“Me duele mucho verlos sufrir, porque ellos no tienen la culpa de nada, son inocentes y también sienten”, expresa Esaú Granados, un niño de sonrisa vivaz y corazón grande
Fabiola Sánchez
LA PRENSA
“Me duele mucho verlos sufrir, porque ellos no tienen la culpa de nada, son inocentes y también sienten”, dice con voz tierna y sincera Jesús Esaú Granados Rodríguez, un niño de apenas 11 años que ha dedicado parte de su corta vida a rescatar perritos callejeros, sus palabras, llenas de sensibilidad, resumen lo que para él significa cada mirada triste, cada cuerpo herido y cada ladrido apagado que encuentra en las calles.
Desde que tenía apenas seis años, Esaú descubrió que no podía permanecer indiferente ante el abandono, en cada esquina donde veía un perro lastimado o hambriento, insistía a su madre en detenerse para ayudar.
“No podíamos seguir de largo, él siempre pedía que los recogiéramos”, relata su mamá, Yadira Rodríguez, orgullosa de la noble misión que emprendió su hijo.
Con el paso del tiempo, esta vocación se convirtió en una rutina de amor y sacrificio, aunque su casa es pequeña, entre ocho y nueve perritos han encontrado ahí un refugio temporal, en total, la familia calcula que han logrado rescatar entre 15 y 20 perros que, de no haber sido atendidos, quizá habrían tenido un destino fatal.
Actualmente, conviven con dos rescatadas que se han convertido en parte esencial de la familia: “Cuchara” y “Vainilla, ambas tienen historias de dolor, pero también de esperanza, pues gracias al cuidado y cariño que recibieron, hoy disfrutan de un hogar donde son valoradas.
“Vainilla llegó muy mal, desnutrida, con sarna y había sido atropellada, muchos pensaron que no sobreviviría, pero logramos salvarla con medicinas y atención, hoy corre y juega como cualquier perrita feliz”, recuerda Yadira con emoción.
LA HISTORIA DE CUCHARA
La historia de Cuchara es distinta pero igual de conmovedora, la perrita mestiza tenía dueño, jamás la cuidaban, siempre vagaba sola y con miedo, hasta que un día se acercó a Esaú buscando comida.
El pequeño recuerda que, poco a poco comenzó a quedarse en su casa, hasta que, cuando la familia se mudó, el dueño no la reclamó y Cuchara pasó a formar parte del hogar donde siempre había querido estar.
Esaú relató tristemente que, los rescates, no siempre terminan en finales felices, en más de una ocasión, los perros han llegado en condiciones críticas y su madre han tenido que llevarlos al veterinario, enfrentando gastos de hasta cinco mil pesos, como ocurrió con un pug gravemente enfermo por garrapatas, a pesar de los esfuerzos, no siempre logran salvarlos, pero nunca se rinden.
“Ese perrito no se pudo salvar, pero hicimos todo lo posible, lo importante es que no murió solo en la calle, sino acompañado y con cuidados”, explica Yadira, convencida de que, hasta el último momento, todo animal merece dignidad.
Para Esaú, cada rescate es una lección de vida a su corta edad comprende la responsabilidad que implica cuidar de un ser vivo.
“Ellos también sienten tristeza y alegría, cuando los veo tristes, me acerco y si puedo les doy de comer o les hago cariñitos”, cuenta el pequeño con una sonrisa tímida, pero con la seguridad de quien sabe que está haciendo lo correcto.
Su amor por los animales lo ha llevado a soñar con ser veterinario en el futuro y tener un albergue para cuidar muchos más perritos