La cronista Ángeles González Gamio camina la Ciudad de México sin más brújula que la curiosidad.
Se detiene, vuelve, revira y avanza: convierte su andar en paseo, según la ruta del asombro.
«Hay que saber ver -arriba, abajo, enmedio- porque la gente, cuando camina en el Centro Histórico, ve hacia el suelo, pero hay construcciones prodigiosas que se aprecian mirando hacia arriba», destaca la autora cuyas publicaciones invitan precisamente a mirar y redescubrir, templos, palacios y museos; mercados, plazas, restaurantes y jardines, y hasta legendarios árboles, como los ahuehuetes.
Su labor le granjeó recientemente el Premio Nacional de Periodismo que otorga el Club de Periodistas en reconocimiento a su trayectoria en diversos diarios, como Unomásuno y La Jornada, y en revistas como México Desconocido y Artes de México, así como ha presentado para TV UNAM la serie Tesoros y secretos del Barrio universitario, y para Canal Once, Crónicas y relatos de México.
Aunque González Gamio se desempeña como cronista del Centro Histórico desde 1997, toda la Ciudad de México y sus alrededores le interesan desde que aprendió, en su niñez, a entusiasmarse mientras caminaba.
Iba de la mano de su abuelo, el arqueólogo Manuel Gamio, quien descubrió en 1914 los primeros vestigios del Templo Mayor de Tenochtitlan, y le hablaba de los edificios mexicas enterrados, que ella visualizaba, recuerda con «imaginación desatada».
También cuando recorría las calles con su padre, Carlos González López Negrete, cronista de sociales del periódico Excélsior, donde firmaba con el seudónimo de ‘El Duque de Otranto». Éste le hacía volver la cara para apreciar la profusión ornamental de los inmuebles barrocos o la sobriedad clásica de la arquitectura, según la época, y le relataba las historias de las familias que habitaban las propiedades.
¿Sigue siendo la niña que iba de la mano de Manuel Gamio?
Creo que sí, porque yo voy a pasear todavía al Centro. Cuando la gente va conmigo de prisa, de compras, por ejemplo, le digo: «Conmigo no vengas, porque me voy deteniendo. Te voy a desesperar. Mejor ve a hacer tus compras y nos vemos para comer».
Me meto a vecindades de repente. «Ésta debe haber sido -me digo de alguna- una mansión maravillosa en el siglo 18». Y le pregunto a la gente, y después averiguo su historia en libros, porque mucha de la información no está en internet.
CANTERA INAGOTABLE
La Ciudad de México es una cantera de historias, y González Gamio no batalla para conseguir una.
«Soy una mujer de curiosidad infatigable, me llama la atención todo y, en esta Ciudad, todos los días pasa algo nuevo. Imagínate que cada semana digo: ‘Ahora ¿de qué voy a escribir? Y nadamás de caminar encuentro mil temas, porque ésta es una Ciudad de ciudades. Me asombra toda la vitalidad que tiene», dice.
¿Disfruta de escribir tanto como de caminar?
Si pudiera todo el día, lo haría. Eso me divierte muchísimo, pero una cosa (escribir) tiene que ver con la otra (caminar). No puedo escribir nada más de escritorio, es decir de información de libros, porque lo que me nutre es precisamente ver las cosas y vivirlas.
Nunca hablo de un restaurante, de una fondita, de una cantina, de una pulquería en la que no he estado. Si no voy: ¿Cómo voy a describir? ¿Cómo voy a sentir la emoción, el sabor, el aroma? El momento culminante -como el parto- es escribirlo, y es muy divertido, porque entonces mezclo la información con la emoción que me provocó un lugar.
También ha escrito sobre reclusorios y crímenes. ¿La crónica del Centro Histórico le ofreció un contrapunto?
Hice un reportaje sobre violaciones, porque se creó el Centro de Apoyo a Mujeres Violadas y me puse a entrevistar a jóvenes violentadas, violadores, jueces, y me fui a los cuatro reclusorios. Eran los años 70, tenía como 30 años -estaban mis hijos chiquitos-; yo agarraba mi cochecito y me lanzaba solita a los reclusorios. Fue una experiencia fuertísima.
