LA NOTA VERDE
Ignacio Moreira Loera
Instagram: @thewaxwing1
A quienes nos tocó nacer últimos en nuestra familia, recordamos bien el proceso de “estrenar” prendas que no eran precisamente nuevas, pero que pasaban de hermanos y primos hasta llegar a nosotros. En aquellos tiempos, la industria de la moda no era tan pasajera, y la ropa que usaban los mayores podía llegar al menor de los consanguíneos aún en perfectas condiciones.
Hoy en día, la cosa es distinta; más allá de la cuestionable calidad textil, en el mundo se ha instaurado un sistema de tendencias a cambios vertiginosos, en el cual el consumidor adquiere prendas que no necesariamente son de buena calidad, pero que cumplen con los estándares de las efímeras modas del momento.
La fast fashion o moda rápida se define como la producción acelerada y masiva de ropa a bajo costo que busca no necesariamente ser duradera, sino satisfacer la apresurada y cambiante industria de la moda, en la cual las tendencias y marcas diseñadoras hacen de las prendas un bien de pronto deshecho.
Como muchos de los males que aquejan a nuestro planeta, la fast fashion tuvo su origen durante la Revolución Industrial; sin embargo, este modelo se afianzó en los 70´s y 90´s cuando comenzó y se maximizó —por parte de occidente— la exportación de productos manufacturados a bajo costo en los países asiáticos.
Según el Foro Económico Mundial, se estima que anualmente se producen 150 billones de prendas al año, de las cuales, el 60% (90 billones) serán desechadas, en menos de un año, en gigantescos vertederos que contaminan con microplásticos, químicos tóxicos y fibras sintéticas, la tierra, los mantos acuíferos, cuerpos de agua y el aire. El desierto de Atacama, en Chile, es uno de los ejemplos más terribles.
Como si lo anterior fuera poco, la industria textil es responsable del 10% de todas las emisiones de dióxido de carbono (CO2) a nivel global (con un incremento esperado del 49% para el 2030); del 10% de todos los microplásticos en el océano —cifra equivalente a más de 50 billones de botellas de plástico— y del uso de aproximadamente 1.3 billones de barriles de petróleo al año. Cabe agregar que el proceso del teñido de ropa es el causante del 20% de la contaminación de agua a nivel mundial. Para fabricar una simple camisa de algodón, se emplean alrededor de 2,700 litros de agua.
A pesar de la inmensa cantidad de ropa que se desecha sin apenas usarse, en México solo el 5% (Centro Mexicano del Derecho Ambiental) se recicla. En los Estados Unidos, únicamente el 15% de todos los productos de origen textil pasan por un proceso de reciclado. En el contexto global, tan solo el 10% de toda la ropa producida es reciclada, el 8% reusada y menos del 1% del desecho textil de la industriautilizado para confeccionar nuevas piezas.
En los últimos 25 años, la producción de ropa ha aumentado al doble, mientras que se ha reducido, en un 35%, el uso que le damos antes de desecharla; en otras palabras, producimos más ropa para usarla aún menos —un aproximado de 7 a 10 veces— antes de tirarla, comprar nueva y seguir contribuyendo a este ciclo de contaminación perpetua.
No obstante, para que este modelo de negocio siga operando, se necesita de un consumidor irresponsable con el medio ambiente, uno que, antes de pensar y reflexionar en el deterioro de nuestro planeta y de su propio bolsillo, prioriza la superficialidad de las modas impuestas por diseñadores, marcas e influencers; estas últimas, todas banales.