Por: Héctor Garza Mtz.
Hace algunos años me sometí a un procedimiento bariátrico, el cual cambió mi vida vertiginosamente, porque de pesar 120 kg en tan sólo ocho meses, había eliminado de mi cuerpo 45 kilos, casi casi un bulto de cemento.
Al parecer mi cuerpo nació con una hernia hiatal, la cual desde niño me había dado muchos problemas, resulta que los ácidos gástricos estaban destruyendo mi esófago.
Por designios de Dios, me gané una consulta con un bariatra y como yo estaba algo redondo, decidí ir a consultar, me imaginaba operado en tres días. Sin embargo aquel buen doctor descubrió en mis respuestas que padecía de un malestar relacionado con mi acidez, me advirtió que una cirugía bariátrica como la tan famosa “manga” podría afectarme mucho, pues al no poder retener los ácidos gástricos, por la hernia, estos podrían haber lastimado mi esófago, al punto de tener un alto riesgo de padecer esófago de “Barret” y en consecuencia un posible cáncer, por lo que me ordenó que me practicara una endoscopia, que implicaba anestesia, con la finalidad de recorrer el esófago para analizar el estado del órgano.
Desilusionado, abandoné aquel escritorio. La vida me estaba preparando, dos años después ya no podía ni con mi alma, obviamente por cobarde, jamás me practiqué aquel procedimiento, no obstante que esto significaba el progresivo fin de mi vida, siendo gordo.
El miedo era más grande que el ímpetu de superar aquel trauma de la vida, y por tanto cada día eran menos horas de sueño, hasta llegar a dormir dos o tres horas diarias, además de padecer algo así como apnea del sueño, lo que provocaba que al dormir pareciera “tráiler de bajada frenando con motor “.
Así que tome valor y entre Alma, mi esposa, y un servidor decidimos que me practicasen aquel tratamiento, para conocer mi estado de salud.
A partir de ese momento mi vida cambió por completo…
Ese día por la mañana, yo me encontraba muy ansioso, pues aparte de dirigir un bufete jurídico, y administrar dos negocios más, también me encontraba sirviendo como funcionario municipal, y dicho de paso, tenía un mes de haberme dado la encomienda el presidente municipal de ocupar una Secretaría.
Mi vida se encontraba de cabeza, el estrés y la ansiedad, recorrían cada parte de mi cuerpo; el médico al iniciar el proceso de la biopsia, me explicó que estaría sedado por unos minutos y que me aplicarían un cóctel para hacerme dormir profundamente, nunca me han gustado los fármacos, pero en aquella ocasión, juro que era lo que más imploraba en el universo ¡dormir! Como toda mujer que ha dado a luz a una hermosa criatura.
Recordar aquel momento, ¡lo que viví! dejó frío al doctor que me atendía… recuerdo que de pronto estando dormido percibí mucho barullo alrededor de mí. Recuerdo que me encontraba en posición fetal en aquella plancha, como si estuviera dando la cara al cielo, el escenario era como cuando cierras los ojos y manchas aparecen, pero el sentimiento que me invadía de aquel alboroto fue de mucha angustia, desesperación, estrés, ansiedad.
Y en medio de ese drama, una voz me dijo “Bimbo, vuelve a dormir… Déjalos, trabajar….” Mis amigos, los que me conocen de toda la vida, saben que mi sobrenombre es Bimbo. Esta voz me habló y me dijo, que ese momento no era el final de mis días, por el contrario, fue el día en que yo empecé a vivir…
Desde aquel momento, mi vida cambió, pues al despertar me di cuenta que todos en aquel pequeño quirófano, se me quedaban mirando como bicho raro, mientras que una amable chica me encaminaba al consultorio de aquel gastroenterólogo, y mientras me sentaba en su escritorio, sentía mi cabeza explotar de dolor.
El doctor derretido en su sillón, me dijo “ya casi te nos pelas” , tu presión subió intempestivamente. Mientras veía la cara de angustia de mi esposa que me acompañaba.
Dios nunca nos deja, no estoy seguro si antes de practicarme el procedimiento me había puesto en sus manos. Lo que sí recuerdo es que a partir de ese momento mi vida cambió.
No porque haya bajado de peso un año después, sino, porque Dios tocó mi corazón y me habló al oído para decirme que no me preocupara que yo iba a estar bien, Dios algo me enseñó. Y comprendí que efectivamente él escribe sobre mí, sobre ti, sobre todos, sólo tenemos que permitirle que lo haga, para que las cosas al final salgan perfectamente bien.
¡Que tengas un feliz domingo!
Con el cariño de siempre…