A veces, lo que buscas también te está buscando.
Por Mauricio A. Sánchez Campos
Desde el momento en que la vi en el supermercado, supe que había algo especial en ella. Su cabello castaño caía en suaves ondas, y sus ojos verdes brillaban con una calidez que me atrapó al instante. Nuestros carritos chocaron accidentalmente, y ella me miró con una sonrisa amable.
—¡Lo siento mucho, no te vi! —dijo.
—No te preocupes, fue culpa mía, estaba distraído —respondí.
Avancé unos cuantos metros por el pasillo del pan. Para mi sorpresa, solo quedaba una última bolsa de pan de masa madre. Estiré la mano para tomarla… pero justo en ese instante, sentí la necesidad de girarme, para verla una vez más.
Y sí… ahí estaba ella, a mi lado, observando cómo tomaba el último pan de masa madre que quedaba.
Con una voz suave, casi susurrando, preguntó:
—¿Es el último, verdad?
Asentí, pero sonreí y le respondí:
—Sí… pero no importa, es tuyo.
Mientras caminábamos, descubrimos que ambos estábamos yendo hacia los mismos pasillos y comprando los mismos ingredientes para un sándwich. El pan, el jamón, la mantequilla… todo nos llevaba por los mismos pasillos, como si el destino hubiera decidido que recorriéramos ese camino juntos.
Cada palabra intercambiada parecía cargada de significado. Le dije, medio en broma:
—Creo que el destino quiere que hagamos el mejor sándwich del mundo juntos.
Ella rió y, con una chispa en los ojos, contestó:
—Deberíamos reunirnos algún día para ver quién hace el mejor sándwich.
En ese momento supe que ella sentía lo mismo que yo: una conexión que iba más allá de las palabras. Un amor a primera vista…
—¡Claro! me encantaría.— Respondí sin pensarlo dos veces. —La verdad es que nadie ha podido ganarle a mi sandwich de gorgonzola y anchoas… queda espectacular.
Al final reuní el valor para pedirle su número. Me lo dio con una sonrisa, y yo lo anoté en mi teléfono, sintiéndome más feliz de lo que había estado en mucho tiempo. Pero, al llegar a mi auto, el teléfono se me resbaló de las manos y se estrelló contra el suelo. Se apagó… y con él, la posibilidad de volver a contactarla.
El tiempo pasó. Y cada vez que pensaba en ella, me preguntaba qué habría sido de su vida.
Años después, en un parque, la vi de nuevo. estaba allí comiéndose un sandwich.
Eran ya casi las 7 y el sol estaba en su momento más dorado. Volteo y sus ojos verdes me atraparon.
—Mauricio?… qué coincidencia… estaba pensando en ti… y tenias toda la razón, nadie le gana a un sándwich de gorgonzola y anchoas. Si… está espectacular,
¿quieres?.— lo dijo mientras meneaba el sandwich dándome a entender en que así lo preparo.
Perplejo en su mirada, me senté a su lado y le di una mordida al exquisito sandwich. Y en ese instante, todos los sentimientos que había guardado durante años volvieron con una intensidad abrumadora.
Hablamos. Y en medio de nuestra conversación, le confesé:
— No se como explicarlo… Fue solo un instante, lo sé, pero ese día que nos conocimos… algo en ti me desarmó por completo, y desde entonces, no he vuelto a ser el mismo.
Ella sonrió, con esa misma calidez que recordaba, y me preguntó:
—Te busqué… ¿Por qué nunca me llamaste?… Asentí, sintiendo un nudo en la garganta.
—Sí, pero lamentablemente nunca te encontré. Perdí tu número cuando mi teléfono se rompió. Te busqué y te busqué… y hasta hoy, después de tantos años por simple casualidad, te vuelvo a encontrar.
Ella me miró con una mezcla de tristeza y comprensión.
—Yo también te busqué… —dijo, bajando la mirada— pero no por mucho tiempo.
Guardó silencio, respiró profundo… y susurró:
—Pasaron cosas… cosas que me obligaron a dejar de buscar, incluso cuando más quería encontrarte. Y ahora que al fin estás aquí… llegaste justo cuando ya no puedo quedarme. Me ganaron la carrera, Mauricio. En tres o cuatro días… ya no estaré.
Quise decir algo, pero no pude. Solo la miré, temblando por dentro.
—Hoy es mi último día fuera del hospital —añadió con una sonrisa rota—.
—Solo vine a comer este sándwich… Quería volver a sentir algo bonito, aunque fuera por un momento. Ese día contigo fue lo último que me hizo sentir viva… y necesitaba recordarlo, aunque fuera por última vez.
Me tomó la mano. La apretó fuerte. Y luego… se fue. No dijo adiós. Solo dejó la mitad de su sándwich junto a mí…
Desde entonces, no he vuelto a probar el gorgonzola. Pero cada vez que huelo ese queso… vuelvo a amarla. Y a perderla, otra vez…