Olivia Gorra tiene un don camaleónico, capaz de aceptar el cambio y adaptarse: pasó de la tesitura de soprano a mezzosoprano, después de conquistar éxitos con papeles pilares en su carrera, como Violeta de La traviata, de Giuseppe Verdi, y el protagónico de Lucia de Lammermoor, de Gaetano Donizetti.
En el pasillo de entrada a su casa, en la Colonia del Valle, cuelga una muestra de los reconocimientos recibidos a lo largo de 35 años de carrera desde su estreno operístico.
De alma, sobre todo, pucciniana, debutó con la Liù de Turandot en la Metropolitan Opera House de Nueva York, ciudad a la que había llegado sin saber inglés, becada para estudiar en la Manhattan School of Music, y donde viviría durante diez años.
Mientras que en el Palacio de Bellas Artes cantó por primera vez en 1990 con Il tabarro, también de Giacomo Puccini, junto al tenor Alfredo Portilla; eran una pareja de enamorados, un pequeño papel.
En entrevista, Gorra asegura que en este punto de su carrera ya no tiene que convencer a nadie.
«Vuelvo a reafirmarlo, mi pasión es cantar», responde la cantante veracruzana: «No quiero vivir con prisa, sino cantar lo que me haga feliz».
Primero soprano, el cambio de tesitura obedeció a un diagnóstico de acromegalia (un padecimiento endocrino), ya controlada, una ola que Gorra supo remontar y que le ha traído papeles también acariciados, como Amneris, de la ópera Aída, de Verdi, que produjo y significó su debut como mezzosoprano hace tres años.
En su transición ayudó su experiencia con el repertorio belcantista y la música mexicana, así como la buena factura de su técnica.
La trayectoria, no obstante, nunca es tersa. «No hay compasión para el cantante», asegura.
A lo largo de su carrera, por ejemplo, debió dar funciones a pesar de estar enferma. En alguna ocasión en Francia, recuerda, tuvo que inyectarse a sí misma para combatir una infección respiratoria y poder salvar la función. O cuando en Bellas Artes, por una reacción alérgica, apenas podía sostenerse en el escenario en un Don Giovanni, de Wolfgang Amadeus Mozart, junto a Ramón Vargas.
Como también ha debido sobreponerse a pérdidas personales: su madre agonizaba mientras cantaba con Plácido Domingo en el Ángel de la Independencia.
«Olvídate que era Plácido, para mí lo más importante era mi mamá», evoca. Y a los cuatro días de su muerte, subió al escenario a cantar, donde volcó todo el dolor, al punto de esconder la cara por las lágrimas.
Gorra es dueña de un instrumento privilegiado, y así supieron detectarlo Enrique Patrón de Rueda y James Demster, quienes serían sus mentores una vez que dejó su natal Coatzacoalcos para venir a estudiar canto a la Ciudad de México.
«Enrique Patrón soñaba que yo iba a hacer Lucia (de Lammermoor), o La traviata. ‘¡Esta niña va a hacer hasta la Norma (de Vincenzo Bellini)!’, me decía. Me iba a los agudos muy fácil», rememora.
Tenía el ímpetu de la juventud.
«Y era fastidiosa, tremenda. Jimmy (Demster) me escuchaba cantar y me decía: ‘Te quiero dar clase’. Y yo le decía: ‘Tú no, ya me dijeron que eres mala persona y no me vas a enseñar nada'», recuerda.
Pero, como ella afirma, las cosas toman su lugar y a su preparación con él y a las clases con Patrón de Rueda le atribuye la solidez con que llegó al Metropolitan Opera House.
Una carrera no libre de dificultades, insiste, pues durante tres años estuvo impedida de cantar ópera en ningún lado por un contrato desventajoso para cantar con Andrea Bocelli del que solamente se pudo liberar con abogados.
«No tenía ni siquiera los derechos de mi nombre, de mi imagen ni de mi voz. Fue para mí una pérdida», lamenta.
Aunque después, dice, sí le cumplieron con las giras prometidas.
Así como sufrió discriminación en el extranjero y bullying por su físico en su propio País. Hasta la decisión de tener hijos le fue cuestionada: «Vas a destruir tu carrera», le advirtieron.
Durante la pandemia, otro momento difícil que paralizó a todo el mundo de la ópera, Gorra buscó una manera de sostenerse, lejos de los escenarios: junto con su marido, Aureleano Cantú, y sus dos hijos, la familia reconvirtió su empresa de vestuario para las artes escénicas en una fábrica de cubrebocas.
Pero también se volcó en dos nuevas aficiones: la pintura y la fotografía, que se agregaron a su interés por la escritura.
EL REGRESO
Ya de vuelta de lleno en la música, celebrará sus 35 años de carrera con el concierto Por amor y causa en la Catedral Metropolitana el próximo 23 de junio, a las 20:00 horas, con los órganos monumentales y un programa de música sacra con obras de George Philipp Telemann, Gustav Mahler y Johann Sebastian Bach, y además, anticipa, ofrecerá como estreno el Kyrie y el Gloria de una misa de Juan Antonio Juanas (1749-1819), último maestro de capilla de la Catedral de México en la época novohispana.
Una parte de lo recaudado en este concierto, adelanta, servirá para comprar materiales para el rescate y conservación de partituras de los siglos 18 al 20 de un acervo reunido durante una década por la cantante y que se conforma por 15 mil piezas -no sólo de música mexicana- resguardadas en el Centro Cultural Olivia Gorra.
Ese interés por preservar este patrimonio musical la llevó a capacitarse en preservación y conservación bibliográfica en la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del INAH.
Otra parte de lo recaudado irá para el mantenimiento de los órganos de la Catedral y para apoyar a la casa hogar Divina Providencia, que también recibirá donaciones en especie, como licuadoras para papillas y colchones. Y es que es una comprometida promotora de la adopción.
Con la cualidad camaleónica que la define, Gorra se ha sabido plantar también detrás del escenario como productora e impulsora de la ópera mexicana. Una cantante a la antigua, en el sentido de no limitar su labor al canto, como Pepita Embil y Ángela Peralta.
Incluso lanzó un concurso de canto que lleva su nombre.
Por otra lado, desea repetir la experiencia de producir Chamánika, ópera de corte prehispánico cuyo libreto escribió al alimón con su marido, con textos en náhuatl y español a partir del trabajo del historiador Miguel León Portilla, y con música del compositor y pianista Dmitri Dudin.
«Que nos inviten a producir esta ópera que está dedicada y basada en los proyectos de León Portilla, ahorita que están apoyando tanto a las culturas originarias. Ésta es la ópera hecha en México», propone la cantante.
Aunque no interpretaría el protagónico, como sí lo hizo en 2008 en el Festival Internacional de Tamaulipas, donde también se encargó de la producción y financió en buena medida con sus ahorros.
Gorra asegura que aún hay mucho que hacer a través del canto.
«Si la palabra hablada es muy poderosa», celebra, «imagínate cantada».
