Por Yuriria Sierra
¿Guerra sucia?
“Campaña o guerra electoral: los tiempos en los que todos tratan de exaltar las propias virtudes y se extrapolan hiperbólicamente los errores del contrincante. Para ambos fines, se recurre a la exageración. Si se habla de honestidad, también se le agrega decencia, pudor, rectitud. Si se quiere señalar al otro (todos acusan a todos de exactamente lo mismo), la estrategia es la misma. Corrupto, y de ahí nos seguimos: mentiroso, traidor, deshonesto. Lo mismo, pero con más crema. Y se vale. Para eso son también las campañas. Sin embargo, nuestros políticos aún no han terminado de curtir su piel. Les gusta el halago, pero reprochan los señalamientos que no les son favorables. Se acusan, adjetivan esta estrategia como un recurso bajo, aunque al mismo tiempo estén preparando su armamento. No son capaces de reconocer que eso, lo que llaman “guerra sucia”, habita y define cualquier contienda electoral en el mundo democrático. La diferencia es que, en las democracias adultas, maduras, la guerra se orquesta y se ejecuta sin recriminaciones por su naturaleza. Pero en una democracia como la nuestra, tan adolescente y berrinchuda, los políticos “se llevan”, pero “no se aguantan”, porque, a pesar de que todos juegan con las mismas reglas y en la misma cancha, todos se espantan cuando las utiliza el otro…”.
Lo anterior lo escribimos hace más de cuatro años, iniciaba la carrera electoral para la sucesión presidencial de 2018. Lo traigo a cuenta porque ayer terminó la campaña rumbo a la renovación de seis gubernaturas este domingo, campaña que encontró en sus dos últimas semanas, bastantes elementos para escandalizar a uno y otro lado: acusaciones de abuso de poder y confianza, de mal uso de recursos públicos para favorecer a ciertos candidatos o lo más estridente, los audios que revelaron que los usos y costumbres son los mismos en cualquier partido, hasta entre los que se espantan de lo que hoy señalan del gobierno federal.
Y, repetimos, la democracia también es eso: guerra sucia. Son los audios filtrados y las acusaciones que ayudan a retratar mejor a los personajes que desean participar en la vida pública y activa del país.
Que no se nos olvide eso. Si bien las leyes electorales fueron aprobadas por las fuerzas políticas en un descuido de creer que sólo podrían sacarle provecho a su favor, hoy son justo estas leyes las que los evidencian y exponen su hipocresía. Qué bueno que Layda Sansores exhiba a Alejandro Moreno, qué bueno que Alejandro Moreno lo haga con el senador Manuel Velasco. Lo que sigue siendo un lastre, es la hipocresía con la que todos actúan.
La reforma electoral anunciada por Andrés Manuel López Obrador tendría que estar pensada en ese sentido: en la sacudida de las mojigaterías que limitan la operación política. Queramos o no, lo que sucedió en los últimos días con los audios filtrados por la gobernadora de Campeche y el dirigente nacional del PRI, es signo de una democracia a la que le sobran reglamentos anticuados que sólo alimenta falsamente la idea del buen comportamiento, como si eso garantizara un ejercicio político pulcro, uno que, además no existe en ninguna parte del mundo. Más democracia, menos hipocresía.