les da asco. Es una diversión inocua porque sólo daña a los ilusos que se aventuran o a sus seguidores que se entusiasman. Pero al resto no nos hace mal alguno. Es gratuita porque a nosotros nada nos cuesta, sino tan sólo a aquellos que invierten sus dineros y sus tiempos con la esperanza de futuros gananciales en monedas, en poder o en influencia. Pero quien más se divierte es el jefe del palenque. Es quien más ha gozado durante 12 episodios mexicanos, desde 1940 hasta el 2024, en los que menea a sus marionetas, ilusiona a sus babosos, asusta a sus miedosos, burla a los aspirantes y, al final, desecha a sus corcholatas.
En fin, con cualquier nombre que se les haya puesto en el pasado, con el que queramos llamarles en el presente o con el que les inventemos para el futuro, Juan Tapado de todos modos se llamará Juan Corcholata.