Los más sentimentales llegaron con la bandera de México amarrada a la espalda, en la licra negra o en una banderita fija en el casco de ciclista que los cubría también del Sol de 28 grados polvo.
«Es un orgullo, un orgullo el Aeropuerto Felipe Ángeles», decía Alejandro Dimas con una bandera tricolor como capa.
«Desde temprano estamos acá, es increíble, es inmenso, estoy asombrado realmente», dijo pedaleando la rampa.
La entrada de la terminal de vidrio de mil 96 metros de longitud, que será inaugurada dentro de una semana, estaba al enfrente y a su izquierda el Hotel Holiday Inn de ocho plantas y cuatro estrellas aún inacabado, vacío, con decenas de obreros columpiándose arriba, arreglando las ventanas, mirando el campo seco y los remolinos que subían al cielo pardo. En la Plaza Mexicana, una terraza para mirar la torre de control y el polvo, había música.
La Secretaría de la Defensa Nacional organizó una paseo ciclista por su aeropuerto, el que construyó, administrará para civiles y le dará su ganancias. Había presentes grupos de música que cantaban canciones de Luis Miguel y Rocío Dúrcal, y una banda militar afuera de las salas de espera, juegos para niños, venta de chicharrones y papitas.
«Esto es como cuando abrieron Los Pinos, se abarrotó», definió Gildarda Pérez, una mujer de cabello gris y suéter guinda que llegó desde Tlalpan, sin bicicleta pero a bordo de los camiones.
Medio millar de visitantes fueron trasladados con sus bicicletas gratis desde la Alameda de la Ciudad de México en camiones de la Red de Transporte Publico. En un domingo sin tráfico hicieron 50 minutos sobre la México-Pachuca aún en obras, pero fueron más los que sortearon con sus propios medios las vías terrestres inacabadas. Ya adentro los militares los trasladaban en camionetas o ellos se movían en bicicleta, incluso sobre las pistas, y hacia el Museo del Mamut.
«Si no podemos volar, por lo menos ya lo venimos a conocer», le dijo a su familia un comerciante que salió de Hidalgo en un auto desde las cinco de la mañana con dos niños.
«Bueno, es un decir, en plan de relajado pero cuando ya esté en operación primeramente Dios podamos darnos ese lujo», explicó.
Había una rara combinación de orden militar y campaña política, con reparto de lonches y acceso a las pistas de aterrizaje, donde los asistentes pudieron mirar el cristal recién colocado, los sillones aún envueltos en plástico y los jardines aún llenos de polvo y las zanjas apenas preparadas para las cimientos. Pero todo eso, hasta los remolinos de polvo como rastros de avión, fue casi pasado por alto.
Era más la sensación del estreno, un murmullo de espacio grande y nuevo en el vestíbulo principal de las salas de abordar con una gigantesca escultura del Calendario Azteca entre fuentes saltarinas y locales con anuncios de «en renta». Ahí posaban los visitantes con una emoción que el documentalista de la Presidencia, Epigmenio Ibarra, se esforzaba en grabar con close ups y paneos desde la entrada.
A a un lado, los empleados de VivaAerobus y Aeromexico colocaban aún los mostradores. Los militares se preocupaban por ser amables al impedir el paso por algunas zonas o al explicar que algunos baños estaban cerrados por falta de agua. Del otro lado de los jardines, hacia la salida por Tonanitla que no pudo ser acabada para la inauguración del Presidente Lopez Obrador, colocaron una malla verde para impedir la vista a esa zona de guerra.
«Está interesante, está agradable, pero sí va a ser complicado que lo entreguen en el tiempo que quieran entregar una semana, porque todavía estamos entre trabajadores. Realmente va a ser muy complicado que den el banderazo para los vuelos», opinó Manuel Larios, un hombre de pants y lentes oscuros de marca.
Sin pensar aún en los horarios de vuelo, los visitantes buscaba confirmar sospechas.
«Es enorme, ¿no que iban a chocar los aviones?», decían, «¿dónde está el cerro que había?», planteaban, «yo vine para que no me cuenten».
O reivindicaban el momento por ser los primeros que llegaban a mirar el AIFA antes de su estreno. O de manejar sobre las pistas de aterrizaje.
«Esto nunca jamás en la vida volverá a pasar», expresó el ex diputado de Morena, Javier Hidalgo.
El transporte se preparó a las prisas, con seis camiones y tuvieron que conseguir nueve más.
Por la falta de accesos, la entrada se hizo por Tecámac, se estrenaron algunos tramos sin señales aún y ya adentro, tras una revisión de la Policía Militar a las bolsas, hubo largas filas hacia la terminal.
«Lo veo muy bien, muy familiar, muy ordenado todo, digo, están los militares, pero sí está muy bonito la verdad que sí», dijo una mujer de casco color crema que descansaba con su perrito salchicha a un lado del pasto seco, frente a una estación de Pemex, en un paisaje que un hombre definió como de «El Cairo».
«Yo creí que iba estar un poco más terminado la verdad y no, faltan muchas obras, pero la parte en la que está en museo esa parte es la que como que se ve más terminado y se ve más bonito», añadió.
El recorrido duró dos horas, hora y media después los autobuses aún buscaban cómo llegar a la autopista de regreso.