Por Pablo Hiriart
Las dos candidaturas pueden ser víctimas de la creación de expectativas que los desborden y pueden tener de regreso a la ciudadanía en las calles protestando.
BOGOTÁ, Colombia.- Pese a las críticas, el general Óscar Naranjo no se arrepiente de haber negociado la paz con las FARC –”no era ético acabar físicamente hasta el último guerrillero”–, y de cara a la elección del domingo afirma que la polarización política fracturó a la sociedad colombiana.
La polarización es muy eficaz para movilizar emociones y desplazar los argumentos y la razón como ejes de un debate. Lo que produce es una indignación que no reconoce ningún esfuerzo, ni la historia. Se cree que todo está mal y debe cambiarse de manera radical.
Le pregunto por Gustavo Petro y por Rodolfo Hernández. “Los analistas coinciden en que los dos candidatos han recurrido al populismo, han recurrido a la movilización de emociones, y han recurrido a presentarse con una misión mesiánica para conquistar electores”.
-¿Cuál es el riesgo para Colombia?
-Mi gran temor es que cualquiera de los dos que gane, sea desbordado por las expectativas que han creado en la campaña. El ejercicio del gobierno está basado en realismo puro. Los recursos siempre son escasos, y los cambios estructurales no se producen de la noche a la mañana. Me parece que las dos candidaturas pueden ser víctimas de la creación de expectativas que los van a desbordar, y pueden tener de regreso a la ciudadanía en las calles protestando por el incumplimiento de lo que se les ofreció.
-¿Cómo llegaron a esto, general?
-El conflicto armado interno mantenía una especie de principio de unidad para enfrentar ese desafío. Por ello, los partidos tradicionales tenían puntos de encuentro para enfrentar el desafío del conflicto armado interno. Cuando se firma el acuerdo de paz con las FARC, cae como el telón de fondo para que se vean otros traumas que experimenta la sociedad colombiana. Hay una especie de redescubrimiento de otras violencias ya no referidas a esa guerra interna, sino más cotidianas y cercanas. Yo creo que el fin de conflicto con las FARC empezó a mostrar una realidad que para los colombianos de los centros urbanos se hizo visible: la brecha de inequidad con nuestros compatriotas que viven en áreas rurales periféricas, y le mostró a esas comunidades periféricas que hay un mundo más allá de su propia tragedia vivida durante el conflicto.
-¿Se arrepiente de los acuerdos de paz?
-No, por el contrario, cada día que pasa estoy más convencido que en el gobierno del presidente Santos, como resultado de un acumulado histórico de otros presidentes que crearon las condiciones para llevar a las FARC a la mesa, se hizo lo correcto. Colombia, después de haber demostrado su superioridad institucional, militar, recurrió a lo que en términos políticos y éticos era lo correcto: sentar al adversario en una mesa para poner fin al conflicto. Pensar que un conflicto armado interno se soluciona con una guerra indefinida hasta eliminar al último de los adversarios, es realmente impensable y además viola cualquier parámetro moral y ético.
-¿Eso lo distanció del expresidente Uribe?
-Mi origen es institucional, de funcionario público. Yo no le otorgo importancia a mi posición personal. En términos de una conceptualización política, el expresidente Uribe estuvo muy lejos de lo que yo acompañé, que era un proceso de paz inspirado en el anhelo de que cesara la violencia en Colombia, por vía negociada.
-Hace años le pregunté en la Ciudad de México a un ilustre paisano suyo si había ligas entre las FARC y el narcotráfico. Me contestó que no. Que las FARC eran el narcotráfico.
-Hay que analizarlo desde sus orígenes. En Colombia hubo primero conflicto armado con las guerrillas, que narcotráfico. La guerrilla, como un factor disruptivo, perturbador, agresivo y violento contra la institucionalidad, irrumpió antes de que aparecieran los cárteles… (Más adelante) las guerrillas habían instrumentalizado buena parte del poder narcotraficante para avanzar en su proyecto insurreccional. Después de que se firma el acuerdo de paz, hay unos disidentes que van de regreso a ejercer la violencia y a buscar en el narcotráfico un punto de apoyo, ya más como una manera de sobrevivir que como un instrumento para hacer la revolución. El acuerdo de paz puso fin a esa idea de que hacer la revolución en Colombia era posible con el auspicio del narcotráfico. Hoy, quien está alzado en armas, apoyado en el narcotráfico, es un narcotraficante.
Le pregunto por quién va a votar. “He sido prudente en esta etapa preelectoral de no dar opiniones alrededor de los candidatos”, dice y destaca lo positivo: alto interés de los jóvenes por involucrarse en el debate. No hay la violencia de hace 20 o más años, que mataban candidatos presidenciales, y el pluralismo que se expresa más allá de las opciones tradicionales.
-Los dos se comprometen a implementar los acuerdos de paz, ¿usted les cree?
-Pues mira, yo creo que esa declaración es valiosa, pero en mi opinión, dado que trabajé en la negociación de paz y que estoy convencido de que el acuerdo marca una especie de hoja de ruta estructural para que Colombia supere muchos problemas que arrastra por décadas, no basta decir que se implementará el acuerdo, si ese discurso no está acompañado con una visión política de lo que significa la reconciliación entre los colombianos. La implementación del acuerdo no puede ser un ejercicio mecánico de cumplimiento, sino que tiene que ser un ejercicio ético, político y fáctico para reconciliarnos.