Este negocio familiar ha sobrevivido 90 años, desde que don José Isabel Amaya se trajo la fórmula a Monclova desde la Ciudad de México. Desde la madrugada su precursor, Benito Amaya, recorre los ranchos en busca de leche bronca, ingrediente esencial
Por Wendy Riojas
LA PRENSA
En la Colonia Primera de Mayo hay un rincón donde el sabor de la vainilla es más que un gusto: es una tradición. Se trata de la nieve de Chabelo, un negocio familiar que ha resistido al tiempo, a las pandemias y a los embates de la vida. Al frente está Benito Amaya Pérez, mejor conocido como “Chabelo”, heredero de una historia que comenzó hace más de seis décadas con su padre, don José Isabel Amaya Zamora.
El inicio de un legado
“Mi papá fue el pionero, si no el primero, de los vendedores de nieve en garrafa aquí en Monclova”, recuerda Benito. La historia arranca en 1962, cuando la familia Amaya llegó desde Ciudad de México.
José Isabel, quien fue soldado y luego machetero en los mercados de la Merced, supo reinventarse. Empezó vendiendo fruta en la Plaza de la Mayo, pero el calor del norte lo llevó a fabricar su propia nieve artesanal.
Con una carrucha de mano que él mismo construyó, recorría las calles de la Obrera Norte y Sur, Fraccionamiento Monclova y Fraccionamiento Madero en el sector sur de la Ciudad.
“Papá se ganó a la gente por su carácter y por su producto. Era muy querido. Todos lo conocían, y ahora a mí también me ubican como Chabelo por él”, comparte Benito con emoción.
Benito toma la batuta
Fue en 1991 cuando Benito decidió continuar el legado. Su padre ya no quería vender, y él vio en la nieve un negocio noble: “No es para hacerse rico, pero sí vende uno. Sí deja”, dice.
Empezó haciendo la misma ruta: Obrera Norte, Obrera Sur, Fraccionamiento Madero y Fraccionamiento Monclova. Con el tiempo, su clientela se volvió tan fiel que ya no necesitaba recorrer calles: ellos lo buscaban.
“Un papá venía por nieve y traía a sus hijos. Ahora, me toca venderles a sus nietos”, dice orgulloso. Hoy, son ya cuatro generaciones que han probado su nieve, una receta que Benito cuida con especial cariño.
La receta del sabor
¿El secreto? Chabelo responde con humildad: “No es la mejor del mundo, pero a la gente le gusta”. Parte de la magia está en los ingredientes: vainilla de calidad, leche bronca, frutas naturales como melón, fresa, mango y limón.
Si falta materia prima, prefiere dejar de vender antes que bajar la calidad. “Mis clientes tienen un paladar fino”, bromea. “Le modificamos poquito, y si no les gusta, dan la vuelta a la manzana y regresan y me dicen”.
Además de la tradicional vainilla —la “de batalla” como le decía su papá— también prepara nieve de sabores para eventos especiales. Y aunque algunos lo han alentado a abrir sucursales, él prefiere mantener su operación familiar: “Si pongo otro negocio en otra colonia, me voy a competir a mí mismo. Y ya estamos grandes y enfermos. Con esto tenemos para darle gracias a Dios”.
La pandemia y el valor de la fidelidad
Cuando llegó la pandemia, Benito Amaya se resguardó por recomendación médica: hipertenso, diabético y con sobrepeso. Pero su clientela no lo abandonó. “Venían hasta aquí, sabían dónde vivía. Me buscaban”, dice con gratitud.
Desde entonces, su punto de venta es su hogar: Calle Juventino Rosas número 1406 de la colonia Primera de Mayo. Ahí, lo visitan clientes de toda la ciudad e incluso de fuera: “He mandado nieve a San Antonio, a Guadalajara. Se la llevan en hieleras y llega intacta”, asegura.
El relevo generacional
Hoy, el negocio sigue con ayuda de su hijo mayor, de 47 años. Él prepara la nieve cuando Benito se cansa. Su hija y su yerno también apoyan, aunque tienen su propio negocio.
“Nos han ofrecido hacer sociedad, expandirnos, pero aquí está bien. Este lugar nos da todo”, comenta mientras sonríe y observa a los vecinos que se acercan por un litro de nieve.
Una historia que se conserva en el paladar
Más allá de la receta y la venta, Chabelo ha creado un vínculo afectivo con generaciones enteras. “La gente es como mi familia. Cuando me dicen que me hice viral, me da gusto. Que vengan y prueben. Y si ya vinieron, que regresen. Aquí los esperamos.”
Benito Amaya, con 68 años, continúa el legado de su padre no solo con cucharadas de nieve, sino con historias, gratitud y humildad. La nieve de Chabelo no solo refresca: conecta pasado y presente con el sabor de una tradición que ya es parte del corazón de Monclova.
Su padre deja un legado
Respecto a su padre recuerda que fue de los primeros comerciantes de Monclova, junto a don Lorenzo Rodríguez mejor conocido como ‘El Tío’ de 101 años de edad y Don Luis, quien vendía fruta en el sector sur de la Ciudad.
“A Don Lorenzo ‘El tío’ lo conocí cuando estaba joven, yo tenía 8 o 9 años de edad. Él y mi papá estaban bien jóvenes y había otro frutero que se ponía en la escuela de la Colonia Obrera, Don Luis” recuerda.
“Pero en nieve, yo creo que mi papá-si no fue el primero-fue de los primeros en llegar a Monclova, empezó en 1962, recorría el sector sur de la Ciudad con su carrucha, venía y se tomaba una siesta, y en la tarde recorría la Zona Centro”.
Relata que bajaba por la calle Miguel Hidalgo, la calle Altos Ibarra, Abasolo, la Ocampo, la Calle Ignacio Zaragoza y regresaba a su hogar en la Colonia Primero de Mayo, sin embargo, falleció a la edad de 89 años hace 18 años siendo recordado por muchos monclovenses.
Actualmente el precio de la nieve se encuentra en 20 pesos el vaso, en 35 pesos el medio litro y en 70 pesos el litro, y la garrafa en 700 pesos de vainilla y en 800 pesos de sabor como melón, fresa y mango.