Después estuve en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, en el Consejo Honorífico, y vi el brutal deterioro que habían tenido los reclusorios desde los 70, cuando hice estos reportajes de la violación, a cuando regresé hace unos 15 años y vi cómo la gente duerme (de pie) agarrada de los barrotes con el cinturón (para no caer). Es de las crónicas más fuertes que he escrito y se me rompió el corazón. Pero dije: «Tengo que poner esto, también es parte de la Ciudad, de las lacras horribles que tiene».
‘NO TEMO A LOS BARRIOS’
Se propuso cronicar el Centro Histórico en los años 90, cuando se produjo su rescate tras las quejas de la actriz María Félix, quien deploró, en entrevista con Jacobo Zabludovsky, las condiciones del lugar y su olor a orines.
Con todo y la recuperación, la gente evitaba acudir a la zona por considerarla aún inhóspita.
González Gamio, quien se ha desempeñado también como profesora en las universidades Autónoma Metropolitana y Anáhuac, consideraba que debía difundir las riquezas del sitio y encontró un espacio para hacerlo en Unomásuno. Y así comenzaron las crónicas periodísticas de la también historiadora, formada como licenciada en Derecho en la UNAM.
¿Nunca ha tenido una mala experiencia en el Centro?
Llevo no 30, sino 40 o 50 años yendo al Centro, porque imagínate que estudié en el Antiguo Colegio de San Ildefonso; ya estoy, como dicen, bastante guajolotona, y nunca he tenido una mala experiencia. Bueno, una vez me arrebataron el celular, que lo traía puesto en la cintura y un chamaquito lo agarró con sus manos y se fue corriendo como una exhalación; hasta lo admiré, y dije: «¡Qué rapidez!».
Es lo único. Y me he metido a todos los barrios.
Segura, no temerosa, le digo a la gente que quiero hablar de la casa que ellos ven ruinosa. «Está amolada, pero es elegantísima», observo: «Vea qué escalera, qué balcones, qué herrería», y entonces se admiran de lo que tienen. Nunca le he tenido miedo a ningún barrio del Centro.
¿Cuando necesita un remanso, ¿a dónde va?
Un lugar que me encanta, en el atrio de San Francisco, es un pequeño espacio con unos arbolones y unas piedras donde puede uno sentarse un ratito.
Tengo mis rinconcitos del Centro, que no son ni los más elegantes ni los más importantes, pero para mí remansos, oasis: me sacan del ajetreo.
Parece disfrutar mucho de su propia compañía…
Sí. Me dicen a veces que cómo voy solita y les respondo que no, que voy con una persona con la que me divierto mucho, con la que platico, con la que comento, con la que me río. «¿Quién es?», me preguntan. «¡Yo!», respondo. Me la paso muy bien conmigo.
LAS BATALLAS DE LAS LEONAS
Las batallas de Leona ha titulado González Gamio su más reciente libro, editado por MAPorrúa, biografía novelada que dedica a la heroína de la Independencia, periodista de pluma destacada que colaboró con José María Morelos en la primera Constitución de México, en los Sentimientos de la Nación y en el Congreso Constituyente, sin que su crédito se reconociera, pues era mujer y publicaba con seudónimo.
«Son las batallas que de alguna manera seguimos dando todas; siempre tienes que batallar», dice la autora, quien recuerda cómo ella luchó, en varias revistas, para que le asignarán los mismos temas que a los varones, porque siempre le encargaban asuntos considerados femeninos, para «protegerla».
Pero Vicario sí publicó con su nombre una carta cuando desmintió a Lucas Alamán, quien había dicho que ella participó en la Independencia por «amor» a un hombre: su esposo, Andrés Quintana Roo.
«Pienso en la fuerza que debió tener para publicar su respuesta con su nombre, por supuesto. Entonces esas difamaciones -conseguir tal posición porque eres amiga, novia o tienes algo que ver con el jefe- son algo que siempre, en algún momento de la vida, las mujeres hemos padecido: el que te quieran achacar que hay una causa oculta detrás de tu éxito».