Por Yuriria Sierra
Una historia de impunidad
Debajo de él, nadie lo tocó. Ni cinco acusaciones por violación
El clima en el puerto no podía ser mejor. La brisa, el ruido de las olas del mar. La noche apenas iniciaba, las bebidas comenzaban a servirse, las botanas eran repartidas y los invitados, uno a uno, entregaban las llaves al valet parking. La música en vivo atravesaba el jardín, anunciaban una celebración hasta altas horas de la noche. Y ahí, saludando, estaba el señor gobernador. Agradece las felicitaciones y regalos por su cumpleaños 66. Nos encontramos en el año 2023. Hacía dos de su victoria en la elección, pero también del que para él había sido un triunfo mayor. En desafortunada contracorriente, pisando las leyes, aplastando estatutos, descalificando opositores e ignorando víctimas, se impuso abrazado del árbol que le dio la mejor sombra. Debajo de él, nadie lo tocó. Ni cinco acusaciones por violación. Ni los colectivos que se manifestaron por varios meses previo a que se concretara su candidatura y durante su campaña electoral, esa a la que llegó tras salir avante en dos encuestas. Dos años ya de eso, sólo a quienes consideraba malintencionados antagonistas insistían en ese que consideraba un terrible episodio, pero que se diluía al compás de las cumbias y con varios tragos de cerveza. Aquel árbol seguía dándole sombra.
Y ya era cerca de la medianoche, el gobernador se acercó a uno de los invitados. Había llegado con retraso, no pudo abordar un avión, pero manejó a toda velocidad desde la CDMX. Perdona la demora, dijo. Lo importante es que estamos aquí, agregó y le guiñó el ojo. Se trataba de uno de los funcionarios más importantes del sector Salud y, en representación del Presidente, entregó los saludos y la felicitación. También tenía motivos para celebrar. Después de casi tres años, seguía como uno de los favoritos de ese selecto grupo al que el mandatario del país escuchaba. La suya, sentía, era una figura necesaria para la narrativa a la que se aferraba la oficina donde se tomaban todas las decisiones: elocuente y con la agilidad mental capaz de esquivar los golpes que sus opositores le lanzaban. Si libró una pandemia, qué más le daba seguir sorteando hasta sus propios tropiezos. Incluso sonrió al recordar las veces en que pidió a la población usar cubrebocas y la facilidad con la que hacía oídos sordos a sus propias palabras, cuando creía que nadie lo veía.
Los presentes chocaron sus copas. Era momento de brindar. El reloj marcaba la medianoche. Los mariachis estaban a punto de tocar Las mañanitas. El gobernador, al centro del festejo, giró su cabeza para ver a la concurrencia. Amigos, siempre leales, y nuevos conocidos, esos que nunca faltan y que llegan con deseos escondidos bajo el brazo, pero ahí estaban todos. Felices, celebrando. Sí, era su cumpleaños, pero también la confirmación de que se había acercado a la gente correcta, esa que le permitió vivir en la impunidad. Y en un momento, miró a ese otro quien, como él, conocía esa sensación. Él también estuvo, con razones, en el centro del escándalo, bajo el escarnio, pero esa noche ya nada importaba. Uno tenía varios años por delante como gobernador. El otro mantenía al menos sus posibilidades de seguir bajo el reflector, ese que le gustaba tanto, no importa que lo hubiera hecho el mejor testigo de su incongruencia e irresponsabilidad.
No hace falta decir nombres. Ésta es una historia de impunidad que se escribe ahora en 2021 y que abre la puerta para que, en dos años, una noche como ésta que contamos sea posible, una noche que ya se habrá visto y que, nos habían dicho, no veríamos otra vez.