Rubén Moreira Valdez
Las dificultades en materia de seguridad que vive Sinaloa son la manifestación de una triste realidad: México se encuentra muy lejos de ser una nación moderna donde el Estado tiene el monopolio de la fuerza. Somos un país violento, con territorios bajo el control del crimen y con autoridades incapaces de someter a los delincuentes. Vivimos episodios que nos recuerdan la inestabilidad del siglo XIX.
Tal vez el lector piense que exagero, pero me dan la razón los últimos acontecimientos en Chiapas, Nuevo León y Sinaloa, donde poblaciones enteras, entre ellas Culiacán, se encuentran secuestradas por bandas criminales.
En las últimas décadas, la historia de Sinaloa está ligada al narcotráfico. Es evidente su penetración, consentida o no, en la vida económica, política y social. También es claro que la clase política abdicó a defender a su estado y evitar la hegemonía de los delincuentes.
La novelesca captura por los americanos de un famoso traficante desató conjeturas e hipótesis de todo tipo, algunas divertidas y otras trágicas. Atractivas para la nota roja, pero inútiles para construir políticas públicas exitosas. Para lograr lo último, se requiere una comprensión integral del problema, estrategias profundas que deben salir de la ciencia sociológica, liderazgos reales y un respaldo social que rechace al crimen y su cultura.
Los acontecimientos que se hicieron públicos en un pequeño aeródromo de Nuevo México, mostraron lo elemental de nuestro debate en materia de seguridad y el poco expertise de los políticos en este tema.
Los gobiernos y los políticos tenemos que reconocer lo siguiente: 1.- el crimen es dueño de vastos territorios del país, 2.- las estrategias recientes han fracasado y cada vez nos alejamos más de la paz, 3.- México es un país con instituciones débiles. La captura, entrega o secuestro de Zambada es un escándalo y muestra la fragilidad de nuestra soberanía y la poca importancia internacional que tenemos, 4.- hay una normalización de la violencia, donde la sociedad busca acomodarse a su nueva realidad, y 5.- los liderazgos políticos no tienen como prioridad recuperar el orden y la paz.
Los días patrios, en Sinaloa y otros estados, trascurrieron en medio de balaceras y con la suspensión de las festividades. Me duele decirlo, México se aleja de los países desarrollados y se acerca al estereotipo de los “bananeros”. Vivimos en una paradoja continua: donde, por ejemplo, tenemos grandes carreteras y obras de infraestructura, pero también asaltantes de caminos y bandas armadas propias de un país como Sudan o Somalia.
En nuestro país, a los ciudadanos se les intenta entretener con narrativas perversas, desde una con tintes justicieros, como la falsa reforma al Poder Judicial, hasta otra donde se alienta el voyerismo colectivo en la casa de los ociosos.
No hay nada que me dé optimismo en el futuro, y nunca voy a recurrir al de aquellos que acarician la estúpida esperanza de que nuestros ambiciosos vecinos intervengan. Por cierto, al diablo no hay que invocarlo porque se aparece.