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BABY BRAIN: ¿QUÉ HAY DETRÁS DE LOS FAMOSOS “OLVIDOS”?

BABY BRAIN: ¿QUÉ HAY DETRÁS DE LOS FAMOSOS “OLVIDOS”?

El “cerebro de mamá”, un fenómeno asociado a la gestación y al postparto en el que las mujeres dicen sentirse despistadas y olvidadizas, por mucho tiempo fue obviado por la ciencia.

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 Ahora, un grupo de neurocientíficas ha demostrado que el embarazo realmente modifica el cerebro. 

Por Sarai J. Rangel

Cuando Gabriela Frías se embarazó, creyó que “perder la cabeza por su bebé” no era mas que una inofensiva metáfora de la maternidad. Para su sorpresa, dice, durante un tiempo su cerebro prácticamente se esfumó.

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“Fue bastante traumático”, recuerda. En 2015, tras regresar de un viaje por Asia junto a su pareja un gesto para despedir su antigua vida de solteros sin compromisos, y con un vientre ya algo voluminoso, se encontraba recostada mirando absorta la pantalla de la computadora. “Descanso obligatorio”, habían mandado los doctores tras su escapada. 

Para una personalidad como la suya, estar en cama era una tortura. Recién entrada en los cuarenta, acababa de comenzar el doctorado en Filosofía de la Ciencia luego de hacer una licenciatura y una maestría en Matemáticas y otra licenciatura y otra maestría en Lengua y Literatura Inglesas.

Todo mientras cumplía sus compromisos como jefa de comunicación de un instituto en una prestigiosa universidad de México. Lectora voraz, había planeado aprovechar esos meses de reposo absoluto para avanzar con su doctorado. Pero ahora estaba ahí, sin poder creer lo que ocurría. Un amigo divulgador le había enviado el borrador de uno de sus últimos libros para que le diera su opinión. 

Lo siento, no lo he podido leer tuvo que admitir. No lo entiendo.

¿Es que está muy difícil? ¿Debo aterrizarlo más?

No. Soy yo. No lo comprendo repitió.   

Le puedo hacer cambios, ¿sabes? ¡Hacerlo más simple!

No, de verdad, no es el libro. Tu libro está bien ¡Soy yo! No lo he podido leer porque el texto, las palabras, simplemente no me hacen sentido! 

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“Me asusté”, confesó cuando platicamos recientemente. Al ver la pila de libros sin tocar que su pareja le llevaba para pasar el rato, relata que sentía desesperación. Tampoco podía concentrarse lo suficiente para escribir. Frustrada, pasó los últimos meses de su embarazo viendo series y películas. Su médico le dijo que se relajara, que era normal.  “Es el cansancio”, “la falta de sueño”, “no has dormido bien”.  Pero eso no la convencía. 

Baby brain o cerebro de mamá

Tras buscar en Internet reconoció sus síntomas en los muchos testimonios de mujeres que al igual que ella, se quejaban de dificultades de concentración, mala memoria, confusión… Una niebla mental que las acompañaba durante el embarazo y a veces varios meses después del parto.

Tenía Baby brain.

Los famosos “despistes u olvidos del embarazo”, un fenómeno que hasta 81% de las embarazadas y madres de niños pequeños reportan y que suele percibirse como leves fallas de memoria (¿a qué vine?, ¿qué iba a decir?), hasta falta de claridad mental o incluso dificultad para leer o concentrarse. 

Aunque no conocía la explicación, saber que no era la única le dio a Gaby cierta paz para afrontar aquellos confusos meses. Pero le preocupaba si se trataría de algo permanente. “Alarma, ¿sabes? Porque en ese momento ignoras si vas a volver a pensar como antes, a concentrarte al leer o al escribir algo. A volver a ser tú.”

¿Qué es y cuáles son las causas del Baby brain?

¿Realmente el embarazo incide de alguna manera en el cerebro de las mujeres y en su capacidad mental? De ser así, ¿por qué hacernos más olvidadizas y dispersas? ¿Se trata acaso de un deterioro cognitivo como suele describirse al Baby brain? Hasta hace poco la ciencia no tenía nada que decir sobre ninguna de estas cuestiones.

