El presente artículo es parte de un texto escrito por Ramón Williamson Bosque publicado en 2001 en el Boletín de la Sociedad Monclovense de Historia. La adaptación de dicho artículo que aquí se publica es de Willem Veltman.
1910 – La Revolución Mexicana. La mayor parte de los ensayos sobre el período revolucionario han enfocado sus investigaciones sobre figuras políticas o militares, o bien, sobre acciones bélicas en las que se enfrentaron ejércitos defensores de esta causa; pero pocos han considerado las aflicciones de la población civil que no entró al campo de batalla, y no obstante, padeció las tribulaciones de ese trance histórico.
Por escritos sabemos de los estados anímicos vividos por mis abuelos maternos Ramón Bosque Treviño y Pilar Ballesteros, en los años de la Revolución, cuando al inicio de la misma tenían 4 hijas: Carmelita, Eva, Francisca, y Teresita Bosque Ballesteros.
(parte 2, continuación de la semana pasada)
En efecto, Francisca, la hija tercera enfermó y en pocos días murió. Este suceso hizo que mi abuelo Ramón Bosque interrumpió su exilio en Eagle Pass, Texas, y regresara a Monclova inmediatamente, aunque en forma clandestina. Cuentan que el abuelo llegó maltrecho dirigiéndose a la camita de barandales cubierta de flores y encajes, donde reposaba el pequeño cuerpo de la difunta de 3 años, a la que abrazó y besó entre sollozos, sin querer soltar. Después se acercó a la tía Eva, entonces niña de 5 años, pero ella desconoció a su padre, pues tenía mucho tiempo sin verlo, además el abuelo andaba desaliñado y con una barba que no acostumbraba, por eso se asustó con él y corrió a la casa vecina de una tía. Enseguida el abuelo Ramón fue a la cuna de Teresita, la recién nacida, a la que estrechó fuertemente. Aseguran que estas muestras de cariño paternales transmitieron la infección de la enfermedad mortal a la más pequeña, escapándose milagrosamente la tía Eva. ¡Mis abuelos perdieron a 3 hijas en un lapso menor de un mes!
Ramón Bosque tenía que regresar al destierro, pero ya no quiso hacerlo solo, así que con mi abuela y la hija que le quedaba se estableció en Eagle Pass. Ahí en julio de 1913 nació su hijo José Ramón. Por temporadas, la abuela regresaba con sus hijos a Monclova. Aquí le tocó sufrir otras calamidades, como las que cita en las cartas que le dirigió a su marido Ramón. En una de esas que tiene fecha 29 de mayo de 1915 le cuenta: “… nosotros muriéndonos a puros sustos, como ya sabrás que entraron los Carrancistas, el lunes como a las 8 de la mañana, empezaron a tirotearse por España (ahora colonia Hipódromo) … eran muy pocos los Villistas que había, y los pescaron descuidados, pero con buena suerte pudieron llevarse los trenes, unos a Estación de Fierro, y otros a Hermanas; aquí en el Pueblo el combate duró 1 hora, sin haber habido muertos. En la Estación [Frontera] estuvieron peleando como 2 horas, y ahí sí hubo varios. No te imaginas qué de gente se juntó cuando entraron los Carrancistas: hombres, mujeres, y niños gritaban “vivas” a Carranza; hubo soldaderas villistas que se quedaron y presenciaron todo. Ellas están denunciando a muchos ahora que recuperaron la plaza. Ya han fusilado a varios, entre ellos dos fruteros que se apellidaban Martel, y a un hermano de Ubaldina Menchaca y otros, a ver si así se enmiendan estos Carrancistas maldecidos ….”. En otra carta fechada el 8 de julio de 1915, la abuela narró la carestía de víveres que padeció Monclova: “ … si vieras como se han escaseado aquí el maíz, la harina y el dulce [piloncillo]; andan las gentes que nomás se remolinean; Papá muele ahorita puras maquilas, porque las gentes se le tiran encima, estuvimos 5 días sin comer carne, y ahora matan cada tercer día; lo mismo, la leche se ha escaseado mucho; dan la medida a 20 centavos, y no se consigue. El kilo de dulce a 2 pesos, el de café a 10 pesos, un jabón 12 reales, el kilo de arroz 3 pesos, etc. Se cargan tanto unas personas, que hasta llorando le ruegan a uno que les venda de la tienda de Papá, pero no es posible porque nos quedamos sin nada …”. En la posdata informa: “Los carrancistas destruyeron 5 kilómetros de vías para Piedras Negras, pero ya las compusieron y ahora va a haber tren, hacía 8 días que no corría.”
