Hace cuatro décadas partió el menor de la familia, y desde entonces visitan su última morada
Por Iván Villarreal
La Prensa
Bajo el sol de noviembre, en el panteón del Sagrado Corazón, Miguel Ángel Jiménez Ibarra cumple 40 años visitando la tumba de su hermano menor, quien falleció a los 9 años en 1985. Acompañado de su esposa, hija, nietos, padres, hermanos y hermanas, convierte el Día de Muertos en una tradición que une generaciones.
“Venimos todos los años, como hacíamos con mis papás, mis tías y tíos. Antes éramos más, pero con el tiempo se nos van yendo unos, otros ya no pueden moverse. Así es la vida, y aquí andamos”, relata Miguel Ángel mientras limpia la lápida junto a su familia.
En el mismo espacio reposan su abuelita y un tío que se unió hace dos años. “Mi hermano empezó aquí en el 89, y el tío por ahí hace un par de años”, explica. La visita no es solo de limpieza: es un reencuentro con anécdotas que mezclan tristeza y sonrisas.
“Éramos traviesos, como todos los niños. Se quedan los recuerdos, y quisieras que no hubiera pasado para conocernos como adultos, pero ni modo, hay que aceptar la ley de la vida”, comparte con voz serena.
Desde Tamaulipas, donde reside parte de la familia, el viaje es largo, pero el esfuerzo vale, como lo mencionó la señora Petra Ibarra González. “Antes veníamos cada año, aunque a veces no se puede. Estando lejos es diferente, pero aquí cerca es otra cosa”, dice Doña Petrita, quien la acompaña fielmente es su esposo Guillermo con quien está casada hace 60 años. Juntos celebran 6 décadas de matrimonio, con la tradición como testigo.
En el camposanto monclovense, entre flores y veladoras, los Jiménez Ibarra demuestran que el Día de Muertos no solo recuerda a quienes partieron, sino que fortalece los lazos de quienes quedan.