José Elías Romero Apis
Los recientes acontecimientos son más que elocuentes. El iceberg de la criminalidad ya golpeó al trasatlántico mexicano. La vida nos ha enseñado que todo es sumergible y es destructible. Segundo, que nos debemos aplicar con la mayor rapidez al control de daños. Tercero, que iniciemos el salvamento y el rescate.
No sé cuántos botes salvavidas tenemos. Es más, no sé si tenemos botes salvavidas. Por eso no sé si se salvará el gobierno, el sistema, el país o no sé si se salvará alguno. Tampoco sé a quién se quiere salvar.
Tan sólo sabemos que hemos perdido mucho tiempo de salvamento discutiendo si la culpa fue del Titanic o si fue del iceberg. Para los que siempre acusan a otros, la culpa fue del capitán del Titanic. Para los que siempre se excusan de todo, la culpa fue del capitán del iceberg. Para los que se mueren, nada importan los culpables.
Existen algunos gobernantes que piensan que la solución consiste en regresar el iceberg al Ártico. Algunos de sus opositores creen que la solución sería reparar el Titanic. Los que pensamos en salvar a las personas sabemos que hay que utilizar a todos los Carpathia que sean necesarios, olvidándonos del iceberg y del Titanic.
Pero estamos tan perdidos que no sabemos discutir o ni siquiera sabemos lo que discutimos. Para la causalidad de Aristóteles, todos podemos tener razón porque todos nos referimos a algo distinto. Pero, para la gobernabilidad de Habermas, todos estamos perdidos por no coincidir en el diálogo.
Mientras tanto, los futuros candidatos nos asustan con que ya viene el lobo. Los corderos electores buscamos un buen pastor. Pero los disfraces no nos dejan ver quién es quién. Es más, ni siquiera sabemos si el lobo es imaginario ni si el pastor es farsante.
En pocas palabras, estamos viviendo con una impotencia gubernamental que se da cuando un sistema resulta incapaz de servirse por sí mismo. Equivale en medicina a la discapacidad. En psicología, a la alienación. En derecho, a la interdicción.
Así vemos que, frente a estos asuntos, el estado de legalidad está quebrado, el de seguridad está difuminado, el de legitimidad está desgastado, el de efectividad está deshilachado y el de gobernabilidad está putrefacto. México está totalmente reprobado.
Su sistema de seguridad pública prácticamente ya no existe. Y en lo que existe es más simbólico que efectivo. Del poco orden y del poco salvamento habrán de encargarse los otros. Alguna vez pensamos que la seguridad privada era una opción, pero ya vimos en Polanco que para nada sirve. Otra vez pensamos que las autodefensas. Pero ya vimos en Michoacán que tan sólo terminan en velorio.
Sin embargo, ya no podemos refugiarnos en nuestro peluchito. El problema es más que serio. Muchos miles de mexicanos han sido asesinados en los recientes años. Muchos, en las últimas semanas. Y todo indica que no podemos hacer nada contra sus asesinos.
Y, entonces, la desconfianza hacia la autoridad es la palanca que encuentra punto de apoyo en el miedo. A la inseguridad se agrega el desprestigio. Y el desprestigio ha tocado a las puertas de la Presidencia, del Congreso, de los partidos políticos, de varios gobernadores y de muchos otros gobernantes que, por su comportamiento, pueden llegar a convertir el desprestigio general en desprecio popular. ¡Tengamos mucho cuidado con ello!
En realidad, el iceberg es tan sólo el inicio y no el final de la historia. El poder se rige por principios y dos de ellos son el de plenitud y el de ubicuidad. El primero enuncia que no hay vacío de poder. El lugar que no ocupa la autoridad lo ocupan otros, pero no queda vacío. El segundo dice que no existe la tierra de nadie. Esa tierra vacante es una invención de los ingenuos porque siempre alguien la ocupa y siempre tiene dueño.
Pero dicen que no debemos preocuparnos tanto. Que todo termina algún día y que todo termina bien. El iceberg se derritió y el Titanic se hundió. Así de sencillo.