Pese a lo desesperante que tales olvidos fueran para las madres, desde el punto de vista de los médicos era más importante entender lo que pasaba en sus vientres que en sus cerebros. La “acción” estaba abajo, no arriba.

Pero a finales del siglo XX algunas profesionistas comenzaron a reportar tímidamente sus propias experiencias. “El síndrome de la amnesia materna es una realidad”, escribía en 1991 la doctora Eileen Baildam en el British Medical Journal al volver de su licencia por embarazo.

“La mayoría de las madres están demasiado asustadas para admitirlo ante nadie y, sin embargo, hablarán de él con evidente alivio cuando se den cuenta de que es común, normal y temporal“, decía Baildman en su informe. 

Más dudas que certezas

No obstante, en pleno 2022 todavía no hay certezas sobre esta “niebla” que parece invadir el cerebro materno. Mientras que para una parte de la comunidad científica los cambios cognitivos y la disminución de la memoria de la que hablan las embarazadas son síntomas meramente subjetivos (posiblemente causados por la privación del sueño), recientes hallazgos sugieren que, más que insinuar que “el embarazo nos vuelve tontas”, estos despistes podrían ser el indicio de un proceso mucho más extraordinario ocurriendo inadvertidamente en el cerebro de las mujeres al convertirse en madres.

“El embarazo conduce a cambios duraderos en la estructura del cerebro humano”, afirma Erika Barba-Müller, psicoterapeuta y doctora en neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona (España), “al igual que prepara los pechos para amamantar, el embarazo también prepara al cerebro para cuidar del bebé”. Y tiene una peculiar manera de hacerlo.

Dentro de la cabeza de mamá

A inicios de los años 2000, Erika Barba-Müller se sentía entre la espada y la pared. Había dejado su natal México para hacer una maestría en España y ahora se preguntaba qué rumbo debía tomar su vida. El paso lógico era continuar con el doctorado. Pero tenía un segundo anhelo: ser mamá.

“¿Cómo voy a hacerlo si el doctorado requiere un alto nivel de compromiso y la maternidad también?”, pensaba.

Confió su intención de embarazarse y sus preocupaciones profesionales a dos amigas cuando volvían de presentar su tesina de maestría. Como integrante de la Unidad de Investigación en Neurociencia Cognitiva (URNC) de la Universidad Autónoma de Barcelona, le entusiasmaba abordar la plasticidad cerebral, la capacidad del cerebro para cambiar su estructura y adaptarse a diferentes estímulos.

Estaba familiarizada con los estudios de neuroimagen por resonancia magnética (RM). De ese modo analizaban los cambios que trastornos como la hiperactividad y la esquizofrenia provocaban en el cerebro.

La decisión era difícil. Parecía que tenía que elegir. ¿No habría forma de juntar ambos mundos? De pronto las piezas encajaron. “¿Y si entro a la máquina (de resonancia magnética) y hacemos un pre y post mamá?” Sus compañeras neurocientíficas como ella quedaron mudas. 

Cómo influye la explosión de hormonas en el cerebro femenino

En esos años la evidencia de cómo hormonas sexuales como la progesterona, el estradiol o la testosterona, influyen en la neuroplasticidad iba en aumento. Las hormonas son los mensajeros químicos del cuerpo.

Mientras viajan por el torrente sanguíneo regulan funciones tan diversas como la alimentación, el sueño o la respiración. Y, sorprendentemente,  la estructura y función del cerebro.

A pesar de que durante el embarazo la mujer segrega en apenas nueve meses más de estrógenos que en toda su vida adulta, hasta ese momento casi nadie se había interesado por conocer cómo esta explosión hormonal brutal influía en sus cerebros.

“Era una oportunidad histórica”, recuerda el director de la URNC e investigador principal del proyecto BeMother de la Universidad Autónoma de Barcelona, Óscar Vilarroya. 

Al estudio del cerebro

Con sus propios recursos comenzaron a escanear los cerebros de madres y padres primerizos antes y después del embarazo. Un segundo grupo de mujeres y hombres que no planeaban tener hijos sirvió como control.

