El fundador del antro, icónico bar LGBT+ de los setenta, recuerda sus inicios y cómo el establecimiento se convirtió en un refugio para la comunidad, artistas como Juan Gabriel, Pita Amor y juniors de clóset
Por Évolet Aceves/Milenio
La Prensa
MÉXICO.- En el frenesí contracultural de los setenta y ochenta, Henri Donnadieu fumaba marihuana, dice que lo relajaba después del trabajo en el Disco Bar El 9. También probó el LSD, de moda entre los jóvenes, pero lo transformaba en un monstruo al que le daban ataques de celos. “Pero eso no fue nada”, dice. Lo que vendría después sería “mayor y terrible”.
El jefe de la Policía Judicial Militar, Arturo Acosta Chaparro, del que se sabe hoy estuvo relacionado con los vuelos de la muerte durante los años de la Guerra Sucia en México, les facilitó a Henri y sus socios la licencia y los trámites de autorización para abrir un local en Acapulco. Sería una sucursal de su famoso bar LGBT+ en la Ciudad de México, El 9, del que se han escrito crónicas, libros, y hasta una serie de TV, basada en Tengo que morir todas las noches, de Guillermo Osorno.
Un centro nocturno a donde punketos y travestis, rockeros y vedettes, celebridades y artistas de la pluma y el pincel llegaban por igual para desgajar la noche al ritmo de la música entre finas copas de cristal y luces multicolores que adornaban las ventanas en la colonia Juárez.
Con la venia del militar, El 9 abrió su segundo local en las playas que cautivaron al jet set en septiembre de 1977. Pero meses después, el mismo Acosta Chaparro organizó una “redada espantosa” –un acto de represión policiaca– y todo el personal quedó en la cárcel. Un duro golpe. “Me quedé verdaderamente solo, pero yo tenía que hacer algo”, dice Henri, y eso fue el inicio de la leyenda de quien inventó la noche en la Zona Rosa.
Conocí a Henri Donnadieu en 2018, durante la grabación del documental Pita Amor: Señora de la tinta americana, sobre la tía poeta de Elena Poniatowska, para el cual su director, Eduardo Sepúlveda Amor, nos entrevistó junto a una bella y delicada Betty Boop en El Olivo, a un costado de la Plaza Río de Janeiro en la colonia Roma. “¡Pero qué chic!”, fue lo primero que me dijo el elegante empresario y activista, con su acento francés.
Tiempo después nos volveríamos a encontrar en un recital por el natalicio de Pita, al que nos invitó gentilmente quien fuera su amigo cercano, Marco Rojas Siqueiros. Varios años transcurrieron hasta que, una vez más, nos dimos cita en un café de la Zona Rosa, en la misma calle donde se encontraba el Disco Bar El 9.
Nacido el 13 de mayo de 1943, Henri Donnadieu huyó de Francia tras haber fundado el Partido Unión Antirracial, y trajo consigo la semilla de la contracultura a México, país en donde encontró acogida. Fue pilar del underground mexicano y pieza fundamental en la historia de la comunidad LGBT+. Para Donnadieu, “ser homosexual nunca fue un problema, asumirme como tal fue algo natural”.
En esta entrevista con DOMINGA, relata su paso por El 9 y el desfile de celebridades que por ahí pasaron, sus salidas con Andy Warhol, Jean-Michel Basquiat y sus visitas a The Factory –taller, estudio y centro nocturno de las fiestas de Andy Warhol–; su amistad con Pita Amor, María Félix y Juan Gabriel, entre otras celebridades que acudían al bar, así como algunas reflexiones en torno a la comunidad LGBT+ de esos años oscuros.
Así nació la idea de abrir un bar gay en la Zona Rosa
Su padre fue un panadero que devino policía. Su madre, María Antonieta, a la que llamaban Niní, fue dibujante y empleada del zoológico de una isla del gobierno francés en el Pacífico Sur, Nueva Caledonia; llegó a ser amiga de Édith Piaf, a la que conoció ahí y con quien a veces cenaba junto al pequeño Henri en la habitación de la cantante en el Hotel Negresco. Su abuela, cariñosa y comprensiva, lo dejaba jugar con muñecas y fomentaba su sensibilidad frente a la tosquedad y rudeza de otros niños.