El 24 de diciembre de 1915, el abuelo estaba en Eagle Pass, y apuntó: “Mi muy querida esposa. ¡Bendito mi Dios, Grande, Omnipotente y Todopoderoso! Que se sirvió darme un pequeño trabajo de abogado, que estoy haciendo y con lo que tal vez pueda hacer pie para traerte, pues aunque todavía no sé cuánto me pagarán, lo que me den …. ¿Qué te parece? Dios ayuda a los suyos, y mi fe en la divina Bondad, una vez más, se agiganta y fortalece.”
El 1° de enero de 1916, la abuela respondió desde Monclova: “Mi querido Ramón. Empiezo tu carta con el año, deseando que Dios te conserve bueno, te atienda y te conceda lo que le pidas. Y que te cuide de tus enemigos. Pienso que para mí no hay felicidad, la herencia mía son los sufrimientos, pero le ruego a Dios nos conceda estar juntos, y así seré la más feliz, al lado tuyo y de mis hijos. Dime que me vaya, yo no quiero pasar este año como el pasado, separada de ti.”
Ramón Bosque hizo amistad con Lucio Blanco y otros revolucionarios expatriados, y él permaneció en el exilio hasta que le llegó un sobre con el membrete “Correspondencia Particular del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”, y en su interior una hoja mecanografiada que decía:
Palacio Nacional
México, D.F. a 22 de julio de 1917
Señor Lic. Ramón Bosque Treviño
P.O. Box 77
Eagle Pass, Tex.
Señor:
Recibí la atenta carta de usted fechada 10 de mayo anterior, y enterado de su contenido le manifiesto en respuesta que puede regresar al país, pero no estando en mis facultades extenderle salvoconducto, ni eximirlo de las responsabilidades que pudieran resultarle con motivo de su actuación política en los últimos años, deberá estar pronto a responder de los cargos que con este motivo lleguen a formularse en su contra.
Quedo de usted, atento y afectísimo servidor.
Venustiano Carranza (Firma).”
Dos semanas después, la abuela Pilar comunicó a sus hermanas lo siguiente: “Con todo el gusto y satisfacción que ya comprenderán, les escribo para notificarles el nacimiento de mi nuevo chamaco (Jesús Manuel). Entiendan nos vamos a esa. Don Venustiano le escribió a Ramón, que se puede ir. Podremos irnos a nuestra tierra a vivir en nuestra casa, pobres pero tranquilos, y ya sin ningún sobresalto. Díganle a mi tía Teresita que cuando vaya al panteón, no se olvide de mis hijitas, de ponerles unas flores por mí.”
Tres meses más tarde, los bisabuelos Carlos y Romualda escribieron desde Allende a Monclova, diciendo: “Muy querido hijo. Hace bastantes días que recibimos tu carta, la que nos llenó de gusto y satisfacción, de ver que al mismo tiempo que Dios te da salud, te premia tu fe y tu constancia … al lograr con tan pocos medios con que apenas cuentas, comprarte una máquina …” Ellos se referían a una máquina de escribir, en ese entonces un bien caro y novedoso que le sirvió en su despacho profesional, ubicado en la calle Hidalgo, frente a la plaza del Canónigo.
Ya reinstalados en Monclova, nacieron 3 hijos más del matrimonio de Bosque Ballesteros: el tío Lolo (Bartolomé), mi madre Pilar (1921 – 1999), y la tía Carmen. Mi abuelo Ramón fue apreciado en la comunidad, y debido a su solvencia moral, se le concedió una notaría pública. En 1933, a los 53 años de edad, falleció a consecuencia de dolores agudos de úlcera.
Valgan estas transcripciones de las experiencias sufridas por mis abuelos, Pilar y Ramón, como muestra de las innumerables calamidades padecidas por la gente que no empuñó las armas en esa contienda fratricida, pero que fue afectada por dolorosas amarguras, las cuales posteriormente fueron compensadas con la paz y el progreso social disfrutado por generaciones postreras.
Ramón Williamson Bosque, octubre 2001
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Por Willem Veltman, con apoyo de socios Arqueosaurios A.C. (1997) ~ Luis Alonso Armendáriz Otzuka, Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi O., José Manuel Luna Lastra (QEPD 2022), Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, y Ramón Williamson Bosque.
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