Yuriria Sierra
Quien a hierro mata…
En medio del proceso interno de selección del candidato presidencial de Morena, nos encontramos con una triste realidad: una guerra sucia entre precandidatos que deja mucho que desear sobre la calidad de nuestra clase política. Las llamadas corcholatas han protagonizado una batalla llena de descalificaciones, acusaciones infundadas y ataques personales, en lugar de presentar propuestas sólidas y debatir sobre los verdaderos problemas del país.
Hasta hoy, las campañas parecen más un concurso de similitud con López Obrador (no sólo en los temas, sino hasta el tono de voz y las pausas al hablar) que un intento de ir a conquistar el favor de sectores sociales que salen del famoso “voto duro” morenista. Y es que parecen olvidar (o confesar que no es realmente relevante) las reglas que ellos mismos se dieron: elegir a su candidato(a) con base en los resultados de una encuesta realizada a población abierta y no sólo a simpatizantes de su partido y movimiento. Para hablarle a la población en general sólo han encontrado la vía de la guerra sucia. Y a la población simpatizante, también. Y para el probable elector único, alabanzas, imitación y algunos golpes sin firma al resto de las corcholatas.
Esta lamentable situación evidencia inmadurez política y un enfoque estratégico de corcholatas desposeídas de su poder y atributos personales para centrarse solamente en el lamentable teatro de obradorismo descafeinado. Es decepcionante ver cómo se desdibujan los principios y los valores que en su momento motivaron a muchos a sumarse y a apoyar a Morena. Pero he ahí los saldos de la insalubre concentración de poder en un sólo hombre: un Presidente que se quiere a sí mismo al centro de toda la narrativa no deja espacios saludables para el contraste de ideas y de proyectos de quienes siendo tan talentosos (como sí lo es cada uno de ellos y ella) puedan brillar y competir de manera virtuosa por convencer a la población encuestada de por qué cada uno(a) se considera la mejor opción para gobernar México una vez que se termine el sexenio de López Obrador.
El partido, que había nacido con la promesa de ser diferente, se ha visto envuelto en una vorágine de intereses particulares y ambiciones desmedidas. Los ciudadanos merecen precandidatos que estén dispuestos a elevar el nivel del debate político, que se enfoquen en ofrecer soluciones (a problemas que la propia 4T ha dejado de atender o a francamente creado a lo largo de estos cinco años de gobierno). y que trabajen en equipo en lugar de dedicarse a denigrarse mutuamente.
Tan sólo en estas dos semanas, a Marcelo Ebrard le quisieron revivir mediáticamente un expediente abierto (y cerrado) en el sexenio de Enrique Peña Nieto. A Claudia Sheinbaum la grabaron (con alevosía) visiblemente molesta por el incumplimiento de acuerdos en el Consejo de Morena. A Adán Augusto López lo exhibieron en redes sociales por sus gustos y gastos excesivos en relojería y la desproporción en atenciones románticas para con una diputada de su equipo.
La política no debe ser un espectáculo de insultos y descalificaciones, sino una plataforma para construir un mejor futuro. Esperemos que los verdaderos líderes que todos ellos sí han sido, emerjan y que la guerra sucia entre los corcholatas sea sólo un episodio oscuro en la historia de esta lastimada democracia partidista nuevamente obsesionada y definida alrededor de la Presidencia Imperial. Porque, además, las encuestas más recientes publicadas ayer y anteayer, sólo muestran que estas estrategias (la incapacidad para defender su propia valía como precandidato(a)s más allá de su cercanía o similitud con López Obrador sumada a los golpes bajos contra sus contrincantes) solamente les ha acarreado a sus corcholatas abolladuras innecesarias.