Por Juan José Rodríguez Prats
La 4T
Un asunto es recurrente en México, ¿cómo evaluar el actual gobierno? Se escuchan y se leen opiniones con una enorme carga emotiva, prejuicios arraigados, además de un inefable sectarismo rutinario. Propongo cinco parámetros que son características elementales de una buena gobernanza:
- El primer deber de un Estado es evitar la violencia, sobre todo la que es imputable al ejercicio del poder, sea por represión o por negligencia.
- El manejo honesto de los recursos y la consecuente rendición de cuentas son fundamentales. Exige precisar prioridades para beneficiar a la gente de forma eficaz.
- Impulsar el desarrollo económico generando empleos y mejorando el poder adquisitivo.
- Designar funcionarios probos y capaces que correspondan a los perfiles que cada cargo requiere.
- Mensurar la observancia de la ley, lo cual otorga estabilidad y legitimidad a la autoridad.
Con estas herramientas, el periodo sexenal de Adolfo Ruiz Cortines es el que sale mejor librado en el siglo pasado. Su falla radica en la ausencia de reformas que abrieran cauces a la democracia. Su única aportación fue reconocer el voto a las mujeres, reforma que había sido postergada por los gobiernos posrevolucionarios. Aburrido, pero de resultados.
En este mismo ejercicio, califico al actual gobierno como el peor, hasta donde mis pesquisas alcanzan. Me explico.
La situación de violencia al inicio de esta administración era ya muy grave. Se continuó con la misma política de seguridad con un cambio que vino a empeorar la situación. El Presidente lo evidenció con su respuesta al exembajador de Estados Unidos, Christopher Landau, al afirmar que se buscó, de cierta manera, una especie de tregua con el crimen organizado y se implementó una supuesta política social que atacaría las causas que generaron tanta delincuencia. El desastre se confirma en las cifras de muertos y en el inédito señalamiento de que una buena parte del territorio nacional está fuera del control gubernamental.
El manejo del presupuesto ha sido dañino para la sociedad. Ni remotamente se orientó para beneficiar primero a los pobres. Obras faraónicas, cancelaciones de programas acreditados por sus buenos resultados, fallidos y costosos intentos para combatir la corrupción, han deteriorado aún más el nivel de vida de los mexicanos.
Los datos en todas las áreas de la economía son negativos. Los funcionarios ostentan su incompetencia. El más reciente “incidente” de la Línea 12 del Metro no requiere de mayor averiguación para encontrar a los culpables, desde el inicio de la obra fueron señalados. La falta de mantenimiento está suficientemente probada.
La brecha entre el México real y el México legal cada vez es más ancha y profunda. La brutal embestida contra nuestra democracia desde el Poder Ejecutivo se constata de manera cotidiana.
Hace algunos años, Octavio Paz describió a los rebeldes, revolucionarios y revoltosos. Los primeros son repelentes a la autoridad. Los segundos le imprimen un ideal de cambio a su actitud. Los terceros simplemente estropean todo. Este último caso es el de nuestro Presidente y su cacareada 4T. En un arriesgado intento de entenderlo, intento desentrañar sus asideros ideológicos.
Cree que persiste la lucha de clases. La confrontación entre explotados y explotadores es permanente y el Estado es el único que puede rescatarnos según él. El empresario disfruta de la plusvalía, extrayéndola del trabajo ajeno. La ley es de la autoría de una burguesía que se incrusta en el poder. Los órganos colegiados son inútiles, talleres de conversación. El gobierno por sí solo es capaz de tomar las mejores decisiones.
Estas ideas han ocasionado grandes males en todas las naciones. Sin embargo, están arraigadas en la idiosincrasia de Andrés Manuel López Obrador.
No tengo ninguna duda, Octavio Paz lo calificaría de revoltoso.