Su llegada a México no fue fácil. Salió huyendo de Francia, donde se doctoró en Ciencias Políticas en la Universidad de la Sorbona de París, teniendo como director de tesis a André Malraux; de ahí decidió dar clases en Sídney, pero al poco tiempo se desilusionó, por lo que se mudó a Nueva Caledonia, al no contar con los fondos suficientes para regresar a Francia. Ahí vivió nueve años y fue el primero en vender departamentos en condominios de la isla, donde empezó a gestar su fortuna. Fundó el Partido Unión Antirracial, cuya premisa era “a cada quién según su valor, no según su color”, tras haber visto la desigualdad en la isla hacia la población indígena.
Al gobierno francés no le pareció: Donnadieu se salvó de un atentado con bazuca, le cortaron sus cuentas bancarias, así fue cómo llegó de refugiado político a México, “decidí exiliarme en un país del cual me había enamorado, viniendo cada año a pasar dos o tres semanas de vacaciones”.
En estas vacaciones conoció a quien se volvería su pareja, el contador Manolo Fernández, un joven junior que nunca ejerció su carrera, aunque sí conducía un gran Mustang del año. Gracias a él conocería a Jack Ross, mánager de celebridades, a Óscar Calatayud, pionero de los bares gay, como el Míster Chaplin y el Penthouse; también a Guillermo Ocaña, socio de Calatayud. Manolo abrió en 1974 “un restaurante muy nice, super fifí, al que llamó Le Neuf, él era un enamorado de Francia”.
“Llegué a México el 1 de diciembre de 1976, entonces comenzaba el sexenio de López Portillo. Me hospedé en el Hilton de Acapulco por Navidad, y el 12 de enero, ya en la Ciudad de México, fuimos a un lugar que era un pequeño lugar en la calle Baja California. Manolo me presentó a Óscar, quien me hablaba en inglés porque yo no hablaba español. Manolo le explicó que teníamos la intención de abrir un restaurante, que ya lo estábamos haciendo, y Óscar propuso: ‘¿por qué no abrimos un bar gay?’ A mí me pareció una idea genial”.
“Claro, no conocía la realidad de la diversidad en el México de 1976, yo sólo había venido como turista con mucho dinero, al María Isabel, al Fiesta Palace. Pero estaba dispuesto a convencer a Manolo”. Y lo convenció. Al no tener dinero para abrir el negocio, Henri, con 34 años, empeñó en el Monte de Piedad dos relojes de platino que luego rescató, y Guillermo Ocaña, que también quería asociarse: “vendió un coche viejo, y con eso abrimos El 9, el 23 de enero de 1977, tres semanas después de mi llegada a México. Todo fue rapidísimo”.
El club de los juniors de clóset y las celebridades
El Disco Bar El 9 tuvo dos etapas: la primera fue en la Ciudad de México, cuando Henri Donnadieu no hablaba español. A la noche de inauguración en Londres No. 156 en la Zona Rosa, en el mezzanine de un edificio estilo francés de dos pisos, acudieron las celebridades el 23 de enero de 1977. “Me sentía como en París, llegaban los padrinos como dando un toque surrealista”: La Tigresa, con su amigo el fino dandi Mario Pedrero, “y Xóchitl La Reina de Reinas, espectacular travesti y dueña del mejor burdel de la ciudad”, en la calle Bahía de Todos los Santos.
El 9 no era un lugar muy amplio, en realidad estaba compuesto por dos espacios para la clientela, un pequeño cuarto para los amigos de los dueños y al final la cocina; “al entrar, la barra estaba a la izquierda, y a la derecha un toldo árabe con mesas y sillas. Del otro lado, un vitral de Ignacio Servín que daba a la calle”, y estaba abierto de martes a domingo.
El 9 era un poco como el club de los juniors de clóset, juniors de mucho apellido, mucho casado con hijos, pero en el clóset total. Eran jóvenes de la burguesía mexicana. “Yo estaba en la puerta y sólo hablaba inglés y francés, lo cual le daba un toque chic al lugar y facilitó inmiscuirme en las relaciones públicas”.
