
Por José Luis Pliego
Relevancia de lo reflejado e irrelevancia de lo que refleja
El 2020 será recordado como un año catastrófico para las familias del mundo y, desde luego, para las de nuestro país. La economía, el empleo, la salud… por decir lo menos; más de un millón en el mundo han perdido la vida. Un nuevo orden o desorden global.
Vivimos rodeados de formulaciones lingüísticamente retóricas, vacías, insinceras, hipócritas y mentirosas. Y las agradecemos.
Nadie realmente quiere hacer amigos con el desconocido, ni con el eventual, con el que pasa, ni con el que cobra en caja.
Somos amables de esa manera hipócrita que mucho tiene que ver más con nuestro ego y con el del otro, que con un genuino interés de conocer.
Bendita sea esa forma mecánica de usar nuestro lenguaje: “Buenos días”, “¿Cómo le va?”, “¡Qué gusto saludarla!”, “Mucho gusto”, “Más tarde nos vemos”.
En la mayoría de los casos usamos estas frases de manera absolutamente retórica. Pero cuántas veces estamos realmente interesados en saber cómo le va al prójimo, cuántas verdaderamente es para nosotros un gusto o un placer conocer a otro; cuando digo “mucho gusto” estoy consciente de que es estúpido decirlo, pues ni sé qué es lo que puedo esperar de esa persona que acabo de conocer.
Son parte de una aceptable hipocresía que hace llevadera la cotidianeidad de nuestras vidas.
¡Sería incluso incivilizado no ser retórico! No importa quién nos pregunte cómo estamos, el caso es que nos lo pregunte… por educación, digamos. Y, aunque estemos mal, deprimidos o con problemas financieros, la respuesta debe ser: “estoy bien”.
¡Qué cansado sería que toda vez que hacemos la pregunta nos bombardearan con problemas y vicisitudes ajenas! ¡Qué infierno sería que cada vez que saludáramos a alguien nos llenara el buche con problemas que, siendo honestos, ni nos interesan ni entendemos!
Conductas como esas, sin duda, nos invitarían a prolongar la cuarentena. Quiero salir para ver gente que cumple con esas reglas que son guiadas por la regla del “no nos involucremos”, aceptémonos y mostremos nuestro respeto en aras de la convivencia pacífica y armoniosa que nos ofrece la hipocresía social.
Se trata de una cortesía mutua. Sean educados. De un acuerdo no hablado, pero que siempre debe ser respetado. Es tan ruin no preguntar como contestar sinceramente a la pregunta. La retórica es una forma hueca de emplear las palabras que se agradece en los pasillos.
Shakespeare decía: “Dios les ha dado una cara y ustedes ponen otra”. ¿Hipócrita? Sin duda: se muestra la cara de la dulzura en lugar de la de la amargura. Cruel sería mostrar sinceramente la de la amargura y que ésta se interprete como la de una dulce decepción.
Gracias a mi amigo, el doctor René González de la Vega, mi vecino de oficina y genio reflexivo, que inspiró mi retorno a escribir a favor de quienes siempre están.
Como experto en seguridad me queda claro que la única seguridad que debemos tener es que solo unidos y solidarios, México saldrá adelante, una vez más, como lo ha hecho en toda su historia.