Necesitaban escanear a las madres antes siquiera de concebir, por lo que recurrieron a una clínica de fertilidad para que las parejas conocieran su estudio.

Reunir la muestra fue un proceso lento y complicado, refiere Erika.  “Algunas que no planeaban tener hijos quedaron embarazadas y tuvimos que pasarlas al grupo experimental. Y los que buscaban concebir pero no lo consiguieron quedaron en el grupo control”, dice mientras simula el intercambio con sus manos. 

Recolectaron más de doscientos escáneres a lo largo de cinco años. Cuando empezaron a examinar las imágenes no estaban preparados para lo que encontraron. Escáner tras escáner el resultado se repetía: algunas zonas del cerebro de las mujeres se habían encogido luego del embarazo.

Cambios en las mismas áreas del cerebro

“Honestamente esperábamos encontrar incrementos”, reconoce Barba-Müller. Los experimentos sobre plasticidad cerebral asociaban el aumento de competencias con ganancias del volumen cerebral. 

Para las científicas, era claro que la mujer que pasa a ser madre adquiere toda una gama de aprendizajes y conocimientos. Al observar decrementos se pusieron a revisar las imágenes una y otra y otra vez. “Necesitábamos verificar qué lo que estábamos viendo era real”. 

Buscaron cualquier otra variable que pudiera producir el encogimiento. Todas las mujeres que habían pasado por un embarazo mostraban cambios en las mismas áreas del cerebro independientemente de su edad, del tipo de parto, del tipo de concepción (además de embarazos naturales incluyeron reproducción asistida), del género del bebé. Incluso eran evidentes en los escáneres de Erika, antes y después de tener a su hija. 

“Parecía mentira”, dicen las investigadoras. 

De restas y sumas

No era la primera vez que la ciencia insinuaba que el embarazo  “reducía” el cerebro.  A finales de los noventa la revista New Scientist  informó de mermas en su tamaño durante una investigación sobre preeclampsia, una complicación de la preñez.

Rápidamente los medios asociaron el hallazgo con el Baby brain, dando por sentado que la gestación provocaba un declive intelectual. Los titulares fueron, por decirlo de algún modo, imaginativos: “Si estás embarazada, tu cerebro se está marchitando”; “Tu bebé se come tus neuronas”; “Todo estómago, nada de sesos”. 

Para Erika y sus colegas estas interpretaciones no tenían sentido. “Nos parecía evidente que (el embarazo) es una experiencia enriquecedora”. Con todo, las imágenes no mentían. Sus resultados eran tan consistentes que se podía clasificar a quienes habían estado embarazadas de quienes no, solo basándose en los cambios en su cerebros.

Les preocupaba el hecho de que, por lo general, la pérdida de materia gris es maligna, así que compararon las disminuciones con los efectos de varias enfermedades cerebrales.

Adolescencia, etapa clave

No se parecían en nada a lo que observaban en las puérperas. No obstante, existe otra etapa de grandes cambios hormonales en que tanto hombres como mujeres perdemos cerebro: la adolescencia. 

En la década de 1990 imágenes por resonancia de un centenar de adolescentes mostraron que entre los 12 y los 25 años ocurre una reorganización a gran escala del cerebro. Como Óscar Vilarroya comenta, un bebé nace con diez veces más neuronas y conexiones sinápticas que un chico de 21 años. ¿Qué ocurre con toda esa materia gris? 

La pierde.

A medida que crecemos y aprendemos nuestras experiencias refuerzan ciertas sinapsis (los puentes químicos que comunican a las neuronas con otras células). A su vez, las menos utilizadas se desechan.

Esta eliminación permite una comunicación más eficiente entre las regiones cerebrales y por tanto, una especialización de las funciones cognitivas. Los científicos llaman a este proceso “poda sináptica” (synaptic pruning) y es el por qué el cerebro disminuye durante la pubertad.

Lo hace por partes, lo cual explica el característico comportamiento impulsivo de la juventud: las áreas relacionadas a las capacidades motoras y sensoriales se afinan en los primeros años tras la adolescencia, pero la corteza prefrontal la parte sensata, que pondera pros y contras, y que postpone las gratificaciones se afina años más tarde. 

