Alberto Rojas Carrizales
Con clima, tres comidas diarias, ropa limpia y medicinas, el entorno de decenas de migrantes extranjeros arropados en la parroquia Verbo Encarnado viven en un entorno con diferencia abismal respecto a muchos pordioseros, pepenadores y gente local en pobreza extrema que hurgan en contenedores en busca de alguna fruta echada a perder o material reciclable.
Cerca de ahí, un grupo de pepenadores instaló lo que ellos llaman vivienda, que en realidad es un lote baldío, es su hábitat al aire libre con insalubres colchones donde en invierno mientras duermen son embestidos por ráfagas de hielo invisible, en verano azotados por calcinantes temperaturas, de ellos nadie se ocupa porque no son migrantes.
Dos desvencijados sillones también obtenidos en muladares y tiraderos representan la sala donde lucen algunos globos que en alguna parte recogieron, apenas amanece, inician el peregrinar en busca de desperdicios, no son migrantes es lo que marca la diferencia, pero los menesterosos locales han enfrentado muchas décadas de injusticia social.
Retornan de noche a dormir en su –alojamiento- compartiendo el hábitat con roedores y bichos rastreros, tres pedazos de bloques de concreto son acomodados perfectamente por los menesterosos para instalar la -cocina-, preparan ramas y maleza hasta que sequen como insumo para encender fogatas.
Algunos observadores del fenómeno migratorio, aseguran que, aunque genere sorpresa, los migrantes indocumentados en tránsito hacia Estados Unidos no son indigentes, ellos portan dinero, costosos celulares y ropa de calidad, pero desgastada por obvias razones.
La parroquia Verbo Encarnado albergue de migrantes luce limpia, fresca y olor permanente a comida, hay voluntarias preparando las comidas y hasta tamales para los extranjeros. Dicen en el barrio en un coctel de seriedad, broma y decepción que algunos menesterosos locales intentan imitar el inconfundible acento venezolano para hacerse pasar como migrantes.
Los menesterosos locales también son migrantes en su propia comunidad, pero han migrado durante décadas en situaciones cada vez más complicadas, separados solamente por una delgada línea que los divide de la vida silvestre.