Ser una persona trans es difícil en cualquier parte del mundo, pero en México puede implicar la muerte.
En 2021 se colocó como el segundo país con más asesinatos de personas trans en el mundo (46 casos), solo superado por Brasil (92), según el monitoreo de la organización Transgender Europe.
Y la violencia cotidiana contra la comunidad no es menor alarmante.
Kenya Cuevas Fuentes lo ha vivido.
Desde los 9 años huyó de la violencia machista en su casa y a esa edad entró al mundo del trabajo sexual, con la explotación, violencia y consumo de drogas que conlleva.
En 2016 vivió un momento transformador de su vida al ser testigo del asesinato de una amiga, el primer transfeminicidio reconocido como tal por las autoridades en México.
Con motivo del Día Internacional de la Visibilidad Transgénero este jueves, Cuevas cuenta su historia, que refleja cómo vivir como una persona trans en una sociedad transfóbica puede convertirse en un riesgo de muerte.
Soy una mujer sobreviviente.
Una mujer luchadora que ha tenido que pasar por procesos de vida difíciles, que inició su vida en una familia disfuncional, prácticamente desde que yo recuerdo.
Soy la menor de siete hermanos y ellos siempre eran violentos. Eran mucho mayores que yo y uno de ellos era alcohólico. Mi madre vivía en Estados Unidos y mi padre tenía otra familia.
Estábamos al resguardo de mi abuela materna, que nos educó con valores. Sin embargo, también había mucho machismo, poca información sobre la diversidad LGBT, no había un reconocimiento claro de la identidad de género, la expresión de género en esos años [70-80].
Y esto generaba una violencia en la que fui creciendo.
Pero las escenas importantes que yo recuerdo y que transformaron mi vida ocurrieron a los 9 años.
A esa edad mi abuela fallece de un paro cardíaco y yo siendo la menor me quedo al resguardo de mis hermanos, que eran los primeros actores de la violencia familiar. Una de mis hermanas murió y quedamos seis.
Y la violencia crecía. No me daban de comer, no me llevaban a la escuela, no me atendían. Cuando salí a buscar comida encontré un empleo y a ganar un dinero. Y al darse cuenta mis hermanos me dijeron «aquí quien trabaja da un gasto» y me quitaban mi sueldo.
Y llegó el momento en que me cansé de que mis hermanos me golpearan, me discriminaran.
«Haz lo que te pidan»
Un día me salí a caminar al centro de la ciudad, a la Alameda Central, y yo no sabía qué hacer con mi vida, pero lo único que sabía era que ya no quería regresar a mi casa, a esta violencia.
Llegó la noche, y en la oscuridad, una mujer caminó hacia mí. Yo no sabía que era una mujer trans, pero mi corazón en ese momento se identificó con esa mujer, quería ser como ella.
Me dijo «ponte a trabajar, habla con los señores de los carros y te van a llevar aquí a la vuelta, te van a pagar tanto dinero y haz lo que te pidan». Así fueron sus palabras textuales.
Yo obedecí, hablé con uno de un carro y me llevó al hotel mientras yo le platicaba mi historia de vida, de mi mamá y mis hermanos. Lloré y lloré y le decía «yo quiero quedarme contigo».
Él se sorprendió pero me dijo: «No puedo llevarte conmigo. Pero te voy a dejar la habitación pagada por una semana y dinero para que comas».
Tenía 9 años y fue mi primer cliente en el trabajo sexual. Obviamente tuve mucho dolor, fue mi primera práctica sexual y yo no sabía cómo reaccionar.
«Te vamos a arreglar»
Me di cuenta que era un hotel que hospedaba a mujeres trans que ejercían el trabajo sexual.
Todo el tiempo las mujeres vivimos violentadas también en un tema de vivienda, porque la gente que renta departamentos no nos acepta y eso hace que los hoteles sean como nuestra residencia.
Les decían «vestidas», porque en ese momento «trans» no existían.
Me acerqué a una y le dije «yo quiero ser como tú», y con el dinero que había ganado me llevaron a un local de pelucas y accesorios de todos colores y sabores.
Compramos una peluca, pestañas, maquillaje, de todo. Yo estaba muy emocionada y me empezaron a arreglar. Y recuerdo una frase que fue muy tajante: «Esta es la primera y la única vez que te vamos a arreglar. Si tú no aprendes es por pendeja».
Puse muchísima atención y fue el primer momento en que pude arreglarme, con esta figura arreglada, afeminada.
Me quedé contemplando el espejo, pues fue uno de los momentos más felices de mi vida porque logré identificarme y verme realmente como esa mujer que vivió engañada y encerrada en un cuerpo varonil.
Y me dijeron «vámonos a trabajar, porque ya te acabaste tu dinero y qué vas a comer mañana».
«Me quedé en la calle»
Me presentaron con una madrota, a quien le dijeron que yo era menor de edad: «Es nuestra hija».
Y recuerdo muy bien que Angélica, como se llamaba, respondió: «Pues a mí me vale madre si es menor de edad o no, a mí que me den mi renta de 1.500 pesos y que se ponga a trabajar».