En la juventud este proceso mejora la eficiencia de nuestras redes neuronales y es clave para el desarrollo de un cerebro sano y adaptable al medio en el que vive. De hecho, algunos estudios han relacionado una mayor pérdida de volumen de la sustancia gris durante esta etapa con un coeficiente intelectual más elevado.

“O sea que a veces, menos es más”, dice Barba-Müller. ¿Acaso eso estaba sucediendo en la cabeza de estas mujeres?

Reuniendo mayor evidencia

Los estudios que han abordado los cambios cognitivos durante el embarazo han tenido resultados mixtos y, hasta cierto punto, poco halagadores. Un metanálisis realizado por psicólogas de la Universidad de Deakin, Australia, publicado en 2018, determinó que el rendimiento de la memoria y el funcionamiento ejecutivo la toma de decisiones, planificación y juicio de las gestantes era más bajo en comparación con las no embarazadas. 

“Reunimos la evidencia disponible y encontramos que la literatura anterior parece indicar que, en general, existen diferencias medibles en el rendimiento cognitivo de las mujeres embarazadas explica vía correo electrónico Sasha Davies, primera autora del estudio e investigadora principal de The Baby Brain Research Proyect, una colaboración entre la Unidad de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Deakin y el Instituto Cairnmillar, una organización benéfica para la promoción de la salud mental—: Las embarazadas se desempeñaron peor que las no lo estaban en tareas de memoria y funciones ejecutivas”. 

Esto coincide con los reportes anecdóticos en torno al deterioro de la memoria gestacional (GMI, por sus siglas en inglés), una forma seria que algunos usan para llamar al Baby brain.

Sin embargo en su estudio Barba-Müller no encontró grandes diferencias entre la memoria de madres y no madres. A su parecer, evaluar la cognición de las embarazadas basándose sólo en si son capaces o no de recordar un listado de nombres o una secuencia era una visión sesgada.

Después de todo, durante los nueve años que duró el proyecto ella y sus colegas, Elseline Hoekzema y Susana Carmona, habían experimentado en carne propia la maternidad. “Es evidente que las mujeres no quedamos tontas después de tener hijos”, dice. 

Cosas de la evolución

Una señal de que esta pérdida de materia gris debía tener mas función que hacernos errar las palabras y guardar el control remoto en el refrigerador, llegó de las ratas. Gracias a su uso como animal modelo, los neurocientíficos han estudiado más a fondo sus cerebros durante la gestación. Y bueno, sorpresa, el embarazo también lo reduce. 

No obstante, en lugar de mermar sus capacidades parece que las impulsa. Por ejemplo, el cebado hormonal en la cabeza de las mamás rata suprime la aversión hacia las crías, mejora sus habilidades para descifrar laberintos y aumenta sus aptitudes de búsqueda de alimento y defensa del nido. Se trata de comportamientos que aseguran la supervivencia de madres y descendencia. 

Las mujeres embarazadas también presentan actitudes de este tipo, si se sabe buscar. Estudios han encontrado que son mejores en el reconocimiento de rostros nuevos, en particular caras masculinas.

Además, detectan y recuerdan muy bien los estímulos amenazantes y se muestran más vigilantes a gente de aspecto enfermo o que no pertenecen a su mismo grupo étnico. Puede que hoy no parezcan grandes habilidades, pero para una mujer embarazada o recién parida hace 200,000 años, identificar enseguida quién formaba parte de su grupo y quién no era asunto de vida o muerte.

“Cuando uno compara los cambios que las hormonas producen en los cerebros de otros mamíferos durante el embarazo, no es difícil pensar que detrás de todo esto hay una necesidad evolutiva, una adaptación y no un deterioro”, dice Óscar Vilarroya. 

Esto es lo que ocurre en realidad en el cerebro materno

Su suposición se confirmó al ver mediante resonancia magnética cómo se activaban y desactivaban ciertas zonas del cerebro de las madres primerizas al ver fotos de distintos bebés. Al aparecer su nene en pantalla, las regiones que reaccionaban eran las mismas que se habían achicado.

“Descubrimos que la información de sus hijos se procesaba en estos sitios que habían perdido materia gris”, refiere Vilarroya. 

