La voz de la escritora Irene Vallejo halló en la sala de conciertos Nezahualcóyotl, de la UNAM, un lugar propicio para irradiarse.
Acompañada de las escritoras Rosa Beltrán y Socorro Venegas, así como por la investigadora y promotora de la lectura Elsa Margarita Ramírez, Vallejo presentó El infinito en un junco, un ensayo sobre la invención del libro que convocó a una legión de lectores.
Algunos aguardaban desde las 13:00 horas una butaca para escuchar, a las 17:00 horas, a la también filóloga clásica.
Apenas entrar al escenario, dos minutos antes de la hora marcada, recibió la primera de las varias aclamaciones que le hicieron juntar las palmas, en señal de agradecimiento, y poner su mano en el corazón. En menos de un minuto el auditorio, con más de mil lugares disponibles, la ovacionó tres veces.
En la copiosa fila que ingresaba al recinto -más allá de la hora- había muchos jóvenes, adolescentes y adultos, pero también algunos ancianos mayores con bastón, incluso con puntas de oxígeno. Sin embargo a la hora de aplaudir con arrojo las distinciones desaparecían.
«Estoy temblando de pies a cabeza por la emoción de reunirme por primera vez con lectores mexicanos y hacerlo precisamente en este lugar, mágico: la UNAM», confesó Vallejo al tomar la palabra luego de que Beltrán, coordinadora de Difusión Cultural, destacara cómo su obra presenta al libro cual héroe cuyas aventuras incluyen incendios inundaciones, secuestros y robos.
«Todas las peripecias que podríamos imaginar en cualquier literatura que hable de un héroe, las pasa el libro y finalmente es un sobreviviente», expuso Beltrán.
«El libro es frágil», puntualizó Vallejo, «pero al mismo tiempo es un gran sobreviviente y en ese sentido es una metáfora de todos nosotros: somos esa fragilidad donde cabe el infinito», expuso Vallejo.
Filóloga híbrida, porque también es investigadora y autora de ficción, Vallejo se presentó como una académica que baja del pedestal a los héroes y hace una homenaje a las mujeres, a la oralidad y a todos aquellos que han preservado el libro, desde el autor, el editor, el bibliotecario, los promotores y mediadores de lectura y el lector.
El infinito en un junco surgió como un impulso de rebeldía frente a los relatos apocalípticos que presagiaban la desaparición de los libros y con ellos de los lectores.
«Y por eso he pensado en la hipótesis de un Día del Orgullo Lector que nos hiciera salir a las calles en carrozas bailando y festejando esa condición perseguida o al menos constantemente desahuciada de los lectores».Irene VallejoFilóloga y escritora
«Una hipótesis que nos hacen sentir a quienes amamos los libros casi como los últimos ejemplares de una especie en extinción: muy solos, ligeramente anacrónicos y extravagantes, y muchos de nosotros somos, en general, gente educada, poco ruidosa socialmente, no nos manifestamos, no tomamos las calles, nunca acabamos de estar ciertamente seguros de cuántos somos.
«Y por eso he pensado en la hipótesis de un Día del Orgullo Lector que nos hiciera salir a las calles en carrozas bailando y festejando esa condición perseguida o al menos constantemente desahuciada de los lectores, como si estuviéramos a punto de abandonar la faz de la tierra, dejando un desierto detrás», dijo.
No sabía, confió, si su voluntad de rebelarse era absurda y aislada. El infinito en un junco reveló que no.
«Lo más bello que ha pasado ha sido descubrir que no era una rebelión, una resistencia solitaria y aislada, sino que estaba ahí tanta gente que se preguntaba lo mismo sobre si seremos pocos, si estaremos al borde del abismo de la desaparición, sin embargo afloraron a través El infinito en un junco como un detonante y esta comunidad del junco ha demostrado ser muchísimo más numerosa de lo que nos decía; somos más de los que nos hacían creer, más incluso de lo que se pronosticaba cuando parecía que el libro no tenía muchas posibilidades».
Al despedirse hizo un reconocimiento al México que acogió al exilio republicano.
«Como española que viene al país que acogió a los exiliados de la República española me provoca una profunda emoción. Creo que una gran parte de nosotros -quizá la mejor parte- quedó aquí en México. Ustedes acogieron a los refugiados, a los exiliados de una manera ejemplar, permitieron que se desarrollaran sus carreras artísticas e intelectuales, fueron hogar, fueron puerto, después de una historia tan convulsa y un pasado terrible me parece un acto de generosidad extraordinaria.
«Creo que un español viene siempre a México con una sensación de gratitud y una sensación de peregrino sentimental que de alguna manera vuelve a la casa más hogareña y hospitalaria».
Hospitalaria ella misma, Vallejo firmó libros mucho después de las 18:00 horas.
Los pesimistas decían, al mirar la fila: «no podrá firmarlos todos». Los escépticos respondían que quizá unos 300. Ya entrada la tarde, proseguía el encuentro de la autora y sus lectores.