Era uno de los puntos «permitidos» para el trabajo sexual en Ciudad de México.
Todo el mundo quería irse conmigo y me iba muy bien. Muchos años después entendí por qué: era una niña de 9 años. Por obvias razones llegué a tener una clientela alta.
Ya cuando pasó la «novedad», bajó el trabajo, pero entonces encuentro otra parte del trabajo sexual. Y es que hay otros clientes que buscan una compañía para consumir sustancias, tener fiestas.
Y si no le entras a ese tipo de dinámicas, no trabajas.
Yo seguía siendo una niña con mucho resentimiento, con mucho dolor, mucho sufrimiento real. Y fui presa fácil de las drogas, de esa puerta falsa.
Eso fue deteriorándome. Ya no pagaba la renta, ya no comía, todo me lo chingaba en la droga. Perdí todo y me quedé en la calle.
Eso me llevó a vivir 20 años de mi vida en esas condiciones. Limpiando parabrisas, viviendo en los parques. Cuando alguien me llevaba al hotel, era mi oportunidad de bañarme y lavar mi ropa.
En todo ese proceso viví mucho en las drogas. Y a pesar de entrar a rehabilitación, la abstinencia me hacía caer de nuevo al consumo, además de que no había una comprensión por mi identidad de género y no me permitían ser yo.
Al llegar a la mayoría de edad, como eran programas para menores, ya no me permitían el acceso. Tenía que pedir monedas en la calle o a mis conocidas.
«Los custodios me vendían»
Después de 20 años de esta vida, un día en 1999 llegué a comprar droga a un picadero. Y ahí de pronto tiran la puerta y gritan «¡policía judicial!»
Nos tiran al suelo y la vieja que vendía la droga la avienta a un lado mío.
«¿Desde cuándo vendes?», me preguntó un policía. «No, pues yo no vendo, jefe, vine solo por mis piedritas», le dije.
Me mandaron a la cárcel por «posesión, distribución y venta de cocaína» que entonces era mucho más penado.
En el Reclusorio Norte [varonil] violentaban a las mujeres trans. A mí me llegaron a violar. Los custodios me vendían con internos para sus fiestas y orgías nocturnas de las personas que realmente vendían droga y secuestraban y tenían mucho dinero.
Ahí las personas trans teníamos que satisfacer a muchas personas.
Y un día me peleé con un interno que me quería violentar. Tenía una navaja, pero logré quitársela y se la enterré en el estómago. Y eso motivó a que me trasladaran al penal de Santa Marta Acatitla [femenino].
Salí después de 10 años y tres rebajas de sentencia.
Un juez determinó mi absolución del delito porque consideraba que yo no había sido la responsable de las sustancias que habían encontrado. Me dicen «gracias por participar, uste no fue, discúlpenos».
«Ese día cambió mi vida rotundamente»
Ya había dejado las drogas y al salir me empiezo a capacitar en un proceso de aprendizaje, en la promoción contra el VIH y empiezo a dar consejería, aplicación de pruebas. Y empiezo a aplicar esto con las trabajadoras sexuales, que eran mis compañeras.
Empecé a encontrar que muchas trabajadoras sabían desde hace mucho tiempo que tenían VIH pero no se habían atendido. Otras que ni se imaginaban que vivían con VIH. Las que decían que sí les daba miedo pero no usaban protección.
De 2010 a 2016 me profesionalicé en estos acompañamientos de activismo que realizaba aunque no fuera visible porque lo hacía entre el trabajo sexual. Me decía «que lo que haga mi mano derecha no lo sepa la izquierda».
Al llegar el 30 de septiembre de 2016, ese día cambió mi vida rotundamente.
Fui testigo del transfeminicidio de Paola Buenrostro, mi amiga, una mujer trans de 24 años que fue asesinada. Era mi compañera desde hacía muchos años en el trabajo sexual.
Varias rechazamos a un sujeto que solicitó servicio sexual, pero Paola aceptó subirse al vehículo y cuando avanza unos pocos metros, escuchamos gritos de auxilio: «¡Kenya, Kenya!»
Vi cómo forcejeaban y escuché tres detonaciones de armas de fuego.
Me quedé impactada, no me podía mover. Y él al darse cuenta de que vi todo, me miró fijamente a los ojos, me apuntó con el arma y accionó el gatillo.
Todavía claramente tengo la imagen de su dedo jalando el gatillo, pero no sale la bala porque el arma se encasquilló. Así que pude detenerlo.
Llega una patrulla y lo detienen en flagrancia, con mi amiga agonizando, con el arma en la mano. Y yo grabé un video que publiqué poco después.
Pero entonces nos encontramos con un sistema discriminatorio, violatorio de derechos humanos, de no acceso a la justicia y criminalizante de las mujeres trans y el trabajo sexual, por sus propios prejuicios y creencias y posturas políticas.
Me negaron el acceso al caso porque dijeron que no era testigo sino una «curiosa» en el lugar.
Me las arreglé para tener un documento de acceso a una audiencia y cuando el juez preguntó si había un testigo, el Ministerio Público me dijo «te invito a que te vayas para que no contamines la audiencia».
