Por Fabiola Guarneros Saavedra
Hambre, pandemia silenciosa
La comida es sagrada y procurarla es un acto de amor
David Beasley es el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos que este año recibió el Premio Nobel de la Paz, por sus esfuerzos en la lucha contra el hambre, por su contribución a la mejora de las condiciones de paz en las zonas afectadas por conflictos y por su actuación como elemento impulsor en la prevención del uso del hambre como arma de guerra y de conflicto.
Y sus palabras fueron: “La comida es sagrada. Lo sabe cualquier persona que asista a una comida de Acción de Gracias o haya comulgado, o participado en un Séder (celebración hebrea), ayunado durante el Ramadán o hecho una ofrenda de comida en un templo budista”.
Pensemos en las comidas de cumpleaños que organizábamos antes de la pandemia, en la Navidad, en la cena de Año Nuevo, en los banquetes de bodas, bautizos y XV años. Los alimentos no sólo son sagrados y están asociados a celebraciones, sino también a la nutrición, al bienestar, a la paz y a la calidad de vida, pero en el mundo 270 millones de personas caminan hacia la inanición. Si no se atienden sus necesidades, se producirá una pandemia de hambre más mortal que el impacto de la covid-19.
“Casi 300 millones de personas en el mundo necesitan comida urgentemente. Hoy quisiera poder hablar de cómo trabajando juntos podríamos atender a los 690 millones de personas que se acuestan con hambre todas las noches”, dijo Beasley, en su discurso de aceptación del galardón. Un premio que, por cierto, se ha enviado a los domicilios de los galardonados porque la pandemia del coronavirus canceló todo tipo de ceremonias.
Y en ese discurso se lanzó la advertencia: “Si no atendemos las necesidades de los más hambrientos puede llegar a producirse una pandemia de hambre de dimensiones más grandes que la de la covid-19 (…) Incluso en el punto álgido de la pandemia, en sólo 90 días, se generaron ganancias extras de 2.7 billones de dólares (en el mundo). Y sólo necesitamos 5,000 millones de dólares para salvar de la hambruna a 30 millones de personas”.
En México, la seguridad alimentaria será otra víctima de la pandemia pues diversas instituciones y expertos en salud, nutrición y pobreza prevén un incremento en el número de personas con carencia alimentaria en el país. Datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) indican que en 2018 había 25.5 millones de mexicanos con inseguridad alimentaria.
La contingencia sanitaria puede empeorar la situación por la caída de ingresos en los hogares mexicanos, porque muchos perdieron su empleo o porque tuvieron que cerrar sus negocios. La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2018 señala que 67 por ciento de los recursos en los hogares proviene del ingreso laboral y con ellos se compran los alimentos que se llevan a la mesa.
Y los datos más recientes, según la IV Medición de Encovid-19, siete de cada 10 hogares en México tienen inseguridad alimentaria, es decir, “se quedaron sin alimentos o pasaron hambre por falta de dinero o reducción de ingresos” (Excélsior, 9/12/20).
De abril a octubre de este año, la inseguridad alimentaria leve creció de 31 a 38 por ciento, mientras que la moderada pasó de 15 a 17 por ciento y la inseguridad alimentaria severa de 9 a 15 por ciento. La encuesta de seguimiento de los efectos de la covid-19 en el bienestar de los mexicanos indica también que sólo uno de cada tres hogares recibe alguna transferencia monetaria por parte del gobierno de programas de Bienestar o Becas Benito Juárez, por lo que el resto tiene que recurrir al empeño, préstamos, búsqueda de un segundo empleo o dejar de pagar servicios.
La Encuesta Nacional de Características de la Población Durante la Epidemia (ENSARS-CoV-2), realizada por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), señala que uno de cada tres mexicanos experimenta ya inseguridad alimentaria durante la pandemia.
El mismo estudio publica que seis de cada 10 de los entrevistados señaló que, durante el confinamiento, algún miembro del hogar tuvo una disminución en los ingresos económicos que percibía normalmente y 27.4% declaró, además, que algún integrante de su hogar perdió su empleo.
“De noche no me voy a la cama pensando en los niños que salvamos, me voy a la cama llorando por los niños que no pudimos salvar. Y, cuando no tenemos suficiente dinero, ni el acceso que necesitamos, tenemos que decidir qué niños comen y qué niños no comen, qué niños viven, qué niños mueren…”, confesó Beasley, quien pidió a los gobiernos y ciudadanos del mundo alimentos para todos.
“La comida es el camino que conduce a la paz”, recordó, y aquí ¿qué estamos haciendo?