Tales ubicaciones también coincidían con redes neuronales (regiones del cerebro separadas pero que funcionan en conjunto para ciertas tareas) relacionadas con la cognición social, los mecanismos mentales que nos permiten interactuar unos con otros: la teoría de la mente o empatía, la motivación, la regulación emocional y la planificación.

“Estas regiones cambian estructural y funcionalmente durante el embarazo —explica la estudiante de doctorado Magdalena Martínez del proyecto BeMother— y podrían trabajar juntas para, por ejemplo, asegurar que la madre empatice con el bebé, infiera qué es lo que necesita y actúe en consecuencia”.

Las investigadoras consideran que dos cosas podrían estar ocurriendo en el cerebro materno: por un lado, durante el embarazo suceden procesos de eliminación similares a los de la adolescencia cuyo objetivo es permitir a la madre estar más receptiva a las necesidades de su bebé.

Por ejemplo, conocer su temperamento, sus tipos de llanto, sus requerimientos de sueño y comida, en suma, su comunicación no verbal.

“Es como si el cerebro primero hiciera una especie de limpieza, abriera espacio y despejara, para luego permitir una mayor receptividad para atender al bebé y garantizar su supervivencia”, explica Barba. 

Y por otra parte —aunque sigue siendo solo una hipótesis, acota Óscar—, también se pulen las funciones de prevención y defensa. “Es decir, somos más capaces de identificar amenazas para nuestra descendencia en el entorno”. 

El cerebro se ajusta a la transición hacia la maternidad

A esta especialización cerebral se le denomina “ajuste fino” (fine tuning), pues básicamente afina o pule las estructuras cerebrales que beneficiarán la transición a la maternidad.

“No quiere decir  que el cerebro de repente haga clic y sepas cómo cuidar de tu bebé —agrega Martínez—. Más bien es un circuito cerebral que se sensibiliza con las hormonas del embarazo y cuando se activa, se va moldeando con tus experiencias y aprendizajes”. 

Este fine tuning podría ser clave para el establecimiento del apego materno, la base del cuidado de la madre a su bebé. “Encontramos que a mayor reducción cerebral, mejor vinculo entre madre e hijo”, dice Magdalena Martínez.

Esto ha abierto la oportunidad de entender mejor enfermedades como la depresión postparto o el Baby blues (tristeza postparto), cuyas causas exactas se desconocen. “Si comprendemos qué es lo que diferencia a un postparto más adaptativo de un postparto con depresión, podríamos encontrar tratamientos para ayudar a estas madres”, dice Vilarroya. 

Pérdidas y ganancias

Que el embarazo no cause un deterioro cognitivo sin duda son buenas noticias. Pero entonces, ¿qué explicación hay detrás del Baby Brain? La neuropsicóloga Sasha Davies tiene una teoría: se trataría de un efecto secundario de esta reorganización de los circuitos cerebrales detectada por Barba, Vilarroya y compañía.

“Estas investigaciones sugieren que el Baby Brain no es una pérdida general en todas las áreas de la cognición; en cambio, parece que el embarazo puede resultar en un complejo cambio adaptativo donde algunos procesos mentales, quizá los menos relevantes para la supervivencia de la madre y su bebé o para las demandas de atención a este, se reducen.

En tanto los que están vinculados a las conductas de cuidado y protección se potencian. Sin embargo, no sabemos mucho sobre esto en este momento: es en gran parte teórico, con solo una cantidad muy pequeña de literatura que respalda esta idea”.

Otros factores

Hay muchos otros agentes que podrían estar involucrados para que no estemos tan avispadas durante esta etapa: los cambios en el sueño, en la dieta, el estrés… “Es muy difícil aislar estos factores para desentrañar un fenómeno tan complejo”, dice Davies.

En una tónica similar, Óscar Vilarroya lo ve como un “problema de gestión de recursos”. El Baby Brain, de manera negativa, no existe, dice tajante. “Lo que ocurren son alteraciones obligadas por la necesidad de asignar todos los recursos cognitivos necesarios para cuidar al recién nacido.