Siete meses después del éxito, a Óscar Calatayud se le ocurrió la idea de abrir la sucursal en Acapulco en septiembre de 1977, en la Avenida de los Deportes, a cincuenta metros de la famosa discoteca gay El Gallery, a donde iban “Farrah Fawcett o Grace Jones a ver a las transformistas”, ha dicho Alejandra Bogue. Henri dice que llegó todo México, “las actrices famosas, los Cachún Cachún, hasta los Timbiriche de chavitos. Porque en esa época no había tantas restricciones por la edad”.
Donnadieu tomó las riendas de El 9 de Acapulco, donde todos hablaban inglés y su español iba prosperando gracias a las clases que tomaba en el Instituto Mexicano Norteamericano de Relaciones Culturales en la calle de Hamburgo, también en la Zona Rosa. “A El 9 de Acapulco venía mucho turista y mucha gente del jet set: Sean Connery, Dewi Sukarno, Úrsula Andress, Village People, Sylvester Stalone, Tony Bennett…”. La entrada no sólo era gratuita, era un espacio reconocido por siempre tener el mejor ambiente para olvidarse de la vida diurna y recibir la noche con la mejor música del momento y con una larga variedad de cócteles ofrecidos en la barra.
Después de la redada iniciada por el militar Arturo Chaparro Acosta el 26 de enero de 1979, todo el personal de Acapulco quedó detenido. Al enterarse, el gerente del local de la Zona Rosa se llevó todo el dinero de la caja fuerte, Donnadieu quedó solo. Cerró El 9 de la capital por unos meses. “Decidí reabrirlo yo solo pero de otra manera, esta vez para todo el mundo. De esencia puramente gay pasó a ser algo distinto, podría entrar cualquiera. La única consigna era el respeto ajeno, cada quién tenía que respetar a cada quién”. Y así inició la aventura con la reapertura en ese año.
“Contraté al periodista Pedro Armando Ramírez para que manejara mi imagen, él convocaba a la prensa para las noches especiales. Hice fiestas temáticas, se institucionalizó El 9 de Oro, un premio que dimos a las celebridades del momento, lo recibieron Tere Velázquez, Nacha Guevara, Silvia Pinal, Mauricio Garcés, Juan Ferrara, Olga Breeskin, Joaquín Cordero. Pedro Armando me ayudaba a contactar a personajes del medio artístico para convencerlos de aceptar el premio y luego promovernos en secciones de espectáculos y sociales. También recibimos a personajes del ámbito político”.
Entre los clientes acérrimos estaban Fernando Benítez, fundador del suplemento cultural más importante de México: ‘México en la Cultura’ que aparecía en las páginas del diario ‘Novedades’; o Jaime Vite, descrito por Guillermo Osorno como “El encargado de las relaciones públicas, un travesti de casi dos metros de altura, y su presencia fue otro de los cambios que introdujo Henri después de hacerse cargo del lugar”. Henri decía que Jaime Vite tenía una manera de vestir extravagante y a la vez de buen gusto, “su show travesti era famosísimo, gran conversador, hablaba un castellano perfecto, con él aprendí palabras que poca gente utiliza”, dice.
También iba La Doña y su hijo, Enrique Álvarez Félix. “Era una mujer muy interesante, inteligente. Yo me hice amigo de ella más tarde, muy amigo, cuando fui socio de Estela Moctezuma, que abrió, después Las Veladoras y luego El Candelario, en la calle de Liverpool”.
“La Félix era una mujer con un espíritu vivo, veloz. Siempre se mostraba encantada de hablar francés conmigo, con ella podías hablar de todo. Cuando tuve la suerte de ser su amigo, en 1994 hubo un mundial de fútbol. ¡Ella sabía todo de fútbol! Fíjate que me contó una anécdota extraordinaria: que durante la relación con Agustín Lara se enteró de que él tenía una relación con una bailarina. Me comentó que había tenido un altercado terrible con Agustín, al grado de que María Félix le disparó con una pistola, pero no lo alcanzó”.
