Por Pablo Hiriart
Aquí hay una revolución
MIAMI, Florida.- Los estudiosos podrán ponerle el apellido que corresponda, pero lo que aquí se vive es el inicio de una revolución. Ya empezó, quiero decir.
La marejada populista, que las instituciones democráticas debieron haber frenado con el primer proceso de impeachment (destitución) de Donald Trump, ha tomado las armas.
Desde hace varios meses las tomó y ha matado en Michigan y en Wisconsin, entre otros estados.
Ha habido combates con disparos de fusiles, pistolas. El trumpismo ya tiene mártires entre sus filas, como Ashley Babbitt, integrante de la organización QAnon, muerta cuando participó en el golpe al Capitolio el pasado miércoles seis.
Fanáticos que siguen al presidente populista –que no aceptó su derrota en las elecciones– no quieren dejar el poder y se aferran a él con las armas en la mano.
Los siete generales y un almirante que integran el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de este país le dieron la espalda a su comandante supremo, el presidente Trump.
La Cámara de Representantes votó por enjuiciar al presidente del país por “incitar a la insurrección”.
Un memorándum del Estado Mayor Conjunto informa a todos los integrantes de las Fuerzas Armadas que “la revuelta violenta en Washington, DC (la semana pasada) fue un asalto directo al Congreso de Estados Unidos”, y “cualquier acto que afecte el proceso constitucional no sólo va en contra de nuestras tradiciones, valores y juramentos: va en contra de la ley”.
Quien los mandó a ese asalto fue el comandante supremo, y pidió a sus huestes “luchar como en el infierno”.
Para la próxima semana se prepara, según explican sus llamados, “la protesta armada más grande jamás vista en tierra estadounidense”, en la que esperan inundar Washington con miles de paramilitares de MAGA (Make America Great Again).
El Servicio Secreto ha tomado la coordinación de la defensa de la capital de Estados Unidos, en la que participan 40 agencias, entre ellas el FBI y la Guardia Nacional.
De acuerdo con información del nuevo equipo de seguridad del Capitolio, las milicias de Trump planean asesinar al vicepresidente Mike Pence y a la líder demócrata Nancy Pelosi.
Esa pareció ser la idea el miércoles de la semana anterior, por lo que ambos dirigentes debieron ser sacados del recinto cuando entró la turba enviada… por el presidente. A Pelosi la sacaron (afortunadamente) contra su voluntad.
Los servicios de inteligencia han alertado que las milicias de Trump planean realizar ataques en objetivos de la capital, así como rodear la Casa Blanca y el Capitolio.
Veinte mil soldados de la Guardia Nacional llegaron a Washington (más de los que EU tiene en Afganistán) para repeler los asaltos de la ola armada de MAGA.
Airbnb canceló todas las reservaciones para la próxima semana en Washington, DC, porque detectaron que fueron hechas “por numerosas personas que están asociadas con grupos de odio conocidos, o que están involucradas en las actividades criminales en el Capitolio”, informó la plataforma.
Impactante fue ver ayer una fotografía en la web de The Washington Post, en que una docena de soldados duermen tirados en el piso de un pasillo del Capitolio.
Sus fusiles están recargados en la pared, al alcance de sus manos. Y al fondo, un enorme busto de Abraham Lincoln con una placa que recuerda el día (15 de abril de 1861) en que llamó a los soldados a permanecer en el Capitolio, para defenderlo.
Desde la Guerra Civil las tropas no se acuartelaban en la sede del Congreso. Otra vez están ahí. Y no las mandó Trump, que en los hechos ha sido desconocido por los mandos de las Fuerzas Armadas como su comandante supremo.
El asalto al Capitolio el día seis fue instigado por el presidente de la República y orquestado por legisladores republicanos junto con los líderes de las milicias trumpistas.
Los legisladores republicanos dieron, el día anterior al golpe, un recorrido de reconocimiento por el Congreso a los líderes de los grupos que el miércoles seis asaltaron el Capitolio.
Alí Alexander, uno de los líderes de Stop the Steal (Alto al atraco electoral), lo dijo en un video (que ya borró, pero fue registrado por los medios) a sus seguidores días antes del intento de golpe. Los tres legisladores “facilitadores” del asalto al capitolio eran Andy Biggs, Paul Gosar y Mo Brooks.
Brooks es el representante de Alabama que, en su discurso de la mañana del miércoles, junto al presidente, dijo a los seguidores que iban al Capitolio: “es hora de patear traseros”.
La representante Mikie Sherrill (demócrata) dijo que vio a los legisladores republicanos, el día anterior al golpe, dar un recorrido por el Capitolio con líderes del asalto.
Indignada, Liz Cheney, la tercera en el mando republicano (sí, republicano) en el Congreso, dijo que “nunca ha habido una traición mayor de un presidente de Estados Unidos a su puesto y a su juramento”.
En diferentes estados han sido detenidos líderes del trumpismo que enviaron amenazas al Capitolio, entre ellas asesinar a Nancy Pelosi la próxima semana.
Donald Trump encendió la mecha de esta revolución al alegar, desde antes de las elecciones, que le cometerían fraude. Y después no reconoció al ganador.
Un tercio de los votantes de Trump, según la más reciente encuesta de Huffpost, simpatiza con los asaltantes del Capitolio.
Sí, esto es una revolución que casi nadie quiere ver de frente.
Tiene nutrientes más allá de lo electoral, como la desigualdad, el racismo, abusos policiales, el miedo al diferente, el fanatismo.
Pero la detonó un populista, megalómano y mentiroso compulsivo, que ha hecho levantarse a otros fanáticos en contra de una elección que no les robaron, contra un ganador que no los llevará al comunismo como ellos dicen, y que no usurpó el poder merced a una conspiración de pedófilos.
Por lo general nos enteramos de que hay revoluciones cuando ya llevan mucho tiempo en curso. Como la francesa, por ejemplo.
Aquí no frenaron a tiempo a Donald Trump.
Corresponderá hacerlo y sofocar el fuego que ya inició, al presidente Biden a partir del miércoles de la próxima semana.
Ya mandó una señal positiva: no tiene miedo.