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lunes 1 de septiembre de 2025

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Opinión

Opinión

Por José Elías Romero Apis

La mala hora

Hemos tenido catástrofes diarias, pero analgésicas. Como no duelen, no se notan. Por ejemplo, en el mundo mueren como 100 millones de personas cada año. Pero no nos alarmamos tanto como con los 1.5 millones de muertos por covid. Cada año, un millón de muertos son mexicanos, de los cuales 113 mil han sido por covid. Pero el millón anual ni lo notamos

Con este título no me refiero a la novela de García Már-quez, sino al funesto año que nos atacó con pobreza, que puede ser transitoria; con enfermedad, que puede ser superada; con sufrimiento, que puede ser remitido; y con muerte, que nunca deja de ser invicta.
Hemos tenido catástrofes diarias, pero analgésicas. Como no duelen, no se notan. Por ejemplo, en el mundo mueren como 100 millones de personas cada año. Pero no nos alarmamos tanto como con los 1.5 millones de muertos por covid. Cada año, un millón de muertos son mexicanos, de los cuales 113 mil han sido por covid. Pero el millón anual ni lo notamos.
Y aquí me enfoco en la sensibilidad frente a los desastres. Todos los días, sin excepción, Hugo López-Gatell se ha encargado de anunciar la cifra de muertos y de enfermos. Su afán de vocear la mala nueva, injustamente lo ha convertido en odioso. En el campo que yo actué, nunca he visto a un funcionario tan insensato. No imagino a Alejandro Gertz o a Omar García Harfuch anunciando a diario el número de asesinados, de secuestrados, de violados, de asaltados o de estafados. En cualquier época y en cualquier país caerían de su cargo en una semana.
Tampoco estoy diciendo que hay que esconder las noticias malas. Simplemente digo que no hay que lucirlas. Hace ocho meses, este vocero resultaba hasta medio agradable porque lo adornaba el contraste del infierno europeo con el paraíso mexicano. Hubo quienes hasta lo vieron como prospecto presidencial y dicen que él mismo se lo creyó. No sé si es un buen médico, pero sí sé que es muy mal político. Por eso, no sé qué creer de su madurez aspiracional.
Lo que me ha intrigado es que su jefe se solaza con las insensateces de su asistente. Estoy convencido de que AMLO es un hombre inteligente. No sé de qué tamaño es su inteligencia, pero sí sé que la tiene. Que muchas de sus aparentes pifias son calculadas y proyectadas con algún propósito.
Y entonces me pregunto, ¿para qué le sirve López-Gatell? A Miguel Alemán le serviría para demostrar una crisis nacional y requerir a los contribuyentes para mejorar el sistema de salud. A Ruiz Cortines le serviría para que los mexicanos vieran los incompetentes con los que tenía que trabajar su talentoso presidente. A Díaz Ordaz, para desprestigiar a los médicos y poder reprimirlos.
A Carlos Salinas le serviría para fusionar la Secretaría de Salud con otra dependencia de su predilección. A Luis Echeverría, para fideicomitirla. A López Portillo, para descentralizarla. A Zedillo, para rescatarla. A Fox, para concesionarla. A los recientes, para militarizarla. Todos los presidentes han tenido su López-Gatell. Todos necesitaron alguno así. Nuestro acertijo es encontrarlo.
Pero a AMLO creo que le sirve para algo más clásico y sencillo. Para que el subalterno se embarre de las malas noticias y el jefe se concentre tan sólo en las muy buenas, sean ciertas o no lo sean. En el alto discurso político latino no importa tanto la verdad, sino el efecto. No importa que sea cierto, sino que esté bien inventado, diría Da Vinci. López-Gatell está para anunciar la muerte, no la vida. De esto, se encargarán AMLO y Ebrard, con sus vacunas.
Siempre, ante las grandes crisis, los presidentes invitan al ánimo aguantador. López Portillo pedía perdón. Miguel de la Madrid pedía confianza. Carlos Salinas pedía congruencia. Ernesto Zedillo pedía ayuda. Vicente Fox pedía tiempo. Felipe Calderón pedía orden. Enrique Peña pedía espacio. Y AMLO no ha pedido nada, pero yo creo que pedirá votos.
Mientras tanto, todas las noches sigamos escuchando la mala hora. Total, todos nos vamos a morir de una o de otra causa, dice una alcaldesa mexicana. Es una razón bárbara, pero inobjetable. Es inobjetable, pero bárbara. Es un claro ejemplo de la razón en bruto. También ella, de una o de otra manera, seguirá gobernando todo su trienio. Es un claro ejemplo de la democracia en bruto.
El Filósofo de Güemes y Winston Churchill me concederían la razón en estos casos. Qué bueno que me concedan la razón, pero preferiría no tenerla.

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