Por Excélsior
La Prensa
El eventual regreso de Donald Trump a la Casa Blanca está lejos de ser un mero retorno a los días de su primera administración. Con el Partido Republicano firmemente sometido a su influencia y un profundo resentimiento acumulado por sus batallas legales, la próxima presidencia de Trump se perfila más como una revancha que como una simple continuación. Los ecos de lo que podría ser un segundo mandato revelan un futuro potencialmente caótico, con las promesas de poder absoluto y represalia como ejes centrales, mientras las barreras del pasado que solían moderar sus impulsos se han erosionado significativamente.
¿Trump ya tiene el control del Partido Republicano?
Sí, en la parte ideológica y discursiva.
A diferencia de 2016, cuando Donald Trump era considerado un intruso en la política republicana, en 2024 el partido se ha transformado por completo bajo su influencia. La purga de figuras moderadas y críticas de Trump, junto con la alineación incondicional de quienes permanecen, ha convertido al ‘Gran Viejo Partido’ en un reflejo de la voluntad del expresidente. Trump lo ha moldeado a su imagen y semejanza, haciendo que la lealtad absoluta sea una condición indispensable para cualquier cargo de liderazgo… algo que ya decía el senador Lindsey Graham: Ir a Mar-a-Lago es como ir a Corea del Norte.
Este proceso de alineación total ha llevado a la desaparición de voces disidentes. A lo largo de su ascenso y tras la serie de acusaciones que enfrentó en 2023, el Partido Republicano se ha consolidado alrededor de él, mostrando una cohesión inédita desde su primera campaña en 2016. La narrativa de la victimización y el antagonismo hacia las instituciones estadunidenses ha resultado instrumental para mantener su base movilizada y activa, sellando un pacto de lealtad incuestionable.
Sin embargo, el control absoluto no significa unidad ideológica. La base republicana de Trump es diversa, compuesta tanto por elementos conservadores tradicionales como por figuras que operan en los márgenes del extremismo, como el excandidato presidencial Robert F. Kennedy Jr. y el magnate Elon Musk, quienes apoyan su visión de un gobierno moldeado para satisfacer su agenda personal. En este contexto, el Partido Republicano ya no se presenta como un baluarte de ideología coherente, sino más bien como un movimiento conservador que busca establecer un orden en el que el presidente ejerza el poder sin barreras ni supervisión.
¿Trump cumplirá su promesa de ser ‘dictador por un día’?
No se descarta, aunque no será como tal una ‘purga’ inmediata.
El resentimiento es un tema recurrente en la narrativa de Trump, y su segundo mandato está configurado para ser la culminación de su deseo de vengarse de las instituciones y personas que considera que lo traicionaron. Durante su primera presidencia, Trump se enfrentó a limitaciones que, en su opinión, impidieron la ejecución total de su visión de poder: un Departamento de Justicia que se negó a investigar a sus oponentes políticos de la manera que él deseaba —como a Hunter Biden, el hijo del mandatario, que también enfrenta cargos ante la justicia—, asesores que moderaban sus políticas y aliados que, en última instancia, se volvieron en su contra.
Ahora, con la lección aprendida, Trump ha dejado claro que no cometerá los mismos errores de personal. La administración que planea será diferente, conformada por figuras que no solo compartan su visión, sino que también estén dispuestas a llevarla a cabo sin cuestionamientos. Esto incluye el uso potencial del Departamento de Justicia como herramienta para castigar a los enemigos percibidos, un movimiento que Trump ya ha insinuado públicamente.
La retórica de «el enemigo interno» se ha convertido en un grito de guerra resonante entre sus seguidores más leales y sirve de justificación para lo que podría ser un asalto sin precedentes contra las instituciones democráticas estadunidenses, como los tribunales y los medios de comunicación.
Los tribunales federales también han sido transformados desde que Trump dejó el cargo en 2021. Con una supermayoría conservadora en la Corte Suprema, Trump confía en que muchas de sus acciones serán confirmadas, incluso aquellas que habrían sido impensables durante su primer mandato. La reciente decisión de la Corte Suprema que otorga inmunidad a los presidentes por actos oficiales en el cargo es una de las razones por las que Trump se siente ahora más seguro de sus posibilidades de gobernar sin restricciones.
¿Qué ha aprendido Trump en comparación a su primer mandato?
Una diferencia crucial entre el primer y el posible segundo mandato de Trump radica en la experiencia acumulada. Trump ya no es el empresario novato que llegó a la Casa Blanca en 2016, y su discurso estridente dejó de ser una novedad. Ahora es un presidente experimentado, que conoce los mecanismos internos del poder y que ha aprendido cómo doblarlos a su favor. Su narrativa ha evolucionado: de ser un candidato outsider que desafiaba al establishment, ahora es un líder que busca cimentar un legado de poder absoluto, con pocas barreras que lo frenen.
Las «barreras» que en el pasado limitaron su accionar ya no están. Muchos de los asesores que impusieron restricciones a sus impulsos, como John Bolton, Mike Pence, o Mark T. Esper, han abandonado su lado y han advertido públicamente sobre los peligros de un segundo mandato. En su lugar, Trump ha reclutado a personas cuya principal cualidad es la lealtad incuestionable, eliminando cualquier posibilidad de fricción interna.
Esta realidad hace que el panorama para el segundo mandato de Trump sea significativamente más preocupante. Con el Partido Republicano alineado y los tribunales a su favor, Trump tendrá pocas razones para moderar su conducta. Su promesa de «drenar el pantano» podría convertirse realidad reemplazando a los expertos y profesionales por individuos leales, dispuestos a implementar su agenda sin cuestionamientos.