“En ese momento ella estaba filmando Río Escondido, llega al set de la película, le tocaba filmar la escena en el Palacio Nacional, la parte cuando llega la maestra, al ser íntima de Gabriel Figueroa [el cinefotógrafo], a quien le estaba contando todo esto poniéndose a llorar, él le dijo: ‘tú ya ponte bien, hoy te voy a dar un trato de reina’, y como recompensa Figueroa le inventó esa escena llegando a la entrada del Palacio, en la que camina debajo del enorme candelabro, eso me lo contó María Félix. Esta escena es la escena más bella de ‘Río Escondido’. Era una mujer muy interesante. Yo la conocí al final de su vida”.
Andy Warhol llamó a los dueños de El 9 los Petroleros de México
Henri Donnadieu conoció a Andy Warhol por un amigo mexicano, el periodista Víctor Juárez, con quien coincidió en el avión yendo a Nueva York en 1979. El periodista le presentó al fotógrafo Christopher Makos, exnovio de Warhol. Makos lo llevó a The Factory.
“Warhol era muy ‘snob’ y a Manolo nunca lo peló. Nada más veía cómo gastábamos, porque sí El 9 generaba mucha lana. De martes a domingo estaba llenísimo, era, lo que dicen en inglés, un ‘moneymaker’. Entonces Warhol nos llamó ‘Los petroleros de México’. A mí me agarró un cariño especial porque le encantaba demostrar que hablaba francés”.
“Con Warhol conocí a la gente más bella: Julian Schnabel, Kenny Scharf, Jean-Michel Basquiat, que era un papasote”. Donnadieu cuenta que con Basquiat tuvo más cercanía que con Warhol, yendo a boutiques y galerías de arte de Nueva York. Con su entonces socio Manolo estaban gestando lo que sería El Metal, una nueva discoteca de tres pisos, teatro y restaurante, “aquí en la calle de Varsovia, pero duró sólo cuatro días, y costó como siete millones de pesos”.
Para El Metal Donnadieu compró cinco Warhol originales. “Él iba a ser el padrino pero se nos fue antes. Éramos ricos, habíamos comprado lo que fue la casa de Dolores del Río en Acapulco, la remodelamos con Diego Mata Pose, un gran arquitecto mexicano. Siempre habíamos invitado a Warhol, él iba a venir a quedarse para la inauguración de El Metal, que lo abrimos en septiembre de 1989, pero falleció antes. Sasha Sokol fue la protagonista de los dos únicos cócteles que se dieron ahí”.
Guillermo Osorno escribe que, la noche del 6 de diciembre de 1989, Manolo se dirigía a El 9 de la Zona Rosa, cuando se encontró “con un actor amigo suyo que le dijo que no avanzara más porque había habido una redada y la policía había acordonado buena parte de la Zona Rosa: sacaba a todos los comensales y los metía a camiones que esperaban a la entrada […]. Detuvieron a cerca de ochenta personas”.
Así que “hay altos y bajos en la vida”, dice Henri para explicar que tuvo que vender todos los Warhol. “Se enfermó muy grave Manolo de sida, estuvo dos años en la agonía. También tenía fotografías de Mapplethorpe, mucho de Cauduro, de Dalí. Yo tenía una gran colección de pinturas, tuve que venderlo todo y no lo vendí bien”.
Donnadieu conoció a Juan Gabriel en Acapulco, lo recuerda como un muchacho sencillo, de pueblo. Por las tardes iba con sus amigos lancheros a la Playa de la Condesa y por las noches iba a El 9. Sonaba en todas las radios “No tengo dinero”. Cuando ocurrió la redada de Acapulco, Juan Gabriel fue el único que llevaba comida a los meseros encarcelados.
Otra amistad de Donnadieu fue Pita Amor. “Yo tenía mi lema, era ‘tengo que morir cada noche para renacer al día siguiente’”, dice Henri en su autobiografía, La noche soy yo. Cuenta que “a diario tenía que inventar algo para la próxima noche, entonces me levantaba como al mediodía y siempre me iba un ratito a El 9 a preparar la noche, a ver lo que faltaba. Y un día salgo y veo a una señora en la banqueta, así, de pie, me dio ternura, y le dije ‘señora, ¿no quiere pasar al baño arriba?’, y me dice: Ah, tu es français? Así nos conocimos, ¡imagínate!, ni sabía quién era Pita, pero vi este fenómeno con el moño y con todo el rigor, igual que tú”.
