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lunes 14 de julio de 2025

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Aquiles es mal amigo

Aquiles es mal amigo

Por José Elías Romero Apis

Aquiles creía que era hijo de Zeus. Pero, no lo era. Aquiles creía que era todopoderoso. Pero, no lo era. Aquiles creía que era invencible e inmortal. Pero, no lo era. Muchos hombres de todos los tiempos han creído que son como Aquiles. Pero, no lo son

Hace 27 siglos, Hélade nos regaló un prototipo al que debíamos ver con precaución. Después, Hollywood nos transformó al mismo arquetipo, al que vimos con seducción. Al aqueo, los otros lo creían invencible. El fílmico, por sí mismo se creía invencible.

Aquiles creía que era hijo de Zeus. Pero, no lo era. Aquiles creía que era todopoderoso. Pero, no lo era. Aquiles creía que era invencible e inmortal. Pero, no lo era. Muchos hombres de todos los tiempos han creído que son como Aquiles. Pero, no lo son. Esa patología, la he llamado el Síndrome de Aquiles.

Su patogénesis tiene que ver con la eternidad y con la infinitud del poder. Se ha presentado en todo partido político y en toda época histórica, cuando alguien cree que su poder no tiene límite y que no tiene fin.

La omnipotencia es una quimera. Por eso, Adolfo López Mateos pedía a sus más sabios y leales, que nunca le prestaran las llaves del armero ni del tesoro ni del promisorio ni de las urnas ni del parlamento ni del tribunal.

Se refería, claramente, a que no le permitieran matar opositores ni dilapidar recursos ni engañar en falso ni trampear elecciones ni decretar leyes ni dictar sentencias. Que tan sólo lo ayudaran a cumplir con lo suyo. Por eso, remataba, “no permitan que nadie me arrebate ni que yo extravíe las llaves de la Presidencia”. “Nunca me permitan ser lo que no soy, pero nunca me permitan no ser lo que realmente si soy”.

La fantasía del gran poder no sólo ha existido en los verdaderos poderosos sino, también, hasta en los simples potentados, incluso, hasta en los ínfimos prepotentes. Desde en presidentes nacionales hasta en gendarmes viales. Desde en gobernadores hasta en cadeneros de antro. Desde en congresistas hasta en franeleros. Desde en dictadores de imperio hasta en padrotes de burdel.

En algunos hombres muy famosos como Douglas MacArthur, Maximiliano Robespierre o Claudio César Tiberio, así como en otros muy insignificantes como Aureliano Urrutia, Pedro Lascuráin o Arturo El Negro Durazo.

La omnipresencia es otra quimera. Alguna, vez un gobernante me preguntó cuál debería ser el mejor año de su sexenio. Sin la menor duda, le contesté que el séptimo año. En el fondo, nunca me creyó. Siempre me vio como un pensador romántico y no como un político realista. Sin embargo, hoy está convencido de que no le habrá de alcanzar su futuro para pagar todo lo que le quieren cobrar. No lo aprecian, no lo imitan y no lo respetan. Me dolió acertar, porque lo estimo. Pero más me dolió por mi país, porque lo amo.

Recuerdo que el sarcasmo mexicano hizo que a un antiguo mandatario que era muy inútil y muy inservible se le inventara que sus cercanos, de cariño le decían: “Señor-Presidente”. Y muchísimas veces, a lo largo de la vida, hemos visto funcionarios a quienes les queda enorme el título de señor-secretario, de señor-gobernador o de señor-magistrado. Así, también, en nuestra propia humildad hemos tenido que remontar nuestras grandes limitaciones para dignificar el tratamiento que nos brindan de señor-licenciado, de señor-general o de señor-embajador.

Por esa apócrifa ilusión de la grandeza propia es que Aquiles no es un buen socio, porque defrauda. No es un buen consejero porque yerra. No es un buen compañero porque deserta. No es buen un maestro porque engaña. No es un buen amigo porque traiciona.

Una buena parte de la grandeza humana y de la grandeza política reside en el realismo. Muchas veces el poder hace pensar al poderoso muy soberbio que es todo un hombre superior y al poderoso no tan soberbio que tan sólo es un dios menor. En ambos casos, los pavorosos abismos de la locura.

Aquiles no era inmortal y lo mató un baboso insignificante. Pero, a pesar de ello, tiene muchos imitadores. En mi juvenil inmadurez, me parecía admirable. La maduración de la edad me hizo comprender que Héctor fue más grande. A Héctor lo mató Aquiles, pero no lo mató la muerte. Aquiles fue vencedor, pero Héctor fue invencible.

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