Yo sin saber de leyes, sin saber leer ni escribir, pero confiando en las autoridades y pensando que el hombre fue detenido en el lugar de los hechos, pensé que lo iban a tener en la cárcel.
Pero el juez lo dejó en libertad porque el Ministerio Público no llevó pruebas.
Amenazamos al fiscal y nos entregaron el cuerpo. Lo llevamos a la avenida Insurgentes [del centro de Ciudad de México] y su ataúd lo pusimos ahí.
Fue nuestra manera de gritarle a la sociedad que a las mujeres trans nos mataban y a nadie le importaba, que a las mujeres trans no nos reconocían, nos violentaban, no nos daban oportunidades laborales, ni de salud, ni de vivienda, ni de derechos humanos.
Pareciera que todo el mundo tiene la autorización de golpearnos y violentarnos. Y eso fue un impacto ante los medios de comunicación.
Entonces fue que empezó toda una lucha de visibilidad.
La Casa de las Muñecas Tiresias
Empezamos a exponer este problema sistemático e institucional en todos los procesos de nuestra vida. Cómo ya hemos normalizado la violencia en nuestras vidas, interiorizándola y llevándola hasta con nuestras propias pares.
Y al mismo tiempo de alzar la voz, empecé a recibir amenazas de muerte por el activismo. Me mandaban coronas florales de muerto, me llamaban para decirme que me iban a matar.
Tuve un atentado en 2017, ingresaron a mi domicilio y ahí mataron a una compañera. Tras esto me negaron la protección como activista y defensora de derechos humanos.
Pero con la insistencia en las denuncias es como hemos logrado que el de Paola Buenrostro fuera reconocido como el primer transfeminicidio de la historia de México.
Es la expresión más violenta que pueda experimentar un ser humano, el transfeminicidio, por la modalidad en cómo nos asesinan.
A partir de entonces fundamos la Casa de las Muñecas Tiresias.
Es una organización sin fines de lucro que da acompañamiento integral para los procesos de identidad, salud, trabajo, vivienda, derechos humanos. De todas las personas diversas y todas las personas que se encuentren en situación de vulnerabilidad: personas de la calle, consumidores de sustancias, trabajadores sexuales, personas con VIH y todo el colectivo LGBT.
Brindamos un albergue para que las mujeres vivan un proceso de deconstrucción y construcción y así mismo de reconocimiento de los derechos propios y que se construyan académicamente y profesionalmente para colocarse en la sociedad.
También nos ocupamos de recuperar los cuerpos de las mujeres que mueren en situación de violencia extrema, para darles cristiana sepultura.
El activismo que hacemos se ha convertido en uno de los más reconocidos del México, pero no solo defendemos a las personas trans, sino que en cualquier causa contra la discriminación ahí va a estar la Casa de las Muñecas Tiresias.
Es parte de un trabajo de responsabilidad y de reconocimiento y de gestión que inició la noche del 30 de septiembre de 2016, cuando mataron a Paola Buenrostro.
«Es algo que te impacta para toda la vida»
Encontrar tu identidad sexual en un entorno incomprensivo es algo que te impacta para toda la vida.
Cuando no se tiene un acompañamiento ni un reconocimiento de esa identidad, lo que hacemos es salir a buscar el lugar donde nos sintamos seguras, donde sí nos identifiquemos.
Es a lo que nos orillan a hacer a las mujeres trans. Salimos de nuestras casas a temprana edad, a vivir la violencia que acabo de relatar.
Lanzan a estas mujeres a la discriminación, a que su expectativa de vida sea de 35 años por la violencia extrema a la que se enfrentan en espacios donde sí son aceptadas como el trabajo sexual, las drogas y los lugares en donde no hay ninguna formación.
¿Qué le diría a un niña que está en este reconocimiento? Que siempre luche por lo que quiera ser. Que no haga lo que los demás quieran que haga. Todo lo que se imagine puede ser real.
Si tú lo imaginas y lo quieres en tu vida, va a ser real. No va a haber ningún impedimento para que tú lo logres.
Sí creo que en México hemos avanzado mucho.
Antes la causa no era visible, no era acompañado de las autoridades, y la comunidad trans estaba más segregada dentro de la comunidad LGBT.
Tras el asesinato de Paola Buerostro fue visible ante la sociedad, los medios, las autoridades y la academia y se ha logrado ante todos los contextos que se requiere inclusión de todas las comunidades poco favorecidas.
A quienes aún sienten transfobia les digo: dense la oportunidad de conocer a personas trans, a personas diversas.
Dense cuenta que somos personas que reímos, que cagamos, que sentimos y que lloramos, igual que ellos.
No sean generadores de violencia a través de la ignorancia. Y prepárense para enfrentarse a sí mismos, deconstruyan sus prejuicios, para que no generen ni discursos ni violencia ni odio.
Yo soy una mujer libre y como otras trans, nos podemos desenvolver en cualquier ámbito social, económico, laboral, comunitario, sin problemas.
Y como siempre digo: nuestra mayor venganza es que seamos felices.