Por Pascal Beltrán del Río
El tiempo se acaba… y los pretextos, también
Están por concluir tres quintas partes del periodo de gobierno y la posibilidad de dar resultados en los temas que impulsaron la Presidencia de Andrés Manuel López Obrador en 2018 se va extinguiendo.
El mandatario se ha concentrado en la terminación de sus obras emblemáticas –el aeropuerto, la refinería y el tren–, pero no fue la promesa de éstas la que provocó el tsunami de votos a su favor. Tampoco, pese a su insistencia, bajar el precio de los combustibles, a lo que se comprometió, pese a no estar en sus manos. Menos aún, mantener el tipo de cambio, cosa que suele presumir, pese a que tampoco depende de él.
Las razones que llevaron a López Obrador al poder tienen que ver con los agravios de gobiernos anteriores. Muy en concreto: la inseguridad, la corrupción y la lacerante pobreza.
¿Será que López Obrador no lo tiene claro o será que ya ha asimilado su ineficacia en la materia?
A casi 41 meses de su toma de posesión, México no muestra signos de mejoría en esos rubros. Por el contrario, hay datos oficiales que dejan claro que el país es tanto o más inseguro que en 2018 y más pobre. Y que el combate a la corrupción no ha dado resultados, pues casi ningún acto de patrimonialismo cometido antes de que llegara él al gobierno, ha sido sancionado o está en proceso de serlo y, en cambio, hay señales de que se han creado condiciones para que prevalezca y se afiance la cultura de la transa, como es la falta de transparencia en la asignación de contratos de obras y servicios.
Sin duda, debe darse al gobierno el beneficio de concluir su periodo antes de evaluar sus acciones. Cierto, aún hay 888 días por delante, pero los resultados de la gestión dependen casi siempre de las políticas emprendidas. Y cuando no, hay que acreditárselos a factores macroeconómicos, que, a decir verdad, no marchan favorablemente, fuera del incremento de las remesas. Si el Presidente aspira –como ha dicho– a que uno de sus correligionarios lo suceda en 2024, tendría que darse prisa y concentrarse en lo sustancial.
Difícilmente el discurso de que “se ha frenado el incremento de la inseguridad” contará como promesa cumplida, pues él se comprometió a bajar la tasa de homicidios dolosos a la mitad y México ya tiene, en 40 meses, más asesinatos de los que hubo, en el mismo lapso, en los gobiernos de Calderón y Peña Nieto.
Con unos 3 millones de mexicanos que han salido de la clase media para ingresar en las filas de pobreza, resulta imposible sostener que México es menos desigual que en 2018. Y la justificación de que “se reparte más abajo”, que no tiene ninguna base documental, es una frase que no alcanza a ocultar lo evidente.
En el terreno de la lucha contra la corrupción, son más las señales de que han aparecido nuevos beneficiarios de esa práctica, que los casos de procesamiento o sanción de hechos del pasado. La retórica de que “si el Presidente no roba; los demás, tampoco” no tiene otro asidero que la imaginación o el engaño. La sombra del incumplimiento de las promesas comienza a alargarse conforme declina el sol en el horizonte del sexenio.
Como ya se ha hecho costumbre a lo largo de décadas, la decepción suele ser el signo del final de los periodos de gobierno. Y contra ella no suele haber defensa.
Buscapiés
* Desde hace al menos dos décadas, enfermedades micóticas han devastado palmeras en diversas partes del mundo, desde California hasta Egipto y desde Florida hasta Australia. Entre esos hongos, figura el Fusarium oxysporum, que, tal parece, está detrás de la muerte de plantas en la Ciudad de México. Aunque propiamente no tiene cura, sí se pueden tomar medidas para evitar su propagación. En Port Phillip, en la bahía de Melbourne, se ha dado uno de los más exitosos programas de control, mediante la restricción del paso peatonal por suelos contaminados –pues el patógeno transita en los zapatos de los viandantes–, y el uso de algunos fungicidas. Si es verdad, como dice el gobierno capitalino, que éste es un problema que apareció aquí hacia 2011, estamos frente a un caso de desidia o incompetencia que ya acabó con la emblemática palmera de Paseo de la Reforma, sembrada hace más de un siglo.