Donnadieu la recuerda con un moño en el cabello, un bastón y muchos anillos. La invitó a comer a un restaurante que tenía en la calle de Varsovia. A partir de ahí surgió una amistad durante los últimos años de la poeta, quien asistía con frecuencia a El 9 y a su restaurante para dar placenteros recitales de poesía. “Y Pita de repente me hablaba de sus amores, de Daniela Romo. Yo creo que ella estaba enamorada de Daniela”.
La comunidad LGBT+ antes y después del Disco Bar El 9
–¿Qué diferencias notas entre la comunidad LGBT+ de aquella época y la de hoy en día? –le pregunto a Henri Donnadieu.
–Cuando se abrió El 9, en 1977, había mucha represión contra los gays, a nivel policiaco. La gente era más precavida. Ahora los gays han ganado confianza, ya no se esconden. Siento que, como minoría, tenemos que buscar el respeto de la mayoría. Debemos tener una actitud por lo menos decente, no provocativa. Y siento que, de repente, ha regresado la homofobia que había bajado en los ochenta.
“Tenemos que ser unidos, no hay unidad. Es tan importante ser unidos, porque también como grupo de presión a nivel político podemos marcar la diferencia. Podemos ser un grupo de presión determinante. Ahora, te voy a decir, la Ciudad de México está a la vanguardia a nivel de la legislación en favor de la diversidad”.
–¿Cuál dirías que es tu mayor contribución a la comunidad?
–Por un lado, haber abierto la primera clínica contra el sida en México y en América Latina. La abrí en 1987 con una asociación civil llamada Cálamo, fundada por Alejandro Reza y Braulio Peralta. Fuimos los primeros en abrir la clínica contra el sida. Cada lunes se organizaban conciertos. Mucha gente famosa vino a cantar gratis. Y todo era para abrir la clínica.
“Y el otro aporte, pienso que fue a la cultura, porque en El 9 nació la contracultura, con dos revistas que se llamaron La regla rota y La plus moderna y muchas iniciativas culturales más. Yo era el editor y quien financió las revistas. La hicieron dos personas: Mongo, que me hacía las invitaciones; y Rogelio Villarreal, ellos son los que realmente daban contenido a la revista. También El 9 dio apertura, visibilidad, a todos esos grupos de músicos jóvenes que no tenían espacio, en dónde darse a conocer.
En El 9 debutaron bandas de rock icónicas, como Los Caifanes, Café Tacuba, La Maldita Vecindad, Casino Shanghai, María Bonita, Santa Sabina, por mencionar algunas. “Ahí llegó a tocar mi amiga Alaska”, dice Donnadieu, “el rock en español empezó en El 9”.
–¿Qué música escucha hoy Henri Donnadieu?
–Te voy a ser sincero. Estoy muy orgulloso de haber tenido la mejor música y de haber marcado la época en los ochenta, lo que se escuchaba en El 9, un año después se escuchaba en toda la ciudad. Y tenía de los mejores DJs. No se podía comprar música aquí, pero yo iba a comprarla a Londres, París, New York, Berlín.
“El 9 marcó la vanguardia de la música. No porque yo fuera melómano, sino porque había que dar lo más nuevo. Pero casi nunca escucho música. Por ser amigo de Luis Miguel, de repente me gusta escucharlo. Hay un cantante ahora que encuentro guapísimo, ese ya es más por mi putería, se llama Carlos Rivera. Me gusta también ver los programas de nostalgia, que la nostalgia está muy de moda”.
Terminamos nuestra plática y recorremos las calles de la Zona Rosa, donde le tomo algunas fotografías afuera del que fue El 9 y en calles aledañas. Henri Donnadieu, quien hace unas semanas cumplió 82 años, espera que sus memorias, La noche soy yo algún día sean reeditadas, y coincido con él: deberían ser leídas y releídas por los jóvenes de hoy, mucho que aprender y gozar de su vida y su historia, tan llena de experiencia, sabiduría y gentileza.