Hay que entenderlo, los recursos del cerebro son limitados. Y durante el embarazo no cambian las capacidades cognitivas sino la manera en que el cerebro gestiona sus recursos”. 

Exigencia de más

Todavía quedan más preguntas que respuestas en torno a este fenómeno. Por ejemplo, ¿por qué en algunas mujeres el Baby Brain es tan evidente, como en el caso de Gabriela Frías, y en cambio otras no notan nada? 

Quizá el problema sea que nos estamos exigiendo demasiado. “Intentamos seguir funcionando de la misma manera que antes cuando nuestro cerebro está en modo “cuidar del bebé”, dice Erika Barba-Müller. 

Tiene sentido. Por mucho que el mundo moderno motive a las mujeres a regresar al trabajo apenas damos a luz, para nuestro cerebro evolutivo existe un bebé que necesita toda nuestra atención, así que el leer y redactar mails o informes, saber dónde pusimos las llaves o el teléfono, y por supuesto, terminar un doctorado, pasa al fondo de la lista de prioridades.

A la vez, esta lucha contracorriente favorece la aparición de episodios de Baby brain. “Estamos en una sociedad donde las funciones maternas se valoran poco en comparación con las económicas y laborales”, señala Barba, quien hoy enfoca sus esfuerzos en la docencia y la práctica clínica, ayudando a mujeres con depresión o ansiedad postparto.

Un entorno más favorable para la maternidad

La matemática del Instituto Tecnológico de Rochester (Estados Unidos) Bonnie Jacob, aventuraba en el ensayo de 2018 Mommy Brain and the Mommy Mathematician, que una forma en que las mujeres que trabajan se sientan menos afectadas por esta “niebla” sería tomar licencias de maternidad más razonables en lugar de intentar volver al ruedo apenas nacen los hijos.

Magdalena Martínez coincide en que se debería de promover mayor tranquilidad para la madre y para la familia en lugar de intentar empeñarnos en combinar todo. “Los recursos energéticos del cerebro no dan abasto”, apunta.

Para aquellas que están sufriendo los embates del Baby Brain y tienen asuntos no relacionados con la maternidad que no pueden desatender, saber que se trata de suerte de estrategia evolutiva para ayudarlas con esto de ser mamá, puede no ser de mucha ayuda. Sin embargo, hay luz al final del túnel. 

Cambios en el cerebro

Barba y su equipo encontraron que los cambios en ciertas partes del cerebro de las mamás eran permanentes, pero hacia los dos años después del parto el volumen del hipocampo, esencial para la memoria y el aprendizaje, se recuperó parcialmente (el hipotálamo y la corteza prefrontal también volvieron a aumentar en el postparto).

Ello podría explicar por qué muchas mujeres señalan los dos años como el fin de su lucha contra el Baby Brain. Algunas, incluso, afirman haber notado una mejora en su capacidad para concentrarse por breves periodos de tiempo, siendo más eficientes y aprovechando mejor los ratos libres que sus niños les dejan. 

Esto fue así también para Gabriela Frías. Cuando su pequeña alcanzó los dos años decidió que era momento de terminar su doctorado. No estaba segura de si podría hacerlo, pero tras el largo hiatus (incluso había tenido que cambiar de trabajo para estar más tiempo con su hija), necesitaba probarse a sí misma.

Solicitó una licencia pagada de seis meses. Si fallaba tendría que devolver esos sueldos;  no lograrlo era básicamente un suicidio profesional. “Fue lo más difícil que he hecho en la vida. Hubo mucha presión”, comenta. 

Pero tenía convicción. Cada hora de guardería o de siesta, Gaby la aprovechaba al máximo. “Estaba muy consciente de que no tenía todo el tiempo para trabajar, así que exprimía cada minuto. Entraba en un estado de concentración gigantesco.”

No requirió los seis meses. Al segundo estaba mandando su trabajo para revisión. Su cerebro, dice, había regresado. Y mejor que nunca. 

Fuentes: Pregnancy leads to long-lasting changes in human brain structure. Hoekzema, E., Barba-Müller, E., Pozzobon, C. et al Nat Neuroscience; bemother.eu; brainanddevelopment.nl; babybrainresearch.com

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